En la escena final de Pesadilla en la calle del infierno, Nancy acaba de derrotar a Freddy Krueger. Abre la puerta de su cuarto y la recibe su patio en un día soleado. Sus amigos la esperan en un coche conducido por Glen, novio de Nancy. Su madre la despide. Nancy sube al coche: la capota exhibe los colores de la ropa de Freddy Krueger. Súbitamente, el auto parece tomar vida propia y atrapa a los pasajeros en su interior. Nancy grita para advertirle a su madre, pero ella no la oye: el coche emprende la marcha con sus víctimas dentro. La mamá de Nancy contempla la escena y una mano surge de la puerta, una mano enguantada cuyos dedos están rematados por largas navajas. Esa mano —la mano de Freddy Krueger— cierra su presa alrededor del cuello de la mamá de Nancy y la jala al interior de la casa. Unas niñas que saltan la cuerda —las mismas niñas que vimos en el sueño que inicia la cinta— son lo último que vemos antes de que la película se vaya a negros y los créditos rueden. La duda persiste en el espectador: ¿los hechos de la cinta son sueño o realidad? ¿Qué sucedió y qué no? Las respuestas no llegarán: si como decía Borges, toda ambigüedad es una virtud, Pesadilla en la calle del infierno es una película virtuosa.
Para 1984, año en que se estrenó Pesadilla, el slasher había dado ya sus primeros grandes pasos: estaba la predecesora Psicosis de Hitchcok (1960), y estaban también Halloween de John Carpenter (1978, la primera gran campanada del subgénero), las tres primeras partes de Viernes 13 (1980, 1981 y 1982) y My Bloody Valentine, de George Mihalka. Estas cintas compartían varias características: asesinos que bordaban la inmortalidad, adolescentes de caderas inquietas que eran castigados por sus devaneos sexuales, muertes explícitas con objetos punzocortantes.
Pesadilla otorgó un barniz onírico al género: asumiéndose como una pesadilla, permitió imaginar otro nivel en el que las películas, de por sí consideradas parte de "la fábrica de sueños", podían superponerse a la realidad. La imaginación de Craven permaneció durante años en el slasher, un subgénero que fue decayendo paulatinamente debido a la repetición de una fórmula en la que rara vez se permitían las variaciones (aunque cuando ocurrían eran más que bienvenidas: ejemplo, Sleepaway Camp). Craven volvería en dos ocasiones a la franquicia de Pesadilla, otorgándole unos muy necesarios aires de renovación (como escritor en Dream Warriors de 1987, la tercera parte, y como director en Wes Craven's New Nightmare de 1994, la séptima entrega).
Wes Craven's New Nightmare apuesta a que los hechos de la saga Pesadilla en la calle del infierno son ficción, y sin embargo, Freddy Krueger es real: el personaje emerge de la pantalla y brinca a la realidad para acechar a los actores que interpretan a sus víctimas. Los protagonistas de la saga —Heather Langenkamp, Robert Englund— hacen de sí mismos, y Wes Craven también aparece como Wes Craven. Incluso, en los créditos, Freddy Krueger aparece acreditado como "Himself":
Este impulso metaficcional animaría también Scream, una de las obras cumbre no solo de Craven, sino del horror. Scream asume su condición de película slasher, género al que lo mismo venera que ridiculiza. Resulta notable que un director haya tenido la habilidad no solo de ayudar a fundar un género sino de mirarlo con distancia irónica para burlarse lo mismo de sus defectos y, a través de su mirada sardónica, revitalizarlo. Scream, como New Nightmare, como Pesadilla, disfruta insertándose en una zona ambivalente entre la realidad y la ficción, entre el sueño y la vigilia. El horror adquiere así nuevas capas de interpretación.
El domingo falleció Wes Craven: fundador de géneros, padre de hórridas criaturas, revisionista de su propio medio, instigador profesional de insomnios y pesadillas. Qué duda cabe: lo vamos a extrañar.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.