Breve introducción a Titanes del Pacífico

Pacific Rim es un juguete ensamblado con esmero para resistir el paso del tiempo.
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—“Movies are an escape”.

—“Just an escape?”

—“What’s wrong with that? That’s quite a lot!”

(Me gustaría imaginar que este texto lo leerá gente que no ha visto la película. Lo que sigue es, digamos, un intento de persuadirlos para que vean Pacific Rim, así que no hay acentos en sus errores ni spoilers. Si ya vieron la película, podemos discutirla en los comentarios. Trataré de responderlos todos).

El epígrafe sale de este cortito. ¿Alguien se acuerda de él? Se trata de la presentación que el gran Errol Morris filmó para los premios de la academia de hace once años. En él se recopilan opiniones de personajes ilustres (o no) para crear una red de emociones en torno al cine. Una red favorable, por supuesto. Entre los entrevistados se encuentra Lou Reed, quien solo recita esta línea: “Segunda o tercera fila: me gusta sentirme rebasado”. Pues bien: Titanes del Pacífico es el tipo de película que le encantaría a Lou Reed.

Pacific Rim empieza, como algunos críticos han anotado, con una suerte de “precuela que ya no fue”, un resumen bien empacadito de la humanidad en los dos mil veintes, así que no veo necesidad de elaborar una sinopsis: se van a enterar de lo necesario desde el inicio. (Para los más clavados: en realidad hay una precuela que sí fue, pero en cómic. Se llama Pacific Rim: Tales from Year Zero). Baste saber que hay dos protagonistas (Raleigh Becket y Mako Mori), un líder (Stacker Pentecost) y que esta película es sobre la lucha entre kaijus –monstruos alienígenas del tamaño de rascacielos– y jaegers –mechas creados para combatirlos–, y que para ser manipulados, los jaegers exigen la colaboración física y cerebral de al menos dos personas, una para cada hemisferio del mecha, por lo que la compatibilidad emocional de sus pilotos debe ser amplia.

El boceto general de Pacific Rim es mortalmente básico, pero esto le permite a su escritura maniobrar con facilidad y, acaso, profundidad. El manejo de los jaegers, por ejemplo, es una cálida metáfora sobre la amistad y la empatía. Aunque los protagonistas se sepan compatibles, antes deben resolver las trampas de la memoria. Hay que poner atención a la escena en que Mori –en claro homenaje a los sueños de Paprika, de Satoshi Kon– pierde el control de sus emociones, momento que mezcla violencia, tensión dramática y sensibilidad.

Aunque Pacific Rim tiene instantes de buen tacto (hay miradas, modulaciones de voz y diálogos que lo comprueban) sus mejores armas son, para qué ocultarlo, la acción y la violencia. Escribía el profesor Bordwell hace poco, ante la muerte de Lau Kar-Leung:

La demanda impide que muchas películas de acción actuales sean genuinamente emocionantes. Tenemos que consolarnos con una excitación ambigua. Nuestras películas proyectan una actividad frenética y difusa, un esfuerzo por sugerir muchas cosas sin especificar lo que se siente correr, caerse, chocar contra un muro, recibir un golpe – en pocas palabras, enfrentar la torpe fisicalidad del mundo.

Pacific Rim no es una de esas películas. Cierto: no hay miembros cercenados ni demasiada sangre, pero eso es porque los grandes golpes recibidos en esta película suceden entre kaijus y jaegers. Las dos escenas de combate entre humanos que verán son tensas, cuidadosamente coreografiadas para que el dolor se manifieste. Cuando estos gestos de estilo se extrapolan a las peleas de gran escala –especialmente a la segunda, la de la hermosa y fosforescente Hong Kong–, Titanes te rebasa con su fisicalidad y verticalidad. (Solo puedo recordar algunos ejemplos de películas que han logrado esa verticalidad, ese mirar hacia el cielo y sentirte nimio: la aparición de los brontosaurios en Parque jurásico, la volcadura del tráiler de El caballero de la noche y algunos instantes de Cloverfield).

La emoción de Pacific Rim no está dada simplemente por hipérboles, aunque éstas ayudan bastante: los golpes son masivos, los paisajes están llenos de acero, los diálogos son de una imposible brocha gorda (solventada en gran medida por la actuación shakesperiana de Idris Elba), el sonido es envolvente y objetos que para nosotros son inmensos (buques, contenedores), en la acción son usados como bastones. Ayudan también las sorpresas –los recursos de las batallas son sorpresas– y, sobre todo, una buena claridad en la filmación. Aunque por momentos la cinta es oscura y la cámara se acerca demasiado al combate, la acción es inteligible en un alto porcentaje. No es una película de encuadres, como algunos podrían esperar, sino una cinética, editada ágilmente pero con pertinencia. Pacific Rim es un juguete ensamblado con esmero para resistir el paso del tiempo.

La tercera virtud que me gustaría destacar es la globalidad. Desde la primera secuencia, la historia deja claro que todas las ciudades del mundo son susceptibles de la catástrofe, y la colaboración de los países para defender el mundo es fundamental. En uno de los momentos más menospreciados de la película, Raleigh demuestra saber japonés para sorpresa de Mori: una sencilla y entrañable línea de diálogo para demostrar que aquí el inglés sirve únicamente como lingua franca y no como objeto de dominación. (El apunte salió de acá, por si les interesa).

Los personajes de Pacific Rim son capaces de adoptar un pensamiento de colmena. Aunque esta idea me parece bastante más lejana que la posibilidad de que monstruos alienígenas nos invadan, es reconfortante saber que alguien piensa así. Titanes del Pacífico, pues, no es otra tonta película de gringos vengando a las víctimas del once de septiembre –como explican en este texto–; es más bien el mundo salvándose a sí mismo, abogando por valores como la paciencia y la solidaridad. Porque Pacific Rim cree en el futuro, sus personajes nunca están solos. ¿Cuántos blockbusters veraniegos subvierten así el individualismo? Titanes no entraña moralejas, pero sí algunos valores y mensajes con los que se puede estar de acuerdo o no. De todos, rescato uno: caminar con otro ser humano exige tacto y empatía –y la falta de ellos no es incorregible.

Pacific Rim le habla a varias generaciones: la que vio Godzilla, la que vio Robotech y, diez años después, la que vio Evangelion; e incluso la que vio Transformers. No creo que sea necesario este bagaje para emocionarse, como tampoco es necesario haber vivido una catástrofe para apreciar a Brueghel, o ser alcohólico para leer a Fitzgerald. Basta poner atención a lo que sucede, porque lo que verán no es una película del todo palomera. Es, de hecho, una cosa extraña, ligeramente ajena a Hollywood, como el cine de Spielberg o el mejor Shyamalan.

No creo tampoco que Pacific Rim sea una obra vacía, como varios han acusado, pero incluso si así lo fuera, nunca olvidaré que esta película me devolvió a mi infancia viendo películas de Godzilla esperando a que la bestia se asomara por mi ventana. Como el ratatouille de Ratatouille.

Deseo de todo corazón que ustedes sientan algo similar. Ojalá también se sientan rebasados.

 

 

 

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