Advertencia: Contiene Spoilers.
SEINFELD
Al principio de la octava temporada de Seinfeld –ep. The bizarro Jerry– Elaine Benes (Julia Louis-Dreyfus), harta de sus tres amigos y completamente en lo cierto, estalla: “¡No puedo pasar el resto de mi vida viniendo a este departamento apestoso cada diez minutos a desmenuzar cada estúpida minucia de todos y cada uno de los mugres hechos de la vida!” No, no se puede; y sí, de eso específicamente, minuciosamente, atrozmente se trataba Seinfeld. Antes de la aparición de esta serie, creada por Larry David y Jerry Seinfeld en 1989, nadie en televisión había dicho tanto sobre tantas cosas tan pequeñas. Nadie, tal vez, en ningún arte dramático. Cuando Jerry y George (Jason Alexander) tienen la oportunidad de hacer un piloto de televisión –ep. The pitch– deciden “hacer un programa sobre nada”. La frase pegó para calificar a la serie entera, pero es básicamente falaz: Seinfeld no es una serie sobre nada: es una serie sobre todo –sobre cualquier cosa. Seinfeld abrió en efecto las compuertas del diálogo que desarma cada estúpida minucia de todos los mugres hechos de la vida. A partir de ella fueron posibles y acaso deseables conversaciones como ésta, archifamosa:
Desde entonces decenas han tratado de reproducir el oído de esos diálogos –para no ir más lejos: Curb your enthusiasm, del mismo Larry David–, pero si Seinfeld era una “serie sobre el lenguaje”, también fue bastante más que eso. Y en cada una de las cosas que era ejerció una enorme influencia. Aún en vida de la serie, sitcoms como Friends, Ellen, The Drew Carey Show o Just shoot me trataron de imitar su tono urbano, examinador. Su insensibilidad “romántica” se puede ver en la muy mediana The new adventures of old Christine, con Louis-Dreyfus. Su misantropía, en Curb, aunque ahí está más dirigida a los curiosos modales de la clase rica californiana. Seinfeld no inventó el bottle episode–ese en que, casi siempre por cuestiones de presupuesto, toda la acción del capítulo se encierra en un solo set– pero lo perfeccionó con The Chinese restaurant, un experimento de la segunda temporada que consiste en Jerry, Elaine y George esperando a ser sentados en un restaurante chino: nada más.
Más: Seinfeld colocó las bases televisivas de la autorreferencia “posmoderna”, de la que ha mamado insaciablemente la alumna más avanzada de la serie: Community de Dan Harmon. (“You can’t get more self-referential than The pilot episode” decía Entertainment Weekly en su despedida a Seinfeld en 1998; Community ha demostrado que sí se puede: mucho más. [1]) A la incorrección política de Seinfeld –una serie que agarró parejo: la sordera, el cáncer, la vida en una burbuja, el racismo, todo era material de mofa cruel– también hay que agradecerle buena parte de la comedia de nuestros días. Sus aventuras narrativas, consolidadas estelarmente a partir de la quinta temporada en capítulos como The marine biologist y The opposite y llevadas a diseños complejísimos para la séptima, resuenan en Amores perros, Babel y similares.
Pero es acaso en su poder de observación donde más se le ha imitado y donde más difícil es acercársele. (A su vez, Seinfeld derivó el estilo de sus observaciones del Woody Allen de fin de los setenta/principio de los ochenta. Luego superó por mucho a su maestro.) Su mirada es agudísima, especialmente en cuanto a relaciones amorosas.¿Cómo saber si la persona con la que sales es tu novia? “Déjame preguntarte una cosa: ¿tiene támpax en tu departamento?” (The virgin). ¿Cómo saber si estás enamorado? “¿Trapeas tu baño? Si sí: sí.” Ya en el quinto episodio de la primera temporada Jerry define la “fase II” de las relaciones: “cepillo de dientes extra, caminar desnudo por el departamento”. Nunca perdió ese filo salaz. Hacia el final de su corrida dice Jerry del truene: “Es como tirar una máquina de cocacola: no puedes al primer empujón.” (¿Buenos imitadores? Bored to death y, según pronósticos, Girls.) Claro que su perspicacia no se limitaba al estado de las relaciones urbanas gringas en los noventa: alcanzaba todo lo que lo rodeaba. Un ejemplo entre cientos: la procrastinación innata a los escritores en The Cheever letters.
Cuando fue limitada, como en la indecisa primera temporada, o fallida en episodios salteados como The letter, Seinfeld era aun algo de lo mejor de la comedia “de costumbres” de la tele gringa. Cuando fue de veras grande –como en ese mágico lapso de la cuarta temporada que va de The bubble boy (octubre, 1992) a The outing (febrero, 1993), donde parecía que el equipo no podía equivocarse– era un examen a la vez rigurosísimo e insano de la sociedad que lo gestó y una apuesta por el futuro de la televisión. Aún no decaía cuando Jerry Seinfeld decidió cancelarla. Era, dijo, señal de un buen comediante: despedirse justo cuando el público está a media carcajada. “You’ve been a great audience. Thank you, good night!” –AR
Nota 1. Más sobre la influencia tal vez poco explorada de Seinfeld en Community. Time (enero 12, 1998) reproduce una lista de episodios de Seinfeld que nunca llegaron a grabarse. Éste es un ejemplo:
Hubieron de pasar once años para que ese “episodio sorpresa” en animación de plastilina llegara a la televisión. Su título: Abed’s uncontrollable Christmas. Otro: en The Merv Griffin Show, al principio de la novena temporada de Seinfeld, Kramer tiene un falso talk show en su departamento. No hay cámaras pero sí invitados –Jerry, Elaine– y co-conductores –Newman–; es hilarante:
http://youtu.be/lsUX-sCMDuw
¿Sí o no es un antecedente claro de Troy and Abed in the morning, el falso talk show de Community? Sí:
CURB YOUR ENTHUSIASM
La comedia gringa televisada, dios la bendiga, tiene una larguísima tradición: de los Simpson a Community, de M*A*S*H a The Office (el cover, claro); varios son los shows que han sabido arrancar carcajadas a sus televidentes. De todos, uno permanece (y permanecerá) como hito: aquella genial sitcom llamada Seinfeld. Precediendo y superando a cualquier cosa que Friends haya hecho, el gran aporte de Seinfeld – además de su impecable humor – fue el formato adoptado: una especie de giro de tuerca a la sitcom en sí. Después del éxito de su vida, su creador y productor, el amargadísimo Larry David, vagabundeó aquí y allá – no a todos les ha ido bien: Jerry Seinfeld terminó haciéndola de abeja animada, por ejemplo; a Julia Louis-Dreyfus no le fue del todo mal con The New Adventures of Old Christine – hasta que HBO, casa artífice de varios de los grandes momentos de los últimos años de la televisión, lo contrató para otro show: Curb your enthusiasm.
La serie, que en el título lleva el saludo (¿frenar nuestro entusiasmo respecto a qué? ¿al regreso de Larry David?) narra la cotidianeidad de Larry, con serios toques de metaficción: Larry interpreta una versión ficcionalizada de sí mismo, justo como Jerry Seinfeld en Seinfeld, pero acá el formato es el de un reality show. El inicio resulta – aún para el familiarizado con Seinfeld – desconcertante: ¿estamos viendo de verdad el regreso de Larry? ¿es esto una farsa o un reality? El arranque no podría ser mejor: el llamado del comediante a la televisión es obstaculizado por sus antecedentes en Seinfeld – todo el mundo, hasta su esposa, recuerda que él es el creador de la serie –, al final, y como siempre, Larry termina negándose a participar en el stand up de su retorno por una sencilla razón: no le gusta el gráfico que crearon basado en él para lucir en el escenario. Desternillante, claro: a todos nos parece que son igualitos:
(Para escapar de la situación, como siempre, Larry mentirá descaradamente a los productores de HBO.)
La función de Curb your enthusiasm – la única que podría ponerla por encima de Seinfeld – es la de apretar los tornillos de su predecesora: ambas son cosas distintas, pero parten del mismo punto; varios de los aportes de Seinfeld son utilizados acá. Con todo, es el asunto de esta realidad simulada la que logra desconcertar y extraer auténticas carcajadas. En primer lugar, porque Larry David es casi exactamente el mismo personaje que George Costanza (durante el memorable episodio de la reunión deSeinfeld, Larry David discute con Jason Alexander, quien renuncia; Larry pide entonces sustituirlo en el show: ‘I can play George Costanza! I am George Costanza!”; incluso llega a decírselo a su esposa durante una escena de celos: “That’s not Jason, that’s George and George it’s me!”). Cierto es que hay varios remanentes de la comedia de Woody Allen en los trabajos de Larry: imposible que no los haya: ambos neoyorquinos, judíos, escritores imbuidos en el show business; recordemos incluso que Larry protagonizó a un alter ego de Allen en la decepcionante Whatever Works. Pero la tenacidad de Larry va más allá: logra extraer de donde pocos creen que pueda haber algo una secuela conceptual de su predecesora.
El mérito estriba en la cotidianeidad y lo común de Larry. Su vida es una gran serie de malentendidos hasta exasperantes; una y otra vez, Larry es víctima de su entorno (y de sí mismo): entre sus mentiras, sus neurosis, y la mala suerte que le juega el día a día, no hay mucho margen de maniobra. Si Kafka hubiera escrito comedia, quizá hubiera escrito algo así: un hombre solo, atrapado en las redes de lo ordinario, de lo que a los demás no les parece producir ningún inconveniente. La diferencia radica en que Kafka resulta deprimente: la vida laberíntica del protagonista de Curb your enthusiasm nos mueve a la carcajada.
Acaso el máximo momento de la serie sea la reunión de Seinfeld (acaso, también sea el episodio con mayor metaficción en la historia, después de aquel final de Moonlightning). Durante años se especuló acerca de este momento; nada pasó hasta el final de la temporada séptima. Larry, peleado con su esposa y dispuesto a recuperarla, se anima a trabajar con el resto del equipo de Seinfeld; súbitamente, podemos ver en pantalla a Jerry, Julia, Jason y Michael. Larry David ha dirigido todo sobre ruedas, pero una cuestión de celos entre su esposa, Shirley, y Jason Alexander termina por hacerle perder la cabeza. En el punto más alto del episodio, Jerry le dice a Larry: “¡Todos somos iconos de la televisión aquí! ¡Icono, icono, icono; el que se fue también es un icono! ¡Tú eres un no-icono! No hay John, George, Paul y Larry: la gente no va a querer eso”. Tiene razón: Seinfeld creó sus propios iconos durante los casi diez años que estuvo al aire. Pocos pudimos superarlo: Larry David lo hizo convirtiéndose a sí mismo en un icono en los casi doce años que Curb your enthusiasm lleva al aire.
GANADOR: Obviamente: Seinfeld.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.