En busca de Rodríguez

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En 1970, el cineasta Alfonso Ungría (ahora felizmente estrenado como novelista en La mujer falsificada, Alianza Editorial, 2013) hizo una película memorable, El hombre oculto, presentada con éxito en la Mostra de Venecia de ese año. Se trataba de la historia de un hombre que nunca sale al exterior de su pequeña buhardilla, entregado obsesivamente a la fabricación de rosarios de madera, y el director escribió su historia basándose en los casos de aquellos que por temor a las represalias políticas se habían escondido en casas de familiares después de la Guerra Civil; varios casos de hombres que afloraron al cabo de casi treinta años, fueron célebres a fines de los sesenta.

Los hombres ocultos, las mujeres tapadas por la sombra aprovechada de un cónyuge, los desaparecidos voluntarios, los padres que crean a sus hijos con fines experimentales: todas las formas de eclipse de una vida humana continua son fascinantes de relatar. En otra olvidada película española de los años setenta, Mi hija Hildegart (1977), Fernando Fernán-Gómez, con guion de Rafael Azcona, retrataba la figura real de una singular joven liberada, políglota y socialista a la que su propia madre, inductora no solo de su nacimiento ilegítimo sino de su formación de laboratorio, mata a tiros por venganza o decepción.

Antes de que el cine se lanzara, sobre todo en el género documental, a explorar aquello que Baudelaire reclamaba como uno de los más sagrados derechos del hombre, el derecho a irse (“le droit de s’en aller”), A.J.A. Symons publicó en 1934 uno de los libros más extraordinarios dentro del género biográfico, The Quest for Corvo, traducido como En busca del Barón Corvo por Libros del Asteroide. El propio Symons, hermano del más conocido Julian, fue un personaje: gastrónomo, escritor aficionado, coleccionista, falsificador, y todo ello en una corta vida de apenas cuarenta años, cuyo momento más señalado fue sin duda la aparición de ese libro hoy clásico sobre la vida intermitente y a la vez rutilante de Frederick Rolfe, también conocido como Fr. Rolfe (que en inglés permite la ambigüedad de unas iniciales puramente onomásticas y el significado de fraile, cosa que Rolfe, entre otras muchas, fue). Symons fue en realidad más detective que biógrafo, a pesar de que Rolfe, el autoproclamado Barón Corvo, dejó una voluminosa obra escrita que es a mi juicio una de las más consistentes, en su rareza y su refinado preciosismo, de todo el fin de siglo decadentista. Pero junto a los miles de páginas publicados por Corvo, estaba su oscuridad, su literal ocultismo, su rebeldía tamizada por un fervor religioso.

Por ello no es extravagante que mientras veía en los cines Verdi de Madrid uno de los más notables succès d’estime de la temporada, Searching for Sugar Man, me acordase del libro de Symons, puesto que lo que hace con gran acierto el guionista y director Malik Bendjelloul es tratar de reconstruir la existencia de un notable músico rock de origen mexicano, Sixto Rodríguez, que pasó en su trayectoria del brillo fugaz a la total opacidad. Bendjelloul, cineasta magrebí establecido en Suecia, dio con la figura de Rodríguez (tal era su nombre artístico cuando daba conciertos y grababa discos en Detroit) en un viaje a Sudáfrica; en Ciudad del Cabo encontró a un hombre, Stephen Sugar Segerman, cuya vida estaba dedicada a esclarecer la vida y la muerte de su ídolo musical, el citado Rodríguez, que por motivos pintorescos que la película explica bien se convirtió en un personaje de culto masivo en Sudáfrica cuando en los Estados Unidos, lugar de residencia y labor musical del rockero, se aseguraba su fallecimiento, quemado vivo por un accidente en el escenario o suicidado con explosivos en medio de un concierto.

No revelo nada que el espectador interesado desconozca, por las noticias de prensa y el programa de mano de los cines donde se exhibe: Rodríguez no murió, y sigue vivo y esporádicamente activo. La película se inicia de un modo aparentemente convencional en Ciudad del Cabo, tejiéndose a través de entrevistas y documentos gráficos y sonoros lo que fue en el rock Rodríguez y lo que significó la leyenda de Rodríguez en ese lejano país africano que el músico nunca había pisado. Y paulatinamente, con gran maestría, Bendjelloul va introduciéndonos en las zonas de vacío e interrogación que acaban por llevarnos a Detroit, a Rodríguez, a su familia, a los motivos de su retirada, a las extrañas condiciones de su regreso triunfal. La media hora final de Searching for Sugar Man es emocionante. Oímos las músicas de Rodríguez (excelente compositor y letrista tan interesante como lo pueden ser Bob Dylan o Leonard Cohen, con quienes se le ha comparado), su voz muy sugestiva, que no se ha quebrado con la edad, y le descubrimos como una incógnita que, al ser descifrada, pierde misterio y gana en humanidad. Es un desenlace casi de lágrimas, pero no hay sentimentalismo ninguno en los protagonistas ni el director. El posible llanto lo produce el hecho de que este hombre desaparecido aparezca.

Cuando hace más de diez años Isaki Lacuesta presentó su también fascinante documental Cravan versus Cravan, igualmente recordado viendo Searching for Sugar Man, no había cabida para el llanto. El errático poeta y boxeador, supuesto hijo de Oscar Wilde, que se llamaba, entre otros nombres, Arthur Cravan y que se autodefinía como “mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata […] granuja, ángel y juerguista, millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo […] héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador” sigue sin aparecer desde que, pronto hará un siglo, salió a navegar en un bote por el golfo de México y nunca más se supo de él. ~

 

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Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
más reciente es 'El tercer siglo. 20 años de
cine contemporáneo' (Cátedra, 2021).


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