Dos reinas

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Lady
Di pudo haber sido la María Antonieta del siglo xxi, pero la
muerte le llegó antes que la corona, evitándole la
decapitación aunque no el espectáculo de su
degradación; la gran diferencia es que el público de
ese proceso fatal terminado en un túnel de París en el
verano de 1997 no lo formaron los sans-culottes
y las tricoteuses
que aplaudían en 1793 frente al cadalso de los monarcas
franceses, sino la reina Isabel ii de Inglaterra y su camarilla. Con
lo cual, resulta apropiado que The
Queen
(La reina),
la película de Stephen Frears, sea más acerada y
truculenta que Marie
Antoinette
, de Sofia Coppola.

Cinematográficamente,
The Queen es tan
efectiva como rudimentaria. Hace ya años -a mi juicio desde
1990, cuando realizó Los
timadores
(The
Grifters
)- que el autor de Mi
hermosa lavandería
y otras excelentes películas
de los años ochenta está en baja forma, si bien sus
películas siempre atraen y mantienen una calidad cuando menos
decorosa. The Queen
no pasa de ser un culebrón antimonárquico entreverado
de docudrama, y, como en esos dos modelos televisivos, Frears compone
su relato documental y sus escenas de intimidad obscena con un brío
y una economía totalmente ajenos a cualquier formalismo. Sólo
en una ocasión reaparece el “autor”, produciendo un efecto
casi desconcertante en una película tan despojada de figuras
de estilo como ésta; me refiero a la secuencia del accidente
que sufre la reina en la campiña escocesa, con la aparición
espectral del gran ciervo a sus espaldas y el guiño posterior
de la visita regia al animal cazado. El resto de The
Queen
es todo mecanismo de relojería narrativa, que
encaja sus piezas magistralmente hasta el estallido final, en un
diálogo no por irónico menos mortífero, entre la
reina Isabel y el primer ministro Blair. Las escenas domésticas
de los Blair ante el televisor mientras devoran hamburguesas llevando
ropa basura son demoledoras, casi tanto como las que nos muestran a
la familia real en Balmoral o Buckingham despedazando la memoria de
la infeliz Diana y no mucho mejor vestidos. Sólo por ver la
gradación gestual y el timbre agudizado del inglés de
la prodigiosa Helen Mirren mientras asiste a la “revolución
popular” tras la muerte de Lady Di vale la pena pagar la entrada
del cine.

Frente
al bisturí explosivo de Frears, Sofia Coppola utiliza la
felicidad formal del pop art,
en un film que a ratos parece la plasmación cinematográfica
del espíritu de Andy Warhol. “Sólo he querido hacer
una película sobre adolescentes en Versalles”, dijo la
guionista y directora de Marie
Antoinette
, y esa intención, plenamente lograda
entre el brillo de las crinolinas y los salones de grandes espejos,
se convierte simultáneamente en un autorretrato de la autora,
trasmutada –en paralelo a su protagonista Kirsten Dunst– en
pequeña magnate extranjera que cae en un país extraño
y en una corte de estrafalaria etiqueta, al principio vista con la
picante curiosidad de la adolescencia y poco a poco rehuída
por su atosigante aparato.

Y
es que si a Frears le interesaba sobre todo el lenguaje de clase, a
Coppola le basta con las imágenes, nunca banales, siempre
significativas, amontonadas con gusto y encuadradas con ojo de gran
cineasta, como si al espectador se le ofreciese, a un ritmo
vertiginoso y mientras suena una banda sonora hip,
pasar las páginas de un elegante libro ilustrado o (pensé
a menudo mientras veía la película) un número de
la buena época de la revista Andy
Warhol’s Interview
. Esta imaginería trepidante
ofrece momentos de una brillantez muy reveladora, en su ligereza: la
levée de la
joven reina ante las damas de compañía, que se pelean
por vestirla mientras ella se hiela en camisón, la primera
noche nupcial presidida por el cardenal, el rey y la corte, las
comidas de la pareja real anunciadas plato a plato por el chambelán,
o esos vislumbres new age
del refugio que María Antonieta encontró en su
ecológica aunque carísima vida aldeana, rodeada de
nobles tan desocupadas, ansiosas e inteligentes como ella.

Minimalista
y lujosa, coruscante y –a la postre– profundamente triste, MarieAntoinette también
habla de intrigas del poder e históricas bombas de relojería,
pero acaba allí donde empieza The
Queen
, en la muerte de la desdichada soñadora. Andy
Warhol hizo de las sillas eléctricas enseñas
desnaturalizadas, incruentas, de la crueldad institucional; Sofia
Coppola es aún más elusiva respecto al dolor. Ni
siquiera nos muestra la guillotina. ~

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Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
más reciente es 'El tercer siglo. 20 años de
cine contemporáneo' (Cátedra, 2021).


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