El problema con las trilogías modernas

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Ya es junio –el punto de partida oficial de la temporada veraniega en las salas de cine- y, hasta la fecha, la gran mayoría de los supuestos blockbusters han sido descuartizados por la crítica.

Robin Hood, la sobria y aburrida precuela que filmó Ridley Scott para explicar los inicios de la famosa historia, obtuvo críticas negativas y una taquilla apenas decente. Prince of Persia, la última película en la larga línea de innecesarias adaptaciones de videojuegos ha recibido su buena dosis de reseñas desfavorables. La última de Shrek ha sido eviscerada por la crítica. Lo mismo ocurrió con Sex and the City 2. Finalmente, Iron Man 2, quizás el más grande de todos estos estrenos, ha destrozado la taquilla. Sin embargo, los críticos especializados la han recibido con un ánimo tibio, sobre todo comparándolo con la maravillosa acogida que obtuvo la primera de la serie.

Cómo han cambiado las cosas desde el 2008. Hace dos años, las cintas más taquilleras fueron también, en su mayoría, las más aplaudidas. Iron Man tiene 93% de críticas positivas, según el sitio de Rotten Tomatoes. Y The Dark Knight –que en su momento fue la segunda película más taquillera de todos los tiempos- recibió tal número de reseñas positivas que muchos creyeron que obtendría una nominación al Óscar como Mejor Película.

Así que, dado este cambio en la manera en que los críticos reciben los estrenos de verano, vale la pena preguntarnos que se requiere para que una cinta sea exitosa tanto en la sección de cine de las grandes publicaciones como en la taquilla.

Una observación que hasta el más casual de los cinéfilos podría hacer es que, recientemente, Hollywood ha reducido el número de cintas que fueron creadas sin una secuela en mente. Atrás quedaron los días en los que un estudio podía arriesgar una fortuna en una película de amplia narrativa y sin intención alguna de continuar la historia en una segunda parte (mega producciones como Cleopatra de 1963 no podrían conseguir un centavo para su rodaje en el siglo XXI). Hoy en día, toda película echada a andar por un estudio estadounidense parece tener una sola cosa en mente: ser el inicio de una franquicia. La expectativa, por lo tanto, es que cada cinta de verano sea el punto de partida de una trilogía (o más) e, inclusive, de spin-offs: películas basadas en personajes secundarios, como es el caso de X-Men y Wolverine.

Hollywood ha creado una estructura bastante esquemática para el ensamblaje de estas mega franquicias de alto presupuesto. Hasta hace relativamente poco, el número de franquicias adoradas por el público podía contarse con la mano: ningunas más famosas que las trilogías de Back to the Future, Indiana Jones y Star Wars (aunque, desgraciadamente, estas últimas dejaron de ser trilogías). Ahora, casi cualquier franquicia, sin importar qué tan grande sea su popularidad, es vendida como una posible saga. Se rumora que incluso hay cintas como Independence Day que, a pesar de su éxito y del hecho de que fueron pensadas como una unidad, están a punto de tener secuelas.

Las razones detrás del idilio que sostienen los grandes estudios con la idea de las trilogías son sencillas de explicar: una serie dividida en tres películas es, en su estructura, idéntica en el armado narrativo a una sola cinta. Es decir, toda película consta de un principio, una mitad y un final. La trilogía simplemente expande este concepto, convirtiendo a la primera película en el inicio, a la secuela en la mitad y a la última en el desenlace.

Parte de la causa de esta plaga de reseñas negativas se debe a que los recientes blockbusters no se adhieren a la anterior norma. Su narrativa no parece estar pensada, desde su concepción, como franquicia.

Consideremos el caso de Star Wars. Más allá de los crímenes cometidos con sus precuelas, no cabe duda que la saga de George Lucas cumple cabalmente con la estructura de tres actos (aun contando a los detestables Ewoks). La primera película de la trilogía nos presentó a un entrañable grupo de personajes insertos en un conflicto que, desde 1977, daba la impresión de tener mucha tela de donde cortar. Episode IV tuvo una trama relativamente sencilla, pero las cosas se complicaron con The Empire Strikes Back. La segunda cinta ahondó en las relaciones interpersonales de todos los personajes, exacerbó el conflicto central de la saga e introdujo al archivillano: el Emperador. Finalmente, The Return of the Jedi intentó cohesionar todos estos elementos mientras empujaba al protagónico hacia una confrontación inexorable con los antagonistas de la trilogía.

Ahora comparemos The Dark Knight con Iron Man 2. The Dark Knight construyó una trama compleja sobre los cimientos de la primera de la serie, Batman Begins. En el proceso, la segunda cinta de Christopher Nolan añadió capas de potencia dramática. Lo anterior queda de manifiesto, no sólo en la muerte de un personaje central para la serie, sino en la presentación de un villano memorable: The Joker. El resultado es una película que no sólo satisface, sino que deja pavimentado el camino para la inevitable tercera parte.

Por su parte, Iron Man 2 no añade absolutamente nada a lo establecido en la primera cinta. A pesar de que Tony Stark tiene uno de los pasados potencialmente más ricos desde un ángulo dramático, Jon Favreau, director de ambas entregas, parece oponerse a la sola idea de añadir un ápice de ambigüedad moral o complejidad a su personaje. Iron Man 2 no es una secuela. Y no es una secuela porque no es la continuación de ninguna historia. Fuera de ver crecer al personaje, la cinta nos brinda más de lo mismo: diálogos simpáticos y humor descarado cortesía del nunca atribulado Robert Downey Jr.. Pero jamás obtenemos respuesta a la pregunta más básica que debe contestar un superhéroe: ¿cuál es la motivación que lo obliga a pelear contra criminales?

Robin Hood sufre de fallas similares en su estructura narrativa general. Justo antes de que inicien los créditos finales, un pequeño texto en pantalla nos avisa que lo que acabamos de ver es “el comienzo de la leyenda”. Queda claro, por lo tanto, que se trata del inicio de una franquicia. El problema es que la cinta de Ridley Scott no tiene sentido como precuela. La historia pretende llenar los huecos de la vida pasada del gran héroe folclórico de Gran Bretaña, pero el Robin Hood que vemos en pantalla, tal y como lo interpreta Russell Crowe, no tiene nada que ver con el Robin Hood que recordamos. Es más: bien podríamos estar viendo la historia de otro tipo con habilidades sobrehumanas con arco y la flecha. ¿Para qué contar la génesis de un personaje que no se asemeja en absoluto al personaje que todos guardamos en nuestro imaginario colectivo?

Y después está Shrek 4: una adición innecesaria a una serie que siempre careció de un conflicto central que justificara más de una cinta.

Cabe recalcar que, salvo contadísimas excepciones, muy pocas sagas han podido ser un éxito con la crítica en todos sus “capítulos”. Franquicias exitosas como Spiderman y X-Men se desplomaron debajo de un tercer acto pretencioso y mal ejecutado.

El éxito tanto crítico como taquillero de las franquicias se esconde en su preproducción; en la concepción de las mismas. Toda cinta que pretenda ser el inicio de una franquicia debe pensarse como el primer acto dentro de una estructura de tres partes. Sin esa estructura, las próximas trilogías dejarán mucho que desear, por lo menos a nivel narrativo. Y lo que desde hace tiempo da la impresión de ser un negocio que no tiene otra motivación más que el dinero convertirá el acudir a las salas en viajes a parques temáticos: visitas a montañas rusas a las que nos hemos subido veinte veces.

-Tom Campana

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