Fundando en 1988, el Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam (IDFA) —que está llevándose a cabo en estos días al otro lado del Atlántico— no es el más antiguo del mundo, pero sí el más grande y, probablemente, el más exitoso de todos. Con una audiencia anual que fácilmente supera las 100 mil personas y una programación inabarcable que ronda los 300 filmes programados, entre largos, cortos y mediometrajes en competencia o fuera de ella, el IDFA es reconocido especialmente porque ofrece un espacio para exponer cine de no ficción cada vez más arriesgado y experimental.
Dividido en una decena de riquísimas secciones competitivas, más otras cinco categorías en las que se presentan distintos proyectos en diferentes etapas de consolidación y/o ejecución, el IDFA es el festival de fin de cada año en el que se puede conocer lo mejor del cine documental de toda la temporada y, también, dar un vistazo al futuro: La sección Envision presenta en competencia una serie de filmes que desafían un cada vez más difuminado concepto de cine documental.
Tómese el caso de Západ/Blood Red (República Checa, 2025), opera prima de Martin Imrich que forma parte de esta competencia. En este hipnótico filme de 76 minutos de duración, Imrich coloca la mirada de la cámara y del propio espectador a prueba a través de la narración en seis capítulos independientes, más un prólogo y un epílogo, de algunos episodios de la vida rural capturados en un ascético blanco y negro que no comenta ni juzga, solo observa.
No sorprende enterarse, al leer las notas de producción, que el maestro Béla Tarr fungió como asesor del filme, pues hay algo de la seca mirada apocalíptica del cineasta húngaro en esos seis segmentos en el que vemos a un grupo de hombres más que maduros llevar a cabo sus rutinas diarias: sacrificar un cerdo, limpiar un rifle, subirse a un tractor, echarse la copa final con los amigos en el desolado bar del pueblo. Sin narración alguna y sin información contextual de ninguna especie —los escasos diálogos en checo no merecen subtítulos—, Blood Red nos presenta una forma de vida condenada a la extinción, pues no hay jóvenes a la vista en ese anónimo lugar del centro de Europa, ni vitalidad alguna.
Además de la presentación en sociedad de novedades como esta, el IDFA se caracteriza por exhibir, en la sección “Best of Fests”, una cuidadosa selección de lo mejor del cine documental que se ha exhibido y premiado a lo largo de la temporada.
En este sentido, la selección del 2025 es mucho más abiertamente política que en ediciones anteriores, algo previsible tomando en cuenta que lo mejor del documental del año que está finalizando ha provenido no solo del cine militante sino del que, además, llama abiertamente a la acción, como es el caso de dos filmes centrados en ingobernables personajes femeninos en persistente e incómoda rebeldía.
Un ejemplo de ello es Coexistence, My Ass! (EU-Francia, 2025), cinta ganadora del premio Libertad de Expresión en Sundance 2025 y mejor película en la competencia internacional de Tesálonica 2025. El lépero título desafiante es el que lanza, en algún momento de este divertido y provocador filme biográfico/documental, la comediante israelí Noam Shuster-Eliassi, a quien la directora Amber Fares sigue durante varios años en las rutinas cómicas que presenta lo mismo en Estados Unidos que en Tel Aviv.
Criada en el seno de una familia izquierdista radical —su madre, judía-iraní; su padre, rumano-judío—, Noam creció y se educó en una pequeña comunidad israelí del Valle de Latrún, una suerte de utópica comuna llamada Neve Shalom en hebreo y Wahat-Al-Salam en árabe, que significa en cualquiera de los dos idiomas “oasis de paz”. En ese lugar, la población, que no llegaba al centenar de habitantes —la mitad de ellos árabes, la otra mitad judíos— vivía en perfecta cohabitación, respetando costumbres, religiones y festividades del vecino.
El documental nos presenta, con exasperación no exenta de buen humor, la imposibilidad del sostenimiento de la utopía de la cohabitación pacífica con Netanyahu en el poder, después del ataque de Hamás del 6 de octubre y, además, con ese enorme “elefante en la sala”, al que nadie quiere ver y al que Shuster-Eliassi nombra directamente en sus confesionales rutinas de comedia stand-up. El paquidermo en cuestión se llama ocupación y genocidio. Para decirlo en buen castellano mexicanizado: “¿Coexistencia así? ¡Mis polainas!”, como le restriega Shuster-Eliassi a su público. Por supuesto, esta posición política y moral no ha hecho a esta comediante la más popular de su tipo en Israel.
Todavía más impopulares resultan las protagonistas de My Undesirable Friends Part I: Last Air in Moscow (EU-Rusia, 2024), monumental crónica documental de más de cinco horas de duración —¡y apenas se trata de la primera parte!— en la que la cineasta rusa avecindada en Estados Unidos Julia Loktev regresa a su país natal para seguir de cerca, desde octubre de 2021 hasta marzo de 2022, el heroico trabajo de media docena de periodistas independientes, todas ellas mujeres, que arriesgan todo para dar a conocer las tropelías de Vladimir Putin, antes y después de la invasión a Ucrania.
Así pues, la cámara de Loktev, en el mejor estilo del cinema-verité, sigue las vidas, venturas y desventuras de estas desafiantes periodistas, cada vez más acosadas por el régimen totalitario de Putin. Catalogadas todas ellas como “agentes extranjeros” —de hecho, así se tienen que presentar, por ley, cada vez que emiten una noticia en su canal independiente— y luego, ya de plano, como “personas indeseables” —de ahí el título del documental—, estas mujeres, tercas, insumisas y valientes, se levantan todos los días para, dentro de los diminutos límites que brinda el régimen de Putin, denunciar abusos, corruptelas y, aunque sea por unos cuantos días, antes de que todas tuvieran que salir huyendo de Moscú, mostrar los crímenes cometidos por el ejército ruso en Ucrania.
Dividido en cinco episodios, las cinco horas del documental se van como agua. Se espera que Loktev entregue la segunda parte este mismo año, aunque la mayoría de sus protagonistas (Olga, Irina, Sonia, Alesya, Ksenia y Anna)ya se encuentren en el exilio, porque para seguir luchando hay que seguir con vida,. Es más: Rusia las necesita vivas.