Godard, cineasta franco-suizo, muriĂł el martes 13 de septiembre por suicidio asistido. No estaba enfermo, solo cansado, segĂșn quiso comunicar. DejĂł la frase que querĂa que pusiera en su lĂĄpida: Jean-Luc Godard, au contraire.Â
Godard formĂł parte de ese grupo de cineastas que aunque empezaron a hacer pelĂculas a finales de la dĂ©cada de los cincuenta, ya dedicaban su vida al cine antes: escribĂan de cine en Cahiers de cinĂ©ma, reivindicaron a cineastas como Hawks, Ford y Hitchcock. Como ha escrito Manuel Arias Maldonado, âlos nuevos directores no acabaron con los dioses: quisieron sustituirlosâ. Entre sus compañeros en la nouvelle vague, Truffaut, Rivette, Rohmer o AgnĂšs Varda. Entre las Ășltimas no-apariciones de JLG, la de Rostros y lugares, la Ășltima pelĂcula de Varda: ahĂ Godard no abrĂa la puerta de su casa cuando Varda y JR llamaban. Varda contĂł con Godard como actor de cuerpo presente en una pelĂcula muda de menos de cinco minutos, producida por Georges de Beauregard, Les fiancĂ©s du pont Mac Donald (ou MĂ©fiez-vous de lunettes noirs). Los enamorados de la pelĂcula son JLG y Anna Karina, que fueron pareja artĂstica fructĂfera y sentimental.Â
Vi Pierrot le fou en el cine DorĂ© (fui con mi hija mayor, que entonces tenĂa unos meses. Estuvo mirando la pantalla un rato, esos colores vivos, luego se durmiĂł mamando), como en la canciĂłn de Christina Rosenvinge. Me cortĂ© el pelo como Jean Seberg en Al final de la escapada, busquĂ© infructuosamente en internet una camiseta como la que ella lleva al comienzo de la peli; intentĂ© aprenderme el baile de Bande Ă part, uso el fotograma de Brigitte Bardot leyendo en la bañera de Le mĂ©pris. Quiero decir que he caĂdo en todas las trampas del primer Godard. Me pierdo un poco en su etapa maoĂsta, que conozco mĂĄs por lo que contaba Anne Wiazemsky en sus libros que por haber visto las pelĂculas. Vi Adieu au langage y no creo que la entendiera, pero porque no me di cuenta de que no estaba viendo una pelĂcula sino un ensayo.
Pienso en las tijeras que Anna Karina abre y cierra frente a cĂĄmara cuando leo esto que dice Fernando Trueba en Mi diccionario de cine sobre JLG, en realidad lo dice en la primera entrada del libro, Ă bout de souffle, a la que remite desde Godard: âEl primer montaje de Ă bout de souffle resulta muy largo. Hay que cortar. Y drĂĄsticamente. Godard decide hacer cortes internos en las secuencias saltĂĄndose el raccord y la gramĂĄtica clĂĄsicos. SegĂșn el guionista Paul GĂ©gauff âsiempre le han tomado por un montador de genio, pero por una cabezonerĂa o una rabieta cortaba por cualquier sitio, al azar. No se enteraba de nada. Aunque algunas veces tuvo suerte con sus tijeretazos salvajesââ. De Godard dice Fernando Trueba: âLas pelĂculas de Godard estĂĄn hechas para el anĂĄlisis, no existen fuera de la literatura que originan. Son la negaciĂłn del cine, su fin, su lĂmite. [âŠ] Las obras maestras de Godard son sus entrevistas, siempre mĂĄs interesantes que las pelĂculas que acompañan y pretenden iluminar. El cine de Godard es teĂłrico y por ello es anticine, lo contrario al cine, que es puro tiempo, mientras que la especulaciĂłn teĂłrica es la negaciĂłn del movimiento temporal, es un instante suspendido en el que la vida se detiene para que sea posible el pensamientoâ. Luego cuenta que cuando Rossellini vio Vivre sa vie, saliĂł de la sala enfadado, y le reprendiĂł a Godard: âÂĄJean-Luc, estĂĄs al borde del antonionismo!â En otro sitio (minuto 3), Fernando Trueba dice que si escribiera un artĂculo sobre Godard lo llamarĂa âEl idiota de la familiaâ.
En la parte del libro-pelĂcula Historia(s) del cine (Caja negra, 2007), hacia el final, escribe: âel cine / nada temĂa / de los otros / ni de sĂ mismo / no estaba / al amparo / del tiempo / Ă©l era el amparo / del tiempo / sĂ, la imagen / es felicidad / pero cerca de ella / la nada permanece / y toda la potencia / de la imagen / solo puede expresarse / acudiendo a ellaâ. De Pensar entre imĂĄgenes (Intermedio, 2011, ediciĂłn de Nçuria Aidelman y Gonzalo de Lucas) JonĂĄs Trueba escribiĂł que era âun libro Ășnico y original, un libro que Godard lleva escribiendo desde hace muchos años sin haberse nunca sentado a escribirlo. Lo ha ido esparciendo por el camino, en pequeñas pĂldoras o semillas, esperando a que alguien llegase a recoger los frutos. Pero es tambiĂ©n la clase de libro que a Godard le gustarĂa leer, un objeto que se puede disfrutar de principio a fin o de manera fragmentada y azarosaâ. Lo abro y veo: âTodos en Cahiers nos considerĂĄbamos como futuros directores. Ir regularmente a los cine-clubs y a la CinĂ©mathĂšque ya era pensar el cine y pensar en el cine. Escribir ya era hacer cine puesto que, entre escribir y rodar, existe una diferencia cuantitativa, no cualitativaâ. âLa Ășnica verdadera pelĂcula que deberĂa hacerse sobre los campos de concentraciĂłn âque nunca se ha rodado y no se rodarĂĄ nunca porque serĂa intolerableâ consistirĂa en filmar un campo desde el punto de vista de los verdugos, con sus problemas cotidianos. [âŠ] Lo insoportable no serĂa el horror que se desprenderĂa de esas escenas, sino, al contrario, su aspecto perfectamente normal y humanoâ; âCada vez estoy mĂĄs convencido de que el gran problema del cine es, en cada pelĂcula, dĂłnde y por quĂ© empezar un plano y dĂłnde y por quĂ© terminarloâ.
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