Si hubo algunos rasgos que definieran en lo general el cine del 2014, esos fueron la hibridación y la autoconciencia genérica. Desde arriesgados experimentos capaces de desmontar una cosa para crear con ella algo totalmente distinto —como Too Many Cooks, cortometraje que apareció durante un especial de Adult Swim, conformado exclusivamente por una secuencia de créditos que deviene película de horror slasher— hasta What We Do in the Shadows —una comedia del género falso documental que cuenta los periplos de cuatro vampiros compartiendo casa en Nueva Zelanda, todo mientras se ríe descarnadamente de los clichés del cine vampírico—, buena parte del cine de 2014 estuvo marcado por una profunda conciencia del género y, más aun, por un evidente impulso por mirarlo con atención, sea deconstruyéndolo, riéndose de él o, de plano, pasando por alto sus convenciones.
Es también el caso de Boyhood, película que atrajo la atención por lo inusual de su filmación —se rodó espaciadamente a lo largo de doce años—, pero que tiene en su estructura aspectos también interesantes. Lejos de recorrer previsiblemente el camino de tres actos del cine clásico hollywoodense (o los “grandes momentos” acostumbrados en las más convencionales películas de crecimiento), Boyhood decide omitirlos, deteniéndose en minucias: polaroids existenciales en las que lo vital se oculta, como le habría gustado a Hemingway, bajo la superficie.
Tom à la ferme (estrenada en septiembre de 2013 en Venecia para unos pocos, pero en 2014 en México y el resto del mundo) y Birdman inyectaron, cada una a su manera, un aire característico a los géneros que tocaron. En Tom à la ferme, el llamado “cine de arte” —aquel que se aleja de las estructuras o convenciones narrativas más típicas del cine clásico hollywoodense— se intersectó con el thriller psicológico. El resultado fue una muy tensa historia de tintes homoeróticos que se da el tiempo de filmar calmadamente los campos de maíz, el cielo nublado, el paisaje rural…
En Birdman, la “película sobre una obra” —un tópico que lo mismo abarca 8 ½, Adaptation, Barton Fink, Looking for Richard o CQ— se cruza de manera metaficcional con el cine de superhéroes, de forma tal que tanto lo homenajea —como en la emocionante secuencia del delirio de Riggan en plena calle— que lo menosprecia —como en el discurso de Tabitha Dickinson o la perorata de Mike Shiner—. Mención aparte merece su artificio técnico, marcado no solo por sus celebrados planos secuencia, sino por una fotografía que borda la perfección.
Nightcrawler abordó la conocida trama del hombre que se construye a sí mismo y la miró desde una perspectiva sardónica, filosa; Listen Up Philip recorrió algunas constantes del cine de escritores y se permitió algunas interesantes digresiones; Why Don't You Play in Hell se acercó, de nuevo, a la película sobre una obra y le inoculó unas saludables dosis de delirio. Only Lovers Left Alive caminó en dirección contraria, y recorrió el camino del vampiro hasta reencontrar la vena por la que fluye la sofisticación —esa que quedó olvidada después de cuatro años de la saga Twilight. Gone Girl le devolvió al thriller la sofisticación estética; The Babadook revisó el horror con una estimulante ambigüedad entre la presencia sobrenatural y los terrores de la maternidad; Godzilla revisó al kaiju con un pie puesto en el drama humano y otro en las dimensiones del monstruo. The One I Love y Coherence revisaron ese microgénero que podríamos definir como “episodio perdido de The Twilight Zone” con gracia y vitalidad.
Fue un año, al menos en materia de blockbuster hollywoodense, de adaptaciones y revisiones. Algunas logradas: Dawn of the Planet of the Apes, sin llegar a las alturas de Rise of the Planet of the Apes, jugó un papel más que decoroso, así como Edge of Tomorrow y X-Men: Days of Future Past, amalgamas y puesta al día del viaje en el tiempo. Lo mismo puede decirse de The Lego Movie (el mejor comercial del año, seguido de cerca por este de Honda), Guardians of the Galaxy y How to Train your Dragon 2. El cine que se transmite en televisión tuvo también grandes aportes: The Knick, Boardwalk Empire y Louie fueron algunos de los puntos altos.
Nada se llevó las palmas como The Grand Budapest Hotel, mi película preferida del año. Claro: estuvieron el compromiso de Boyhood y el salto al vacío de Birdman, pero a nivel personal no encontré nada más fascinante que el compromiso estilístico y la estructura de The Grand Budapest Hotel: la obra en que el estilo andersoniano alcanza su mayor punto, con una cámara muy rigurosa, una historia tiernísima y un control total de la puesta en escena. Así, pues, solo resta invitar al lector a ver nuestro recuento audiovisual, inspirado por aquellos que realiza el crítico neoyorquino David Ehrlich: cinco minutos que enlistan algunas —solo algunas: se quedaron fuera The Double, Why Don't You Play in Hell, What We Do in the Shadows, Too Many Cooks, Blue Ruin, Jodorowsky's Dune, Club Sándwich, Force Majeure, Foxcatcher, entre otras que no alcancé a ver por diversos motivos— de las mejores cosas que pudieron verse en este 2014. Ojalá lo disfruten.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.