El cine del enfermo

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Mientras uno estรก sano, no existe. Es decir: uno no sabe que existe. La afirmaciรณn es de Cioran en uno de sus textos mรกs deletรฉreos, โ€œSobre la enfermedadโ€, recogido en el libro La caรญda en el tiempo, donde tambiรฉn se puede leer lo siguiente: โ€œPara que la conciencia alcance una cierta intensidad es necesario que el organismo sufra y que incluso se disgregue: la conciencia, en sus principios, es conciencia de los รณrganos. Sanos, los ignoramos; es la enfermedad la que los revelaโ€. Lo que el filรณsofo franco-rumano llamรณ la โ€œimaginaciรณn de la desgraciaโ€ ha dado, como es sabido, algunas de las mรกs grandes obras maestras de la novela, siendo la peste, la tuberculosis, la sรญfilis y la esquizofrenia los motivos inspiradores de esa literatura de la enfermedad. Despuรฉs se extendiรณ el cรกncer, otra fuente de muerte y transfiguraciรณn artรญstica, hasta que el sida empezรณ a mediados de los aรฑos ochenta su mortรญfera propagaciรณn y con ella los primeros reflejos en la ficciรณn.

Tampoco el cine lo ha eludido, pero รบltimamente, despuรฉs de una avalancha en la dรฉcada de los noventa de pelรญculas norteamericanas, tanto indies como mainstream, y alguna notable aportaciรณn europea posterior (como el musical Jeanne et le garรงon formidable, de Ducastel y Martineau), el sida parecรญa haberse disipado temรกticamente, y sรณlo ser aludido en un mรกs amplio contexto de denuncia sanitaria antiglobal, como en El jardinero fiel de Fernando Meirelles. Llega ahora sin embargo la pelรญcula de Andrรฉ Tรฉchinรฉ Los testigos (Les tรฉmoins), que desde su mismo tรญtulo indica la pretensiรณn de dar testimonio de un momento preciso, fechรกndose sus tres partes entre 1984 y 1985, el tiempo de la primera gran alarma mundial de la epidemia.

El relato a varias voces (conducido por la mรกs superficial de todas, la de la novelista que habla en off) insiste en un patrรณn narrativo โ€œen mosaicoโ€ que Tรฉchinรฉ utilizรณ magistralmente hace aรฑos: en Los juncos salvajes, en Los ladrones. Desde entonces, este siempre estimulante cineasta no ha dado a mi juicio una obra de la calidad que tuvieron aquรฉllas y algรบn otro tรญtulo de los aรฑos noventa, siendo el suyo un caso especialmente lamentable de director dotado y quizรก agotado. A la incredulidad casi constante que producen los principales personajes de Los testigos (el policรญa de origen marroquรญ, su mujer, la novelista bloqueada, el doctor enamorado y demasiado santo, la hermana cantante de รณpera alojada en un burdel) se aรฑade el hecho de que su protagonista, Manu, el muchacho de provincias que llega a Parรญs a vivre sa vie y allรญ se contagia del VIH, estรฉ interpretado por un actor muy parco, por no decir algo mรกs cruel, en sus registros dramรกticos, Johan Libรฉreau. Otra anomalรญa insรณlita en la filmografรญa de Tรฉchinรฉ, descubridor de jรณvenes valores que luego quedaron en la nรณmina del cine francรฉs.

โ€œEsto es la guerra, y hay que prepararse para resistirโ€. La frase la dice en la segunda parte del film, cuando la comedia de costumbres sexuales se convierte en tragedia vรญrica, Adrien, el mรฉdico homosexual maduro contra cuyo esquematismo de trazo en el guiรณn lucha, casi siempre infructuosamente, el gran actor Michel Blanc. Pero la pelรญcula no lleva al espectador a esa revelaciรณn de la conciencia que, segรบn Cioran, produce la enfermedad mortal, con su capacidad de dar espesor tanto a los actos del enfermo como a las percepciones de sus allegados. Los testigos acaba disipada y adelgazada de sustancia hasta lo casi inane.  

Es una lรกstima que precisamente ahora, cuando el sida ha perdido su aura demonรญaca y culposa, aunque no por desgracia su letal amenaza (especialmente en el Tercer Mundo), Tรฉchinรฉ, que estuvo en el cรญrculo de amigos de Roland Barthes, no haya recordado y aplicado a su pelรญcula las hermosas y pertinentes palabras que el filรณsofo pronunciรณ en enero de 1977, tres aรฑos antes de morir atropellado, al inaugurar el curso en el Colegio de Francia. En su lecciรณn, desarrollada a partir de una relectura de La montaรฑa mรกgica, Barthes habla del โ€œcuerpo histรณricoโ€ del lector, y dice lo siguiente: โ€œEn cierto sentido, mi cuerpo es contemporรกneo de Hans Castorp, el hรฉroe de La montaรฑa mรกgica; mi cuerpo, que aรบn no habรญa nacido, tenรญa ya veinte aรฑos en 1907, fecha en que Hans penetrรณ y se instalรณ en โ€˜el paรญs de lo altoโ€™; mi cuerpo es bastante mรกs viejo que yo, como si nos quedรกsemos siempre con la edad de los miedos sociales que, por azar de la vida, nos han afectadoโ€.~

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Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).


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