Oppenheimer: un aparatoso, mesurado y belicoso Nolan

En torno a la historia del científico que colaboró en la ejecución del proyecto nuclear, Christopher Nolan ha hecho un filme que apuesta por la ambigüedad y se aleja del sentimentalismo y el enredo argumental de sus cintas previas.
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Esta vez el estilo grandilocuente y sentimental de Christopher Nolan llega atemperado. No es que haya dejado de lado la aparatosidad que lo encumbró y que dio pie a que cada vez que estrena una película se considere como un gran evento fílmico y que, además, haya expectativas de éxito equiparables a la monumentalidad del proyecto. En Oppenheimer (2023), la película con la que Nolan recupera los signos vitales luego del fallido enredo de Tenet (2020), hay una mesura inusual en el tono del director, que ahora apuesta por la ambigüedad y se aleja de la emotividad vecina de lo sensiblero de, por ejemplo, Interestellar (2014). 

Con la guerra no hay pierde. La película del belicoso Nolan, que ya ha dedicado varias cintas a este tema, cabe dentro del subgénero de dramas de la Segunda Guerra Mundial; películas que van desde Casablanca (1942) de Michael Curtiz, pasando por La lista de Schindler (1993) de Steven Spielberg, hasta Dunkerque (2017), del mismo Nolan. El cine ha influido como ninguna otra expresión en el imaginario colectivo bélico. Hay una idea de la guerra a partir de las películas y una fascinación particular e incesante por el cataclismo.

Con Oppenheimer –cuya curiosa sinopsis embauca con facilidad: “la paradoja y las encrucijadas de un hombre enigmático que para salvar al mundo debe arriesgarse a destruirlo”– Nolan vuelve al siglo despiadado del Titanic, Chernóbil, Auschwitz y, por supuesto, Hiroshima y Nagasaki. Temas que curiosamente han revivido en tiempos recientes, el caos revolcado en las noticias, sombras perennes. La película narra la historia de J. Robert Oppenheimer, científico encargado de dirigir el Proyecto Manhattan para desarrollar la bomba atómica, como parte de una carrera armamentista con los nazis. Aunque la publicidad diga lo contrario, la historia de Oppenheimer no es extraordinaria ni singular, sino la de un científico que colaboró en la ejecución de un proyecto atroz.    

El embalaje del filme, como era de esperarse en una cinta de Nolan, es intrincado: tres momentos o tramas que cuentan la vida del científico, el proceso de persecución posterior a su gloria y el desmantelamiento de la maquinaria política que sustentó y usó su trabajo. Las altas cotas de ambivalencia de Oppenheimer están a cargo del irlandés Cillian Murphy, verdadero poker face, un intérprete contenido que sabe mostrar, pero también ocultar, las motivaciones del personaje, según lo requiera la historia.

No es la primera vez que Murphy colabora con Nolan, pero sí es la primera ocasión en mucho tiempo en que el director se aleja del patetismo de actores marca Hollywood como DiCaprio (El origen, 2010) o McConaughey (Interestelar). El Oppenheimer de Murphy es un hombre enjuto, infiel, pero controlado en sus impulsos sexuales, que siente simpatía por los comunistas de su época y que entra en la oscura zona de la política para influir en la seguridad armamentista. En ese sentido, se parece bastante al Batman de Nolan: dos hombres que disfrazan sus dudas y pulsiones y lo ponen todo de cabeza por la seguridad de su patria. Se sabe: en el cine de Hollywood, la patria es el mundo.  

El pomposo relato nolaniano encuentra su contraparte en obras más discretas. Aunque es plausible, la hecatombe apenas se puede imaginar. La mejor película sobre ello es un cortometraje de Godard inserto en el filme coral Ro.Go.Pa.G (1963). En Il nuovo mondo el director francés propone de una manera sencilla cómo cambia la percepción de un hombre luego de la explosión, sin mayores consecuencias, de una bomba atómica a 120 kilómetros de París. Aunque nada es diferente, ya nada es lo mismo: durante el desayuno ha dejado de escuchar ciertos sonidos; mientras platica con su novia, reconoce que la ruptura es inminente. Del lado de la literatura hay que mencionar Proyecto Manhattan (Antílope, 2021), texto con elementos dramatúrgicos de la escritora mexicana Elisa Díaz Castelo, que pone de frente a las mujeres que participaron en la creación de la bomba atómica. Ahí aparecen Jean Tatlock, psiquiatra comunista, suicida y antigua amante de Oppenheimer, y Kitty Oppenheimer, esposa del científico y madre de sus hijos. Con apenas pinceladas en la película, estos personajes la dotan de una profundidad notable. “Todavía sigo ahí, la vida me detuvo en el instante, soy siempre todavía el momento quieto de la bomba”,escribe Díaz Castelo, que rememora el castigo del Prometeo encadenado de Esquilo: la condena del presente perpetuo. Haciendo a un lado la espectacularidad, estas obras recuperan lo nebuloso de este horizonte histórico.  

Con su promesa cumplida de grandes dosis de adrenalina, la escena estelar de Oppenheimer, la detonación de la bomba, encuentra correspondencias perturbadoras en otros momentos del filme. Las fantasías punitivas de Murphy, que en la puesta de cámara de Nolan son imágenes visuales y sonoras que lo suspenden de la realidad y lo hunden más en ella, son de verdad sugerentes. Las visiones se le presentan como si la condena por sus actos fuera vivir la angustia y el pavor en un presente continuo, incapaz de librarse de él. Destaca una imagen sonora que remite a la marcha de un batallón que le taladra los oídos continuamente, y cuyo origen curioso se revela más tarde.

No exenta de los tics de su creador –por ejemplo la revelación final de una falsa intriga y, ay, la excesiva duración–, Oppenheimer es la obra con la que Christopher Nolan juega mejor con el lenguaje fílmico. Más que montar el horror en sí mismo de manera excéntrica y abusiva, lo insinúa, y alude a la barbaridad a través de los gestos y móviles de los personajes, por ejemplo, la cara de la alcohólica y casi profeta Kitty Oppenheimer en la piel de Emily Blunt que, con un par de contorsiones, le anticipa a su esposo que ya nada será igual, que la realidad se va alterar.

Es notable que con Oppenheimer Nolan, que junto a Denis Villeneuve es el director con la marquesina más amplia del cine comercial, haya hecho un filme mesurado, sin el asomo sentimental de su cine previo, y que incluso raya en la sorna de un científico que se volvió el empresario de la bomba atómica. Un regreso inesperado el del rimbombante Nolan. ~

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es periodista cultural, crítico de cine y traductor literario.


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