Segรบn el periodista colombiano Anuar Saad Saad, la prensa sensacionalista abusa hasta el lรญmite, en los momentos de tragedia colectiva exacerbando el morbo y utilizando a las vรญctimas como material de comercio para ganar televidentes o lectores. En la misma lรญnea, Javier Darรญo Restrepo ha escrito que la profanaciรณn grosera de un momento que sagrado como la muerte debe ser cuestionada, pues es โel mรกs รญntimo e inviolableโ.
Sin embargo, cuando se mira el documental El hombre que vio demasiado, de la realizadora de origen britรกnico Trisha Ziff, el trabajo de fotรณgrafo de nota roja Enrique Metinides logra ubicarse en una frรกgil frontera que separa la crudeza que despoja de dignidad a las vรญctimas de la tragedia y a sus familiares, de la imagen brutal y poderosa que no busca la excitaciรณn por lo macabro u obsceno, sino que traduce instantes capturados en relatos.
Metinides estรก lejos de ser un ejemplo de cรณmo la prensa mexicana se aproxima a los sucesos trรกgicos. Hoy, las primeras planas de los tabloides celebran la violencia y la vuelven un episodio lรบdico. Tal como se describe en el ensayo โEl sensacionalismo o la insurrecciรณn de las masasโ lo normal se han vuelto las โfotografรญas desmesuradas que muestran un estado agรณnico de alguien; vรญctimas exhibidas sin pudor en medio de su propio charco de sangre; violaciรณn e irrespeto al dolor ajeno al crear frases burlescas sobre la imagen de un cadรกverโ como apenas algunos de los casos donde la dignidad humana es arrasada.
Sin dejar de admitir que hay en el pรบblico una fascinaciรณn por la muerte, en algรบn punto de este documental se escucha decir a su protagonista sobre la imagen recientemente publicada de un hombre asesinado: โEn mis tiempos nunca se habrรญa publicado una fotografรญa asรญ. Es demasiado grotesca. No hay dignidad hoy, nada de artรญstico. Los periรณdicos estรกn llenos de las mรกs horribles imรกgenes, de descabezados y violenciaโ.
No obstante que buena parte del trabajo de dรฉcadas realizado por Enrique Metinides se centra en accidentes y escenas del crimen, รฉste no permite que en sus grรกficas se multipliquen los detalles que exige el morbo del pรบblico y que estimulan la venta de periรณdicos, sino algo muy distinto. En decenas de imรกgenes lo sobresaliente son las multitudes de metiches, mirones y curiosos imperturbables ante el drama que se desarrolla a unos pasos de ellos, como una expresiรณn de los bajos instintos humanos que hasta hace poco hacรญan asistir a la gente a la muerte de un reo en el patรญbulo, en una fascinaciรณn por lo grotesco.
La cinta de Trisha Ziff permite a su personaje describir los personajes de sus fotografรญas, la vida en las calles, la tristeza de las familias, los criminales, el heroรญsmo de los trabajadores de emergencias, dejando ver que el tiempo y la dureza de las escenas no lograron despojarlo nunca de su capacidad de asombro, de su sensibilidad, pero sobre todo, de su necesidad de contar historias a travรฉs de la lente, de la misma forma en que lo hacรญan los fotogramas de las pelรญculas de gรกngsters que idolatraba de niรฑo, cuando ya hacรญa sus primera fotografรญas de hechos policiacos o de incendios, mientras un bombero lo llevaba en sus hombros.
Doblemente valioso es el ejercicio que la directora permite a Metinides y a un grupo de reporteros de nota roja, quienes reflexionan sobre su trabajo, sobre cรณmo una fotografรญa tambiรฉn puede hacer un gran daรฑo si estรก tomada sin sensibilidad o si ensucia un momento de dolor, sin respeto por las vรญctimas y sus familiares.
Como escribรญa Susan Sontag, algo feo o grotesco puede ser conmovedor porque la atenciรณn del fotรณgrafo lo ha dignificado. Y ese parece ser el don de Enrique Metinides: ser un obstinado participante de la mortalidad, la vulnerabilidad y la mutabilidad de las personas y las cosas.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).