Vleesdag (Holanda, 2025) se anuncia, desde su afiche, como “la película de horror holandesa más sangrienta de la historia”. Debo confesar que no soy especialista en el cine de los Países Bajos pero, en todo caso, no dudo que esta compacta cinta de horror gore sí sea de lo más violento que se haya hecho en la tierra de los tulipanes. Es más: bien podría competir como la película más sangrienta de cualquier año en cualquier otra industria cinematográfica del orbe.
Dirigida por Martijn Smits, fue una de las más notables sorpresas del pasado Fantastic Fest, el mejor festival estadounidense de cine fantástico y de horror que cada año se lleva a cabo a fines de septiembre en Austin, Texas. Presentado en competencia en la sección competitiva “Horror”, en donde suelen exhibirse las propuestas más radicales, Vleesdag es una brutal pieza de violencia nihilista que no toma rehenes ni deja a nadie a salvo.
Mirthe (Caro Derkx) es una bienintencionada jovencita que entra a trabajar en un rastro de cerdos, con el fin de infiltrarse en ese modesto negocio familiar para brindar información a los miembros de una pequeña célula animalista, Animal Army, que está en contra del sacrificio de esos voluminosos depósitos de carnitas y chicharrones. Mirthe es descubierta por el hijo del dueño y despedida de inmediato, lo que no evita que la muchacha y sus compañeros de lucha entren por la noche a la granja para sabotearla. El asunto es que todo lo que podría salir mal sale peor, no solo a los militantes animalistas sino a la propia familia nuclear –papá viudo, dos hijos mayores, una niñita enferma– cuyo único sustento es la crianza y sacrificio de cerdos.
Acabo de anotar que todo lo que podría salir mal sale peor aunque, en sentido estricto, como aficionado al cine de horror más extremo, lo cierto es que todo sale muy bien en esta película. La traducción literal del holandés al español del título es “El día de la carne” y, en efecto, esto es lo que presenciamos en esta hiperviolenta cinta que presume la vieja premisa dramática de la invasión de hogar. Aunque al inicio uno podría estar del lado de los idealistas y radicales animalistas que buscan salvar a esos pobres cerdos que esperan ser sacrificados en el matadero, muy pronto las fronteras entre héroes y villanos se borran por completo, a tal grado que víctimas y victimarios se confunden, la sangre brota a borbotones de los cuerpos y la carne –no la de los puercos– se escalda, se penetra, se corta, se mutila, hasta llegar a un desenlace genuinamente perturbador, uno de los más brutales finales de guillotina que he visto en mucho tiempo.
Disforia (España, 2025), de Christopher Cartagena, también tiene como centro argumental una invasión hogareña, aunque la premisa inicial es muy diferente. La cinta, presentada en competencia en la propositiva sección Next wave, nos ubica en un futuro distópico acaso muy próximo, con todo el mundo colapsado por una crisis económica global, levantamientos populares por doquier, enfrentamientos callejeros al pasto y demás signos apocalípticos, entre los que destaca una epidemia de suicidios. Haga de cuenta que Donald Trump gobernara el mundo entero y no solo Estados Unidos.
A una cabaña muy cerca de la frontera entre España y Francia llega a protegerse de este derrumbe una familia nuclear –papá perpetuamente preocupado, mamá con la disforia del título y sin medicamentos a la mano, hijita rebelde que no se quita una máscara de simio ni para dormir– que, se supone, está ahí porque luego cruzarán hacia Francia con el fin de encontrarse con otros parientes. Sin embargo, después de pasar una tensa noche, el hombre ha desaparecido a la mañana siguiente, mientras una mujer, que dice ser la compradora de esa misma cabaña, está tocando la puerta.
El director Cartagena cambia del tono distópico inicial al más convencional del thriller hiperviolento con energía y prestancia, mientras que el feroz enfrentamiento femenino entre la psicópata Claudia Salas y la madre de familia Fariba Sheikhan quita el aliento. Si esta es la ópera prima de Cartagena, habrá que esperar lo que hace después.
Luger(España, 2025), otra cinta española presentada en la sección Next wave, es más abiertamente tradicional, pero esto no es un defecto sino una característica, tanto en la forma como en el fondo, y muy bien asumida.
El guion escrito por el propio director debutante Bruno Martín en colaboración con Santiago Taboada tiene como protagonistas a dos tipos rudos (David Sainz y Mario Mayo, muy convincentes) que se dedican a hacer trabajitos que están siempre en la frontera de lo ilegal. El lío que provocará golpizas, torturas, balaceras y varias muertes –litros de sangre derramada incluidos– inicia cuando los dos malandros son contratados para recuperar un auto robado que el dueño ya tiene localizado. El hombre no quiere involucrar a la policía –luego sabremos por qué– y a los dos tipos rudos tampoco les importa mucho sus razones, siempre y cuando les paguen lo estipulado. Cuando los protagonistas recuperan el auto y abren la cajuela, no encuentran la maleta llena de dinero que buscaba el dueño del carro, pero sí una caja con la luger del título, un arma alemana, nazi por añadidura, y además de colección.
La película me hizo recordar el cine inicial del mejor Guy Ritchie, no solo por los interminables enredos en los que se ven envueltos todos los personajes por cuyas manos pasa el arma nazi de marras, sino por el sentido del humor (“La gente que compra objetos nazis suelen ser nazis”, dice alguien en un momento tan lógico como hilarante) y, además, porque a ratos no se les entiende nada debido al crudo argot madrileño con el que hablan todos. Igual, lo más importante es la acción y esa está dirigida con una solvencia intachable por el debutante Martín.
Finalmente, en The cramps: A period piece (E.U., 2025), también hay sangre pero de otro tipo, por otras razones y en otro tono muy distinto. Los cólicos del título en inglés son los que sufre nuestra protagonista, la buenaza y rolliza Agnes Applewhite (Lauren Kitchen), una jovencita virgen y reprimida que entra a trabajar en un excéntrico salón de belleza mientras lidia con su dolorosa dismenorrea y entra en contacto con una galería de personajes salidos de las primeras películas de John Waters, travestis barbudos y alegres satánicas incluidas.
Realizada en 35 mm con tres pesos –o con tres dólares, pues– y con un estilo provocadoramente amateur, esta divertida comedia de horror fantástico dirigida por Brooke H. Cellars funciona, también, como una inspiradora historia femenina de crecimiento y maduración en medio de dolorosos cólicos y de sangre derramada por todas partes. Parafraseando a cierto comediante mexicano del siglo pasado, en The cramps la sangre sale donde sea, como sea y hasta por donde sea, por esos lugares que usted ya se imagina. O se invagina. ~