Peele y Nope: el cielo es el límite

Nope es una película sobre extraterrestres en la que el miedo llega demasiado tarde, y la supervivencia colectiva no es una prioridad.
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Una lista de películas parteaguas del cine estadounidense debería incluir a Get out (2017), del director Jordan Peele. Estrenada pocas semanas después de que Barack Obama concluyera su segundo periodo, la historia de Chris (Daniel Kaluuya), un fotógrafo negro que acepta pasar un fin de semana con la familia de su novia blanca, era una sátira feroz de la ilusión de que ese país, por fin, vivía una era posracial. No es que la ópera prima de Peele fuera innovadora por demostrar que el racismo no se había extinguido; lo que la distinguía de los cientos de reportajes, documentales y ficciones que han señalado la hostilidad de los segregadores, supremacistas o simples racistas de tradición era que sus dardos iban dirigidos a los blancos “amigos de los negros”. Es decir, los liberales que defienden sus causas solo para sumarse puntos y cuyos comentarios admirativos siguen siendo estereotipos raciales. Get out sugería que sus máscaras escondían intenciones perversas y volvió literal la amenaza de la falsa empatía. En un punto de la película, Chris comprendía que los blancos alivianados conformaban una secta de suplantadores de identidad.

Muchos dirían que la falsa solidaridad es el menor de los problemas actuales de los estadounidenses y que, por tanto, Get out no debería considerarse visionaria. Todo lo contrario: el ascenso de Trump, las protestas del movimiento Black Lives Matter y la incapacidad del Partido Demócrata de retomar las riendas muestran hasta qué punto las minorías de ese país siguen sintiéndose excluidas. Get out comunicaba de forma brillante el error de suponer que la llegada del primer afroamericano a la Casa Blanca significaba un reset en las formas de pensar de un país. Peor aún –y esa es la tesis de la película–, la elección de Obama les sirvió a muchos como coartada para aparentar fraternidad racial.

La siguiente película de Peele, Us (2019), comenzaba con una de las mejores secuencias del cine de horror: en un parque de diversiones, una niña negra llamada Adelaide se aleja de sus padres y entra en una casa de espejos. En uno de ellos, se ve a sí misma de espaldas; no un reflejo distorsionado sino su doble con vida propia. Ya adulta, Adelaide (Lupita Nyong’o) recibía la visita de una familia físicamente idéntica a la suya, pero en versión autómata y homicida. Esta vez, Peele recurría al arquetipo del doppelgänger para hablar de traumas profundos que vuelven y examinaba las pulsiones de autoextinción de su propia comunidad. Los dobles asesinos de Us emergían del subsuelo para reprochar a los “originales” su intento de borrarlos del mapa –o bien, de borrarse a sí mismos–. Una vuelta de tuerca invertía el rol entre “buenos” y “malos” y hacía eco de la advertencia de Get out: cuidado con el disfraz benévolo de los impostores.

Aunque Us se desplomaba bajo el peso de discursos que se explicaban en un monólogo final verborreico, la película confirmaba a Peele como un director que no seguía la ruta de la ilustración fácil y optaba por imágenes poderosas (así como metáforas y referencias a decenas de cintas) para exponer sus ideas sobre inequidad racial y sobre el deseo de poseerlo todo. Su tercera película, Nope, vuelve a abordar estos temas, pero es mucho más elusiva que las dos anteriores. Punto a favor para el director.

Los pósters publicitarios y los tráilers que circularon poco antes de su estreno sugerían solo que la película hablaba de algo extraño que aparecía en el cielo, posiblemente una nave espacial. Peele declaró que la pandemia había generado en todos el deseo de volver a salir y, a la vez, el temor de exponerse. Su película, decía, apelaba a ese miedo, pero por inscribirse en uno de los subgéneros más populares del cine estadounidense –el de invasiones extraterrestres– esperaba que animara a la gente a volver a las salas de cine. Todo esto hacía pensar en una película de paranoia menos preocupada por hacer crítica sociocultural y más cercana a las formas del cine de entretenimiento. Pero Peele es Peele, afortunadamente. Aun cuando su relato muestra a humanos a merced de algo que no es de este mundo, el director pone de cabeza las convenciones del género. Nope es inasible y se presta a interpretaciones múltiples, pero no por aglomeración de ideas (como sucedía en Us). Apuesta todo en las atmósferas apocalípticas del fotógrafo Hoyte van Hoytema y es una película etérea, en todas las acepciones del término. Basta decir que aquello que confirma a los personajes que existe algo que los acecha es notar que hay una nube que no se mueve conforme pasan los días. Cabe aplaudir el nivel de confianza en sí mismo de un director que, en la era de TikTok, pide a su audiencia fijar la vista en el cielo. Es algo que correspondería a una película de, digamos, Terrence Malick, pero que resulta una osadía admirable en una “película de verano”.

La anécdota de Nope transcurre en un desierto al sur de California. Sus protagonistas son los Haywood, dueños de un rancho de caballos que renta estos animales a producciones de televisión y de cine. La cercanía geográfica con Hollywood explica su actividad, pero también sirve a Peele para establecer su premisa: el ansia de ser parte del showbiz ha hecho que las personas vean todo a su alrededor como un espectáculo en potencia. Incluso si son desgracias, personales o ajenas. Incluso si se tratara de una invasión espacial.

El propietario del rancho Otis Sr. (Keith David) cae fulminado cuando, mientras cabalga, un objeto pequeño que cae del cielo le perfora la cabeza. Su hijo Otis “OJ” Jr. (Daniel Kaluuya) presencia la escena, y apenas se pregunta por el origen del nubarrón que escupió todo tipo de cosas. La reacción estoica de Kaluuya ante casi todo lo que ocurre en la cinta es una de las genialidades de Nope: parecería que nada le sorprende o que está acostumbrado a lidiar con los males del mundo. Otra de las formas de deconstruir el género y una manera de Peele de caracterizar el hartazgo racial.

Tras la muerte del padre, OJ y su hermana Emerald, “Em” (Keke Palmer), se hacen cargo del rancho, aunque ella preferiría ser actriz y cineasta. En el set de un comercial, mientras preparan a uno de sus caballos, Em dirige al crew un discurso entusiasta en el que afirma que los Haywood son descendientes del jinete negro que aparece en la famosa serie de fotogramas Caballo en movimiento, de Eadweard Muybridge, precursor del cinematógrafo. Em agrega que el jinete nunca fue identificado por su nombre. Nadie del crew le da importancia al asunto, pero el diálogo sobre el anonimato del jockey conecta a Nope con las tesis de Get out y de Us: históricamente, los miembros de la comunidad negra han sido vistos como intercambiables, útiles pero no meritorios, cosa que se extiende al ámbito de la representación en cine. En la secuencia inicial de créditos Peele incluye la hipnótica cronofotografía del caballo y su jinete anónimo. Cuando, hacia el final de la cinta, OJ galopa a toda velocidad es imposible no ver en él una reivindicación del jinete negro nunca identificado.

El rancho no prospera en manos de OJ y Em, por lo que contemplan venderlo a un hombre llamado Jupe (Steven Yeun), dueño de un parque de atracciones con temática western. Jupe no solo recicla y capitaliza la nostalgia por ese imaginario sino que hace lo mismo con sus propios recuerdos traumáticos. En su parque de diversiones exhibe memorabilia de un sitcom de los noventa llamado Gordy’s home, protagonizado por un chimpancé y en donde él siendo niño era un miembro del elenco. Un día, el mono domesticado se asustó al escuchar un globo explotando y perdió totalmente el control. Esta anécdota explica el prólogo de Nope, en el que un chimpancé vestido como niño y con la boca embarrada de sangre se pasea confundido por un set de televisión vacío. Junto a él está tendido el cuerpo de la niña actriz a la que atacó en plena grabación. Cuando a media película Peele vuelve a ilustrar el flashback, lo hace desde el punto de vista de Jupe. El entonces niño libró el ataque escondiéndose bajo una mesa. Para su sorpresa, cuando el chimpancé lo encontró se acercó a él para hacer un choque de puños. La imagen trae a la mente el momento icónico en el que el niño Elliott y el extraterrestre E.T. unen sus dedos índices. En todo caso, Nope evoca a Spielberg y sus Encuentros cercanos del tercer tipo. Peele, sin embargo, desmitifica cualquier noción de relación amistosa entre nosotros y ellos.

El guion, sin embargo, no concentra en Jupe el deseo de lucrar. Cuando OJ confirma que hay algo merodeando el cielo del desierto, Em lo convence de capturar la existencia de ese “algo” en video y vender el material. Si obtienen lo que ella llama “el Oprah shot”, dice, pueden olvidarse para siempre de los problemas económicos. Pronto los hermanos reclutan a Angel (Brandon Perea), un empleado de tienda de electrónicos experto en cámaras de vigilancia (y en ovnis), y a Antlers Holst (Michael Wincott), un fotógrafo prestigiado pero orillado a trabajar en proyectos mediocres. Seducido por la idea de “capturar lo imposible” (y la fama y fortuna que vendrían con ello), este acepta trabajar con los Haywood. Por su lado, y fiel a sí mismo, Jupe monta un espectáculo que consiste en reunir al público a una hora determinada para ser testigos de cómo la nave/criatura del cielo atrae un caballo y lo succiona.

Para evitar spoilers solo diré que los planes mencionados fallan por no contemplar que la criatura tiene intereses propios. Solo OJ descubre el secreto para no ser aspirado por ella. No lo revelaré, pero tiene que ver con controlar un impulso, a su vez relacionado con el ansia que mencioné antes: tratar cada evento de la vida como si fuera un espectáculo –entre más sórdido, mejor–, ya sea que uno mismo lo protagonice o esté dispuesto a pagar por verlo.

Lo más inquietante y original de Nope es el tiempo que los personajes dedican a pensar en las implicaciones de una invasión extraterrestre: ni un segundo. Prueba de ello es que todos anticipen los beneficios de vender la prueba de su existencia, como si nada en el mundo fuera a cambiar. Se sabe que todas las películas sobre son metáforas de las angustias terrestres: miedo a lo que en cada época se percibe como amenazante (la bomba nuclear, la infiltración comunista, el consumismo, etcétera). Nope es una película sobre extraterrestres en la que el miedo llega demasiado tarde, y la supervivencia colectiva no es una prioridad. Ese ensimismamiento es la alegoría de los tiempos. ~

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es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.


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