El Festival Internacional de Cine de la UNAM fue el último certamen fílmico que se celebró el año pasado de forma completamente presencial. ¿Se acuerda usted cómo era? Era trasladarse a un sitio en específico –en este caso, al sur de la Ciudad de México–, hacer cola para comprar los boletos, entrar a la sala, buscar su asiento, escuchar la presentación de la película, ver el filme en cuestión, quedarse a la discusión al final y, después, salir a encontrarse con amigos, enemigos, extraños y conocidos, platicar animadamente –o evitar la conversación–, tomar un café o una cerveza y, de nuevo, entrar a ver otra película hasta sumar, por lo menos, unas tres diarias; una cantidad menor es franca pereza.
El FICUNAM 2020 fue el último certamen de cine en México que pudo organizar algo como lo que acabo de describir y uno de los últimos en el mundo, pues de ahí en adelante todos los festivales se movieron a versiones en línea –los más–, versiones híbridas –los menos– o a limitadísimas versiones presenciales, las excepciones a la regla. En todo caso, un año después, al FICUNAM se le acabó la suerte y la realidad de la pandemia lo alcanzó: su emisión décimoprimera, que acaba de terminar el domingo pasado, se llevó a cabo totalmente en línea, con la invaluable sede central y virtual de Cinépolis Klic ¿Y si de aquí en adelante todos los festivales de cine en México conservan una robusta sección en línea? No es pregunta, es propuesta.
El FICUNAM 2021 permitió ver al público cinéfilo mexicano una retrospectiva completa de la obra del taiwanés Tsai Ming-Liang –la primera de su tipo en el país, aunque haya sido de forma virtual, a través del sitio de streaming MUBI– y algunas de las mejores cintas exhibidas en los meses pasados en el circuito festivalero de mayor prestigio. Así, en la competencia internacional se pudieron ver películas programadas en Sundance 2021 como la lisérgica-animada Criptozoológico (Shaw, 2021); en Berlín 2021, como Luna, 66 preguntas (Lentzou, 2021); y en Rotterdam 2021, como Liborio (Martínez Sosa, 2021), Cometas (Tagnati, 2021), Peñascos (Vinothraj, 2021) y Destello bravío (Rodríguez, 2020).
Además, fuera de competencia, se pudieron ver dos documentales extraordinarios. El primero, La salida de los trenes (2020), codirigido a cuatro manos por el historiador especializado en el Holocausto Adrian Cialoflânca y el imprevisible cineasta rumano Radu Jude –ganador del Oso de Oro en la Berlinale 2021 por su provocadora Mala suerte cogiendo o porno loco (2021). Retomando el impulso ético y estético de la monumental Shoah (Lanzmann, 1985), he aquí un apabullante recuento minimalista de cierta matanza de judíos organizada en un pueblito de Rumania en junio de 1941, organizada y ordenada por el ejército nazi, pero ejecutada con diligencia por milicias y civiles rumanos.
El segundo filme documental, lírico y bucólico, está centrado en los animales que viven en varias granjas de Noruega, Estados Unidos y España. La protagonista –por llamarla de alguna manera– es una enorme cerda que, se supone, se llama como el propio título del filme, Gunda (2020). Dirigida por el cineasta ruso avecindado en Alemania Viktor Kossakovsky, esta cinta documental carece de contexto informativo, narración en off y, de hecho, presencia humana, aunque la aparición, en el desenlace, de una máquina manejada por el hombre provoca tal sentimiento de devastación que nos damos cuenta que, sin que lo notáramos, hemos estado viendo otra película sobre otro tipo de Holocausto. El cine militante a favor de la vida animal –el cine militante a secas– es más convincente cuando desiste de cualquier discurso obvio y machacón.
De cualquier manera, como la directora ejecutiva del FICUNAM Abril Alzaga afirmó al inicio de la ceremonia de premiación, transmitida por Youtube el sábado pasado, el festival universitario tiene su razón de ser, en parte, porque se ha convertido en el espacio ideal para los estrenos de cine independiente mexicano a través de la sección competitiva Ahora México, conformada esta vez por once largometrajes. Como suele suceder con cualquier festival en el mundo –especialmente los organizados en nuestro país–, no podía faltar la película que nos hace preguntar en qué estaban pensando los programadores –en este caso fue ¿Qué harás cuando Dios muera? (2020), de Hugo Villaseñor Alcázar– pero, si exceptuamos este inexplicable dislate, el resto de la programación nacional va de lo fallido pero interesante a lo muy meritorio, hasta llegar a lo notable.
Los plebes (2021), documental codirigido por Emmanuel Massú y Eduardo Giralt Brun, es un acercamiento al ethos de unos anónimos “buchoncillos” sinaloenses (Jesús Blancornelas dixit). Es evidente que como culichi –nací en Culiacán y aquí he vivido toda mi vida– mi apreciación sobre esta crónica que se quiere “descarnada” del modo de vida del sicariato juvenil está fatalmente sesgada, pero qué remedio: Los plebes no me aporta nada nuevo, nada que yo no supiera y ni siquiera lo muestra de una forma particularmente atractiva. Habría que decir que, al otro extremo del continente, en Argentina, esta cinta fue premiada en el Festival Internacional Independiente de Buenos Aires (BAFICI) por su dirección el mismo día en el que acá, en México, el jurado del FICUNAM pasaba de largo de la cinta, por más que haya sido, sospecho, por razones extra-cinematográficas.
Los filmes premiados fueron, por fortuna, de mayor mérito, a saber: El compromiso de las sombras (2021), documental etnográfico e identitario de Sanda Luz López Barroso, sobre una mujer transexual que organiza sepelios en la costa de Guerrero, con rezos y música incluidos; y Los fundadores (Hernández, 2021), un bien ejecutado y mejor actuado ejercicio de estilo nicolasperediano sobre tres estudiantes universitarios tijuanenses. Me sorprendió que esta última cinta, que apenas califica como largometraje, ganara el premio principal ex aequo con El compromiso de las sombras, pero cuando vi que Gabino Rodríguez era parte del jurado, la decisión fue más que explicable: Los fundadores podría haber sido protagonizada, hace algunos años, por el propio Gabino. Por otra parte, Ciudad (2020), un deshilvanado, disparejo pero muy atractivo palimpsesto audiovisual sobre la Ciudad de México, dirigido por Carlos Rossini –en colaboración con Maya Goded, Julio Hernández Cordón y Nuria Ibáñez– obtuvo el Premio Estímulo Churubusco, mientras que Cosas que no hacemos (2020), de Bruno Santamaría Razo, emotivo documental sobre un joven travesti nayarita, ganó con toda justicia el premio TV UNAM.
Si exceptuamos la película dirigida por Santamaría –y que, aclaro, yo mismo premié como parte del jurado de la crítica en el Festival Internacional de Cine Latinoamericano de Vancouver el año pasado–, el jurado de Ahora México bien pudo haber elegido mejores filmes. Por ejemplo, el divertido y a la vez melancólico documental La mami (2020), de Laura Herrero Garvín, centrada en “la mami” del título, una anciana sabia y dicharachera que es la voz de la consciencia en el baño del Cabaret Barba Azul; 499 (2020), de Rodrigo Reyes, una audaz mezcla de documental y ficción del cual escribí varios párrafos cuando lo vi en Morelia 2020; Blanco de verano (2020), de Rodrigo Ruiz Patterson, un sólido melodrama de crecimiento juvenil de claro origen truffautiano; Ricochet (2020), de Rodrigo Fiallega, una impasible Crónica de una muerte anunciada ubicada en el desierto sonorense; y Estanislao (2020), una originalísima alegoría que funciona como historia de horror, usando como formato argumental el melodrama familiar… o al revés. De lejos, la sorpresa nacional del FICUNAM.
Eso sí, no puedo culpar al jurado de no premiar a la mejor película mexicana del festival porque sucede que no estaba en competencia. Me refiero al cortometraje de 30 minutos de duración Luces del desierto (2020), dirigido por el artista visual e ingeniero de sonido francés Félix Blume. Con un impulso que pareciera doblemente rulfiano –del escritor y de su hijo cineasta–, he aquí la poética recopilación de testimonios genuinamente fantásticos –y en más de un sentido– sobre una serie de mitos y leyendas que perviven en las polvorientas localidades desérticas de San Luis Potosí.
La cámara manejada por el propio hombre orquesta Blume –director, guionista, fotógrafo, sonidista– permanece en la oscuridad, capturando las súbitas apariciones lumínicas y nocturnas –los fuegos de una hoguera, las luces de una camioneta, la linterna de un cazador, los fuegos artificiales– mientras escuchamos, fuera de cuadro, los testimonios de apariciones y transformaciones de todo tipo, sin que falten las necesarias discusiones/rectificaciones de rigor: “Se convierten en animales más mujeres que hombres”, “Hay hombres también”, “Ey, pero hay más mujeres”, “Ey, es que nosotros los hombres no tenemos ese valor”. Ey, es cierto: dan ganas de estar al lado del fuego, en la oscuridad, escuchando estas historias y otras más.
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.