Una película de culto. La película comienza con una pareja durmiendo en un colchón en el suelo. Él se despierta sobresaltado, mira el reloj y se desliza de la cama como para no despertar a su compañera. Lo vemos en el baño, ya vestido, con un pañuelo de seda puesto a modo de corbata, se echa agua en la cara con una especie de spray. Luego llama a la puerta de su vecina, le pide el coche, que ella le presta con un cierto desprendimiento. Le advierte que el intermitente izquierdo no funciona, pero si no giras nunca a la izquierda no hay problema. Él es Jean-Pierre Léaud en La mamá y la puta; la obra maestra de Jean Eustache (1938-1981). Es una película de tres horas y media, rodada en blanco y negro, en 16 mm, cuya propia existencia corría peligro por la materialidad de la película. Ha sido restaurada y formó parte de la selección oficial de la última edición del Festival de Cannes. La mamá y la puta ya se vio en Cannes: en 1973 ganó el premio especial del jurado a pesar de que la presidenta del jurado de esa edición, Ingrid Bergman, la encontraba de muy mal gusto. De La mamá y la puta solo hay una edición japonesa del DVD; se pudo ver en España cuando Fernando Trueba la eligió para ponerla en un programa de televisión, La película de mi vida. Y había una copia mala e ilegal en Youtube hasta hace unos meses. Después de su estreno en Cannes, se pudo ver en algunos cines y ahora está en la plataforma filmin. Fernando Trueba dice en Mi diccionario de cine que “es un manifiesto sentimental, una especie de Las ramistades peligrosas de después del 68”.
No todo va a ser follar. La mamá y la puta es una película pos-68: hay un cierto ambiente de desencanto. De Alexandre, el protagonista, no sabemos cómo se gana la vida. Marie (Bernardette Lafont) y Veronika (Françoise Lebrun), las dos mujeres en torno a las que pivota, tienen trabajo y son independientes económicamente. La película cuenta un triángulo amoroso que se convierte en relación a tres. El balance es bastante doloroso para las mujeres. Se habla de aborto, de la penalización social de la mujer liberada sexualmente (la puta), hay algún intento de suicidio y mucha música, pero no de acompañamiento, sino que pone en escena la escucha de música. En la habitación de Marie y Alexandre hay un tocadiscos y un montón de vinilos a los que se presta tanta atención como a las historias que cuentan algunos de los personajes mirando a cámara. Los tres actores están impecables, y es muy difícil lo que hacen porque es como si los tres estuvieran en un registro diferente y, milagrosamente, la mezcla funciona.
La mamá y la puta, según Eustache. Para Eustache, “la película desemboca en el asco. Ése es el balance final de la película y de la vida. Que no me hablen de ‘nota de esperanza’ en el final. Para mí, el monólogo de Veronika es una impostura”. Eustache dijo que había hecho la película porque una mujer le había dejado y esperaba que volvería: “En lugar de hundirme en mis problemas, intenté liberarme de ellos haciendo una película sobre todo ello”.
Lo máximo con lo mínimo. La mamá y la puta es un prodigio formal: consigue lo máximo con el mínimo de elementos: un trípode, una cámara y tres actores. Es una película hecha con palabras, los personajes hablan mucho, no siempre de cosas importantes, hay también sitio para las historias de otros. A pesar de ser una película en cierto modo oscura, tiene momentos luminosos: cuando Alexandre hace la cama abrazando el colchón y tirándose en plancha y explica que eso lo aprendió viendo una película; cuando van a un restaurante que no se pueden permitir (“No tener dinero no es razón suficiente para comer mal”), tiene golpes de humor. Es curioso como la película tiende a encerrar a los personajes: París, los cafés, otros personajes dejan de aparecer para que la narración se concentre en el colchón de esa habitación y en esos tres personajes hablando de ellos. Pero como cantaba Leonard Cohen, “hay una grieta en todas las cosas y es por ahí por donde entra la luz”.