Podríamos llamarlo “El efecto Alex” por el protagonista de A Clockwork Orange. Como drástica solución a su gusto por la ultraviolencia, los psiquiatras de Su Majestad recetan al joven DeLarge sesiones de películas con escenas sádicas, acompañadas con música clásica. Todo va bien para el pequeño Alex hasta que los horrores que ve en pantalla llevan como fondo musical fragmentos de la Novena Sinfonía de su amado Ludwig Van. El paciente grita despavorido, pidiendo detener la tortura. No se queja de las escenas de violencia, sino el impactante contraste de la música con las brutales imágenes ante sus ojos (que además no puede cerrar).
La música es clave en la creación cinematográfica. Los directores recurren al talento de compositores para crear piezas que causen escalofríos tan solo de escucharlas, asociadas a filmes de horror o misterio (las chirriantes cuerdas de Psycho son bien conocidas), pero también recordamos escenas donde el “Efecto Alex” se hace presente: el contraste entre imágenes de violencia, miseria o tensión extrema -muy reales- y música escrita con otras intenciones. Va una lista de ejemplos.
WE’LL MEET AGAIN en Dr. Strangelove (1964)
Es la escena final del clásico de Stanley Kubrick, en blanco y negro para recordarnos el contexto de la Guerra Fría. En la Sala de Guerra de Estados Unidos, cuando han fallado los hilarantemente patéticos esfuerzos por detener el holocausto nuclear y los misiles soviéticos y norteamericanos viajan hacia su destino fatal, el científico nazi reciclado protagonizado por Peter Sellers se levanta de su silla de ruedas, hace el saludo al Führer ante los ojos de generales y políticos y con la frase de “¡Puedo caminar!” da entrada a las melancólicas notas de una balada de la Segunda Guerra Mundial, entonada por la “Novia del ejército británico” Vera Lynn. Su dulce voz se desliza, como si estuviera acompañando a una pareja en la pista en romántica cadencia, pero las imágenes son una sucesión de explosiones atómicas, en sobrecogedor contraste de luces y sombras. Los estallidos continúan interminables, mostrando una destrucción total.
GOODBYE HORSES en Silence of the Lambs (1991 )
El asesino serial apodado Buffalo Bill ha secuestrado otra víctima femenina y la mantiene prisionera en un oscuro hoyo manchado con sangre de las jóvenes anteriores. Bill, quien es además travesti, comienza su ritual de belleza: se maquilla, adorna y viste frente al espejo y como está muy de buenas pone una de sus canciones favoritas, una balada pop rítmica, cantada con una suave voz masculina y acompañada por una machacona batería. La aterrada víctima trata desesperadamente de pensar en un medio de escape y el espectador es testigo de sus intentos mientras vemos a Bill bailar, hacerse “una jarocha” frente a su cámara de video y cantar Goodbye horses en su sobrecogedora versión karaoke. Imposible escuchar esta canción como música ambiental en un café internet y no acordarse del sadismo de Buffalo Bill contra sus víctimas.
YOUNG AMERICANS en Dogville (2003)
Esta película es un estremecedor crescendo de conflictos entre la protagonista Grace y los habitantes de un pueblo de cartón. Para ella la peor parte llega cuando sufre múltiples abusos y violaciones, pero alcanza su hora de venganza al aparecer los gangsters de su padre para matar a todos los hombres, niños y mujeres de Perrotlán. Sólo se salva el can que hemos visto pasearse en distintas escenas. Cuando aún estamos impactados por el final arremete nuestros oídos el alegre arreglo orquestado de Young Americans, de David Bowie. La música acompaña los créditos finales donde vemos las deprimentes imágenes de las empobrecidas víctimas de la Gran Depresión: filas de trabajadores despedidos, hombres afuera de sus viviendas miserables, muchas personas enfermas y un elenco que parece no tener fin de miradas perdidas, adictos, soldados muertos, personas asesinadas, niños abandonados… todos los desechables de la Young America.
LAYLA en Goodfellas (1990)
Esta icónica canción de Eric Clapton termina, después de intensos riffs y arreglos de rock pesado, con una transición a un ritmo lento que abre con hermosos acordes de piano. En una de las mejores películas de mafiosos, Martin Scorcese nos cambia la percepción tradicional de Layla al ponerla en una secuencia narrada por el gangster Henry Hill. Vemos un Cadillac rosa donde descubrimos, frente a una imagen religiosa como único testigo, a dos cadáveres ensangrentados. La cámara recorre desde la parrilla del auto hasta la ventana lateral izquierda para dejarnos ver a la hermosa rubia con los ojos abiertos, al lado de su acribillado acompañante. La música disminuye de volumen a ratos y escuchamos la voz del narrador mientras vemos dos cadáveres más en medio de la basura de un camión. La música sube nuevamente para acompañar a la cámara dentro de un camión refrigerado donde cuelga, en medio de reses muertas, una quinta víctima de la mafia, con los labios “tan congelados que no se le pudieron abrir hasta dos días después”. El piano de Layla sigue en el fondo hasta terminar con la perorata de Henry Hill, explicándonos la ética de los “Buenos muchachos”.
http://www.youtube.com/watch?v=evHWaBI97Gs
HAPPY DAY en Shallow Grave (1994)
El carismático y tierno Andy Williams comienza a entonar su dulce balada. Su agradable voz es parcialmente ahogada por los desgarradores gritos de una hermosa mujer en un miniauto británico. Ella acaba de huir de la escena de un crimen en el departamento que compartía con sus mejores amigos y encuentra que el homicidio cometido fue a cambio de una maleta llena de periódicos. El otro involucrado en el delito yace en el piso de su cocina, con un enorme cuchillo clavado sobre su hombro y sobre un charco de su propia sangre. Ríe para sus adentros, pues él urdió la trampa para amiga. El tercero en discordia mira a la cámara sin ver, antes de ser cubierto con una sábana y engavetado en la morgue. Andy Williams vuelve a cantar el estribillo, eufórico, con las trompetas a todo lo que dan y el coro acompañándolo, mientras el director Danny Boyle nos repite la hermosa escena de los tres amigos en sus días felices, riendo con bromas juveniles antes de que se les ocurriera matar una persona, desmembrarla, atacarse con taladros y acuchillarse en su departamento compartido.
Escribe periodismo cultural, con espíritu chilango, desde Cholula, Puebla.