La historia de la destrucción y regeneración de Nueva York comienza en una tienda de antigüedades en el barrio chino, propiedad de Mr. Wing. El anciano conserva en una jaula a Gizmo, entrañable muñeco de pelusa que esconde una suerte de caja de Pandora en su organismo. Los antiguos cantoneses conocían a esta criatura como Mogwai, o “espíritu maligno”. En la soledad de su jaula, Gizmo entona una tierna melodía, canto de sirena para la generación de los muñecos de peluche. No hay forma de no querer adoptarlo.
Cuando Wing muere, Gizmo escapa y cae en manos del doctor Catheter, científico loco de la vieja guardia de la ciencia ficción. Su laboratorio, repleto de químicos y monstruos, es propiedad de Clamp Enterprises, pequeño emporio del multimillonario Daniel Clamp. La contagiosa melodía de Gizmo corre por los pasillos del edificio hasta llegar al pazguato Billy, viejo conocido de Gizmo, quien trabaja como dibujante en un despacho de arquitectura. Billy y su novia Kate saben que Gizmo es bello y peligroso: fueron testigos de la destrucción de Kingston Falls, pequeño poblado a la afueras de Nueva York en la primera entrega de la saga. Y es que cuando Gizmo toca el agua, de su cuerpo nacen por gemación otros como él, pero enfermos de locura y destrucción. Así que la misión de Kate y Billy es encontrar a Gizmo e impedir que se reproduzca. Pero no lo logran.
En poco tiempo varios millares de mogwais han invadido el Clamp Center. El corazón del imperio Clamp es un rascacielos que conglomera oficinas, estudios de televisión, restaurantes, cientos o miles de godínez, paseos turísticos y proyectos de nuevos súper desarrollos dentro de la ciudad. Y como los mogwais mueren si la luz del sol los alcanza, el único antro que pueden destruir por el momento es este rascacielos, sumadel nuevo ritmo de vida neoyorquino, voraz, inclemente con sus habitantes, irrespetuoso de sus viejos fundamentos. Daniel Clamp es un visionario de las causas oscuras: donde un anciano muere, nace un lote y, donde nace un lote, asoma la cabeza un nuevo desarrollo globalizador. La labor del mogwai es destruir todo eso, y luego desmitificar su propia destrucción.
Gremlins 2 es la respuesta a una ciudad que quiere negar su cochambre. Quien conozca Santa Fe, Ciudad de México, sabe bien de lo que hablamos. Frente al barrio chino del señor Wing, polvoso, amontonado, contaminado, Cramp propone un edificio antiséptico, orgulloso de su falsa novedad híper consumista. Cramp busca incluso sanear el pasado: una voz en el edificio invita a una función de Casablanca: “now in color with a happy ending”.
Tarea difícil, desratificar esta ciudad: la Nueva York de Gremlins es una ciudad poco amable o, al menos, desinteresada, de empujones en la calle, de gente que no dice gracias, perdón o por favor. Kate, al confundir a Gizmo con otro mogwai totalmente chiflado, le recrimina: “Gizmo, you’re so hyper. I guess New York does that to people”.
NY es una ciudad de basura que vive al día sin mirar atrás o adelante. Y es en esa misma basura donde se encuentra su interés. Nueva York como un irrefutable taco de cochinada:
Gremlins es también una defensa del nerdismo, de la vieja escuela, del sci-fi, del horror y de las viejas instituciones del cine. En Gremlins la tecnología de punta sirve para poco o nada (en esto recuerda a Protocolo fantasma). Frente a los disparates de la tecnología, mejor un buen escenario, un buen maquillista, un poco de humor. Ejemplo:
La trama de Gremlins 2 es poca, casi nula. Como un largo episodio de la Warner, su principal eje lo dicta la locura. Los gags nunca se agotan; por el contrario, son cada vez más intrincados, divertidos, crueles, referenciales, monstruosos, sexuales y, sobre todo, venenosos. Cuando uno de los íncubos bebe una pócima que lo convierte en vampiro, éste escapa del edificio atravesando una pared dejando la marca de Batman: mal chiste. Pero el primer lugar donde aterriza es el edificio de Panam:
Y ésa sí es una súper broma por triple razón: uno, porque en inglés un gremlin es también un desperfecto inexplicable en un avión; dos, porque cuando Gremlins 2 fue filmada (1989), Panam estaba a poco de quebrar (cerró puertas en 1991); tres, porque, bueno, es Panam: viejo emblema de los monopolios estadounidenses del siglo XX. Nueva York, concentración máxima del poder económico de los Estados Unidos, sale muy mal parada en esta película a punta de brillantes dardos ponzoñosos. Para leer Gremlins en 1990 había que leer también el periódico. Otro ejemplo: uno de los monstruos, al adquirir el habla y volverse ilustrado, no duda en convertirse una lacra del sistema financiero neoyorquino:
Muy pocas instituciones gringas salen bien libradas de Gremlins 2. “Fourscore and seven years ago”, dice un mogwai arremedando a Lincoln. ¿O qué tal la venganza contra Leonard Maltin, quien criticó duramente la primera entrega? Vaya, ni los tuiteros salen ilesos:
El cine mismo recibe más de una puñalada a punta de patadas posmodernas, referenciales. Como cuando la función de Gremlins 2 se ve interrumpida a la mitad por, vaya, un grupo de gremlins que proyectan en su lugar una nudie llamada Volleyball Holiday. Entonces aparece Hulk Hogan para amenazarlos, y los gremlins encarrilan de nuevo la película. (En la edición para VHS se quemaba la cinta). O como ese grandísimo musical de musicales que va del Fantasma de la Ópera a “New York New York”, pasando por George Gershwin y los recursos de Busby Berkeley:
http://youtu.be/gff8GfEMz8w
Es probable que de todos los artistas que se han amparado bajo el generoso mecenazgo de Steven Spielberg –un cobijo absurdamente extenso: suma más de ciento treinta títulos entre películas, series y caricaturas–, el más incendiario y respondón de todos haya sido Joe Dante. Pensemos tan solo en las bitches spielberguianas del momento: ni JJ Abrams, ni Jon Favreau ni Michael Bay poseen, ya no digamos el talento, el entusiasmo para filmar una película así.
¿Es Gremlins 2 una abierta defensa de la anarquía? No. Es más bien una defensa del curso natural de las ciudades, pertinente en estos tiempos de suburbanización, de altísimos precios por el uso de suelo, de desmesurado godinismo, de urbanos terratenientes y descarados capataces. Un mensaje pertinente dicho a través de una de las más grandes comedias de horror jamás creadas. Acaso la máxima.