Big in Japan

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Nada tan sofisticado como el look de un japonés juvenil. Blusas de encajitos sobre blusas de encajitos, pantalones que parecen faldas, faldas que cubren pantalones y otras que de tan cortas podrían de una vez no estar ahí. La ropa está despojada de toda cualidad funcional. A esa regla también responde el desfile de cortes de pelo más impresionante del mundo: asimetrías, desvanecidos y rayitos —lo mismo en hombres que en mujeres— que combinados vuelven nulas las probabilidades de que una cabeza se parezca a otra en kilómetros alrededor. El pelo lacio y de corte regular es para los conformistas y los viejos.
     La tarde del 2 de julio multitudes de adolescentes sacados de las páginas de un comic manga se dieron cita en el lobby del cine del Centro Laforet, enclavado en el distrito de Harajuku, uno de los más caros y modernos de Tokio. Habiendo saturado el vestíbulo, ubicado en el sexto piso del mall, las colas para entrar a la sala serpenteaban la escalera que baja hacia los pisos cinco, cuatro y tres. La concentración de chicos modernos y sus cortes de pelo extremos quizá era esa tarde más alta de la normal. Los que aquí se habían reunido son fanáticos de una estrella de cine global: han seguido su fulgurante carrera, admirado su cara en revistas y comprado sus DVD’s en tiendas que le dedican estantes exclusivos. Son devotos del actor mexicano Gael García Bernal.
     Escéptica hasta unas horas antes de la función, dudaba del sentido de un programa dedicado a México con el nombre de B&C —por las inciales de Bernal y Cuarón— en el contexto de un Festival de Cortometraje: la edición 2005 del Short Shorts Film Festival, con sede en la ciudad de Tokio, dedicado a exhibir cortos de Oriente y de Occidente. La suma de las iniciales B y C es al parecer relevante para el público japonés porque, además de la ubicuidad internacional de Gael, los hermanos Carlos y Alfonso Cuarón fueron guionista y director de Y tu mamá también, un éxito en Tokio gracias a la popularidad del actor. Alfonso Cuarón dirigió también El prisionero de Azkabán, tercera entrega de la saga de Harry Potter, taquillera de por sí en todos los países del mundo. Como cada año en sus siete de existencia, el Festival dedicaba un programa a exhibir los cortometrajes de directores reconocidos, algunas veces como homenaje a sus inicios, otras por ser material fuera de circulación, y en ambos casos reivindicando al cortometraje como el género que deja ver la simiente de un estilo. De Carlos se proyectaban Noche de bodas y Sístole y diástole; y de Alfonso se había elegido Murder Obliquely, capítulo de la serie Fallen Angels de la cadena hbo, mismo que le ganaría un premio y le abriría las puertas en Hollywood.
     Lo que importaba, sin embargo, era ver en pantalla a Gael. Como éste no aparecía en los cortos de los hermanos Cuarón, se proyectaban El ojo en la nuca de Rodrigo Plà, y De tripas corazón de Antonio Urrutia. Ambas historias lo tenían como protagonista, y hacían valer los mil quinientos yenes que costaba el boleto de entrada: casi ciento cincuenta pesos por hora y media de proyección. Los cortos habían sido subtitulados al inglés y al japonés.
     Fuera de la talla pequeña y el distintivo peinado a gajitos, es poco lo que empareja a Gael con sus huestes de fans japoneses. El misterio de su appeal crece cuando se es testigo por unos días del abismo que yace entre los gustos de un público oriental —la mayoría— y los gustos de un público occidental —los directores en competencia invitados por el Festival. Durante los tupidos cinco días de exhibición, dieciséis cortos provenientes de países asiáticos y cuarenta de países de Europa, América y Australia echaron luz sobre los temas y tonos que marcan escisión cultural. El humor y las referencias al sexo, por encima de cualquier otra cosa, recordaban cosmovisiones distintas: nos reímos de cosas distintas, el sexo es una obsesión sólo Occidental.
     Si humor y sexo de por sí causaban emociones desincronizadas, el programa mexicano trajo un desconcierto brutal: el albur es un metalenguaje que nada más no rifa en el Japón. Chicos y chicas de pieles perfectas, pelos en picos y ropas en capas, se mantuvieron imperturbables ante historias sobradas de hormonas, varias mentadas de madre y hasta una Salma vestida de monja y buscando en Xochimilco un lugarcito para hacer pipí. La recompensa estaría dada por la imagen de su ídolo en brazos de prostitutas de pueblo, enseñándole a sus amigos el tamaño de su pene, y vengando la muerte de su padre asesinado en tiempos de la dictadura chilena. Terminada la corrida de cortos el público podría preguntar todo lo que se le ocurriera sobre el cine mexicano de los últimos años. A ellas responderíamos un representante de Imcine y yo, invitados por el Festival con el único fin de atender las dudas y hablar sobre una cinematografía que se esperaba que causara, cuando menos, cierta curiosidad. La pregunta fue sólo una, tímida y seguida de las risitas que no se oyeron durante hora y media de proyección: ¿Sabíamos si Gael tenía pensado viajar para allá? “No”, respondimos, y ya nadie averiguó nada más. Calladitos dejaron la sala y volvieron a las avenidas en que jamás se hace de noche porque al cielo lo ilumina el neón; las luces afuera del cine los reclamaban otra vez. –

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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