A comienzos del verano de 1832, ocioso en Roma, Stendhal empieza a escribir Souvenirs d’รฉgotisme, un bellรญsimo recuento autobiogrรกfico que quedarรญa inacabado, siendo publicado pรณstumamente en 1892. El novelista titula esos recuerdos con un tรฉrmino inglรฉs acuรฑado por el ensayista y poeta Joseph Addison en 1714 para definir la muy francesa disposiciรณn “a hablar demasiado de sรญ mismo” que los Seรฑores de Port-Royal, dice Addison, reprobaban. Siendo similar a egรณlatra o a egocรฉntrico, egotista, por su ilustre ascendencia anglofrancesa, nos suena mejor, sobre todo desde que el memorial fue traducido como Recuerdos de egotismo por nuestra eminente stendhaliana Consuelo Berges. En uno de sus pรกrrafos iniciales, Stendhal dice: “¿Tendrรฉ el valor de contar las cosas humillantes sin preservarlas con infinitos prefacios? Asรญ lo espero”, redondeando su pregunta con esta afirmaciรณn insolente: “Estoy profundamente convencido de que el รบnico antรญdoto que puede hacer olvidar al lector los eternos ‘Yo’ que el autor va a escribir es una perfecta sinceridad.”
Dos pelรญculas britรกnicas de รฉxito, Mr. Turner y The Imitation Game, tratan de egotistas desaforados y geniales, cada uno en su territorio, y lo hacen con la verdad por delante. En The Imitation Game, el egรณlatra protagonista es Alan Turing, segรบn Winston Churchill el hombre que mรกs contribuyรณ a la victoria aliada en la Segunda Guerra con sus trabajos de desciframiento de los telegramas del alto mando alemรกn, teniendo esa labor suya la peculiaridad de que, mientras descifraba los enigmรกticos mensajes nazis, Turing envolvรญa en una nube de misterio su propio enigma; el matemรกtico, superdotado y poseรญdo de sรญ mismo, se veรญa obligado a esconder el entonces grave delito de la homosexualidad, que le llevarรญa, pese a su reconocida heroicidad, a la deshonra y el suicidio. El director noruego Morten Tyldum cuenta con perfecta sinceridad, como lo querรญa Stendhal, el autismo y las tendencias amorosas del siempre un tanto infantil matemรกtico, una personalidad rica en contrastes que ni siquiera resultaba aceptable explicitar en el aรฑo 2001, cuando, en Enigma, el cineasta Michael Apted, a partir de un guion de Tom Stoppard que cambiaba los nombres de los personajes histรณricos, reflejรณ con mรกs enjundia narrativa pero disimulo de su intimidad la misma operaciรณn llevada a cabo por Turing y sus colaboradores en los cuarteles secretos de Bletchley Park. The Imitation Game no amontona prefacios mixtificadores de la naturaleza sexual del genio, pero su relato es superficial, desvirtuando la interesante figura de Joan Clarke (Keira Knightley, poco mรกs que voluntariosa), la mujer que se enamorรณ del hombre de ciencia sospechando que el sentimiento no podรญa ser recรญproco. Quien sรญ se luce es Benedict Cumberbatch, uno de los actores mรกs estimulantes de los que hoy trabajan en inglรฉs.
En el mismo registro de desvelaciรณn รญntima de un prodigioso egocรฉntrico se mueve Mr. Turner, costume drama de Mike Leigh sobre los รบltimos aรฑos de la vida del gran pintor que, cumpliendo sus funciones ilustrativas y biรณpicas, decepciona por ser obra de un director a quien le pedimos mรกs que una bonita estampa plagada de frases rimbombantes y anรฉcdotas escolares, como la del diminuto elefante que hay que buscar en la famosa pintura de Anรญbal cruzando los Alpes. Tiene interรฉs, un tanto morboso, la larga secuencia del dรญa preinaugural de la exposiciรณn de la Royal Academy, con las apariciones de los artistas del momento, Wilkie, Stothard, Sir John Soane, el atormentado Haydon y, sobre todo, Constable, laborioso en el acabado del paisaje que presenta y receloso del imprevisto asomo de genio dรญscolo de su colega Turner; el figurรณn de John Ruskin, un tanto astracanado, produce hilaridad. Es para mรญ incomprensible, sin embargo, que, pese a las eruditas justificaciones lumรญnicas dadas por Leigh y su director de fotografรญa Dick Pope, el รกmbito y la plasmaciรณn del arte turneriano, protosimbolista, a menudo ambiciosamente literario y tendente a la abstracciรณn, queden reducidos a un pictoricismo mรกs bien relamido y de sabor holandรฉs.
Cinematogrรกficamente, el mejor egรณlatra de la cartelera actual es el que interpreta, con guiรฑos autobiogrรกficos, el actor Michael Keaton, cรฉlebre por sus Batmans, en la nueva pelรญcula de Alejandro Gonzรกlez Iรฑรกrritu, quien tambiรฉn se gana con toda justicia, al menos en tรฉrminos estรฉticos, el calificativo de egotista. Birdman fascina y puede irritar desde el comienzo, con su mezcla de virtuosismo narrativo y levitaciones psรญquicas que dejan chicas a las que se producรญan en Cien aรฑos de soledad, tildadas en su dรญa maliciosamente por Cabrera Infante de “escenas Mary Poppins”. Pues bien, es una lรกstima que un filme inteligente y atrevido como el del director mexicano incurra en la media hora final en un “marypoppismo batmaniano” tan innecesario, y, todo hay que decirlo, tรฉcnicamente poco lucido. Birdman, emulando Iรฑรกrritu la ambiciรณn de Hitchcock en Rope (La soga, 1948) y de Sokurov en El arca rusa (2002), filma casi todo el metraje de su larga pelรญcula en un plano secuencia trucado con habilidad, pero rompe incongruentemente esa unidad de lugar y espacios cuando se produce el disparo real en el escenario, punto en el que la plรกstica y el tempo fรญlmico frenรฉtico y arrebatador se contagia del mal moderno que yo llamarรญa el sรญndrome de El รกrbol de la vida (2011), la patochada trascendental de Terrence Malick.
Ni siquiera esa grave infecciรณn estropea el placer ofrecido casi siempre por Birdman, que escenifica un combate permanente de egos situados en el interior de un teatro, una construcciรณn musical que alterna los trozos solemnes de, entre otros, Mahler, Chaikovski, Rajmรกninov y John Adams, con estupendos solos de baterรญa en plan de comentario รฉpico, y escenas memorables, todas las que interpretan Mike (Edward Norton), rival egotista de Riggan (Michael Keaton), la joven Sam (Emma Stone) y Tabitha, la crรญtica de teatro mortรญfera (Lindsay Duncan), asรญ como esa salida en calzoncillos a las calles de Broadway de un Riggan que durante unos minutos, accidentalmente, ha perdido la vigilancia del superego y se queda en cueros con su yo. ~
Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).