El joven cineasta y el viejo cascarrabias: sobre Claudio Isaac y Luis Buñuel

En 'Luis Buñuel: A mediodía', el escritor, cineasta y artista plástico mexicano Claudio Isaac describe a un Luis Buñuel brillante y contradictorio, sentencioso y humilde, celoso e ingenuo.
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El escritor, cineasta y artista plástico mexicano Claudio Isaac murió el pasado 27 de noviembre, a los 67 años. Enrique Krauze escribió que era uno de los seres más luminosos que había conocido. Llegué a México unos días después del fallecimiento de Isaac. Tanto Enrique como su mujer, Andrea Martínez Baracs, me hablaron de él, de sus cuadros, de documentales sobre Buñuel y Octavio Paz. Enrique Vila-Matas admira su obra Cenizas de mi padre: un libro “libre y magnífico; original en el tratamiento de un gran tema del que ningún escritor sale indemne”, escribió.

Estos días, en la casa de mis padres en Zaragoza, encontré por azar su libro Luis Buñuel: A mediodía, publicado por primera vez por Swan Isle Press en 2007 y reeditado en 2021 por las Prensas de la Universidad de Zaragoza, con un prólogo de Jordi Xifra. Es una maravillosa memoria fragmentaria del director calandino, contada desde un punto de vista tan inusual como iluminador. Los padres de Isaac, el cineasta y viñetista Alberto Isaac y la diseñadora de arte Lucero Ruedo, eran amigos de Buñuel. Isaac hizo una viñeta en defensa del cineasta cuando lo atacaban por rodar Viridiana en la España franquista que el director siempre le agradeció. Buñuel hace un papel en En este pueblo no hay ladrones, una película de Alberto Isaac. Claudio, primero como adolescente y luego como cineasta incipiente, se acercó al director que ya era un mito y leía sus guiones o atendía sus preguntas. El joven reprochaba cuestiones de puesta en escena de películas, y Buñuel decía que tenía razón, que quizá debía haber sido escultor.  

Es un retrato cercano, lleno de admiración y afecto pero también de matices. Es crítico con algunas de sus películas, con mucho aspectos de su personalidad. Era, como se sabe, contradictorio: cineasta de las frustraciones del deseo, y a la vez celoso y misógino; enemigo de las convenciones burguesas que exigía puntualidad y esperaba despierto a sus hijos por las noches para reprocharles malas compañías. Su oposición a la ortodoxia podía convertirse en otra ortodoxia. Era sentencioso y humilde. Isaac dice que siempre tuvo algo ingenuo, casi pueril, y hace un retrato emocionante de Jeanne Rucar. De Buñuel dice que no le gustaban los chistes, pero sí las bromas elaboradas. Algunas veces él mismo las arruinaba, por una tendencia a confundir las palabras que según Isaac es propia de los aragoneses: una vez quería burlarse de un amigo sacerdote diciendo que le habían visto en una discoteca y se equivocó y dijo cinemateca, provocando las risas prematuras de sus amigos conchabados. Dice que detestaba a Borges, quizá porque se parecían más de lo que le gustaba aceptar. Cuenta consejos y anécdotas geniales. En un banquete le dijo al que se sentaba a su lado que el vino era malísimo; cuando el otro respondió que lo producía él, Buñuel contestó: Pues entonces puede usted hablar mal de mis películas. En otra ocasión, Jeanne le avisó de que había unos periodistas que querían entrevistarle. Buñuel se hacía el remolón. Ella le dijo que eran de una revista obrera. Él les contestó que les dijera que era fascista. Le gustaba inventar etimologías como la de sacerdote, compuesta de “sa”, “un prefijo sánscrito de significado dudoso” y “cerdote, porcino asqueroso de proporciones enormes”. Odiaba palabras como esteticismos y metafísica.

Es un Buñuel anciano. Isaac habla de decadencia física, de sordera real o exagerada para evitarse problemas, de quitarse el audífono para no oír a pelmazos, de alguna caída borracho. Y de Buñuel, absorto, mirando escaparates, memorizando de viejo precios de las tiendas. Aparecen Sylvia Beach, de James Joyce (que miraba las piernas a Rucar con el ojo bueno, muy azul), el surrealismo, Robinson Crusoe, Libertad Lamarque, Gabriel Figueroa, Luis Alcoriza (que no le gustaba nada a Isaac) y también Julio Alejandro de Castro, guionista de Viridiana, Simón del desierto o Tristana y el único, dice Isaac, que se atrevía a mandar a Buñuel a la mierda: dos aragoneses pegando gritos.

Escribe de Buñuel: “Su gran lección, para mí, es la sencillez, la modestia, el desapego de las cosas materiales, su compromiso ético y su lucha por alcanzar la congruencia, su lealtad amistosa y su lealtad en general, su conciencia de lo relativo de las cosas de la vida, de lo mezquinas que son la fama, las ambiciones, la presunción. Dejó su solidez, su rectitud, la consistencia de su dignidad. Y sobre todo, la postura de no tomarse demasiado en serio, su combate contra la solemnidad: no solo la ajena, que restringe la libertad propia, sino la interior, que anquilosa y asfixia”. 

Era, dice, una mezcla de humildad y trascendencia. “Una sensibilidad que, por amor a la sencillez, presenta las cosas a la rajatabla”: “un discurso austero, sin rodeos, como el de Buñuel, nos parece crudo por más que lleve elaboración intelectual, premeditación. Y crudeza no son solo golpes secos, también puede interpretarse como frescura, vivacidad. El resultado, pues, sería un surrealismo más vivo, su belleza tan contundente como una piedra sin alisar: una belleza bruta”.

No le gusta mucho Mi último suspiro, pero rescata una frase formidable: “el sueño solo existe por el recuerdo que lo acaricia”.

Una versión más breve de este artículo salió en El Periódico de Aragón.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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