El protagonista de Queer (1985), la novela semiautobiográfica de William S. Burroughs (1914-1997), deja la Ciudad de México en donde vive, pervive y sobrevive desde hace varios meses para ir a Sudamérica a buscar una legendaria planta que, según ha leído por ahí y por allá, permite la comunicación sin palabras, por telepatía. Burroughs –mejor dicho, su alter ego literario William Lee– se ha convencido a sí mismo de que, si logra aislar la sustancia que tiene esa planta que lleva por nombre yagé, puede fundir y confundir su pensamiento con cualquiera sin necesidad de hablar, a través de la mera intuición. Así, el alcohólico, junkie y perpetuamente desocupado Lee deja la vibrante y corrupta ciudad de México alemanista y, acompañado por su recién adquirido amante juvenil Allerton, se dirige hacia las selvas de Ecuador en busca del yagé, también conocida por la banda como ayahuasca.
Publicada en 1985, Queer fue escrita más de treinta años antes, en 1953, como una suerte de extensión, más que de secuela, de Yonqui (1953), sus tempranas y adictivas –en más de un sentido– memorias centradas en su descenso al abrazado/abrasado infierno de la heroína. Este primer libro de Burroughs, publicado bajo el seudónimo de William Lee en una pequeña editorial marginal y solo gracias a los buenos oficios de Allen Ginsberg, se convirtió en una sensación subterránea que marcó el inicio de una de las carreras más originales de la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, si fue difícil dar a conocer Yonqui, debido al tono amoral de su asumida adicción heroinómana, vista no como un fracaso existencial sino como otra forma de vida, Queer, con sus francas descripciones del deseo homosexual y su gozosa/tortuosa consumación, resultó impublicable en ese momento. Una cosa era leer con lujo de detalles procedimentales cómo se prepara una buena dosis de caballo y qué se debe de hacer para ser un buen heroinómano (alguien “legal”, como se dice en la novela), y otra cosa muy diferente era darse vuelo describiendo, abiertamente, esas condenables “perversiones queers”.
Evidentemente, los tiempos han cambiado bastante desde 1953 a la fecha, aunque acaso no tanto como uno podría suponer, si le hacemos caso a las crónicas de la presentación en Venecia 2024 de Queer(Italia – E.U., 2024), la adaptación fílmica de esa primigenia novela maldita de Burroughs que se estrena este fin de semana en México. Aparentemente, varias personas entre el público mostraron vocalmente su disgusto ante algunas de las escenas sexuales entre un apasionado William Lee (Daniel Craig) y sus parejas masculinas, especialmente su joven amante Allerton (Drew Starkey), mientras que otras de plano abandonaron la sala.
Que Luca Guadagnino haya decidido adaptar esta ¿todavía? escandalosa novela de Burroughs es lógico –después de todo, se trata del mismo director de la oscareada Llámame por tu nombre (2017)–, pero no deja de ser admirable por los riesgos asumidos, cinematográficamente hablando. Y es que, como el William Lee del libro y su audaz encarnación fílmica a través de un Daniel Craig regresando a sus orígenes pre James Bond –los de El amor es el diablo (Maybury, 1998), The mother (Michel, 20023) y Enduring love (Michel, 2004)–, Guadagnino ha buscado con esta película comunicarse con el espectador dejando atrás las palabras y cualquier asomo de narración convencional. El guion escrito por Justin Kuritzkes bajo la supervisión del cineasta italiano, le propone al espectador seguir los ires y venires de Lee en un estado de perpetuo trance, no a través de la telepatina (el supuesto químico que contiene el yagé y que permite leer el pensamiento de los demás), sino de otra droga acaso no tan diferente, acaso más adictiva: el cine.
Así pues, la puesta en imágenes de Guadagnino es conscientemente artificiosa: la ciudad de México de los años 50 en la que se pasea el indolente Lee –recreada por completo en los estudios romanos de Cinecittà– está bañada por las luces rojas de esas noches efímeras en algún hotelucho de quinta –la escena en la que Lee ejecuta una felación a un amante mexicano de ocasión– o por el color anaranjado/amarillento de esas tardes ansiosas en las que Lee pasa de bar en bar, de cantina en cantina, tomando mezcal, tequila y unas cuantas Carta Blancas. Es claro que a Guadagnino no le interesa en lo absoluto describir cómo vive Lee –¿qué hace ahí, cómo se mantiene?– sino que busca que seamos partícipes de su elección de vida. En otras palabras, nos quiere contagiar… ¿o pervertir?
Esta es la razón que explica la anacrónica banda sonora que domina de principio a fin en el filme. Si bien al inicio escuchamos “Sin ti” de Los Panchos y “La malagueña” cantada por La bruja de Texcoco, estas son las únicas piezas que nos ubican en la verdadera Ciudad de México de los años 50. El resto del tiempo, las voces y las melodías, diegéticas y no diegéticas, que acompañan a Lee son las de Sinead O’Connor, Nirvana o, incluso, Prince (¡”Musicology”!). O sea, si vamos a ser testigos de esta delirante odisea queer, que suene lo mejor posible.
Guadagnino ha contado, además, con la invaluable presencia de un extraordinario Daniel Craig y su barba canosa de varios días, sus uñas visiblemente sucias, su ropa siempre descuidada, sus lentes enormes de armazón transparente, su ridícula reverencia de loca patética para tratar de conquistar a su bello esquivo, su mirada anhelante y triste que no puede ocultar por más que quiera, su constante duda sobre quién es queer y en qué consiste ser queer. Como canta la voz de Sinead O’Connor en la secuencia de créditos iniciales: “What else should I be?”
¿Se trata de ser como el descarado maricón autoirrisorio Joe (Jason Schwartzman robándose cada escena en la que aparece) que se deja atracar un día sí y otro también por sus amantes? ¿O como ese viejo queer ridiculizado por sus añejos modales de dandi decadente? ¿O como el reluctante Allerton que niega ser queer antes o después de alguna cogida monumental con Lee? Para Burroughs –y, por supuesto, para Guadagnino– la respuesta es lo de menos. Lo que importa es la pregunta. Por mí, que sigan preguntando. ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.