La nueva Metrópolis

Una crónica de cómo fue restaurada la obra maestra de Fritz Lang a través de negativos encontrados recientemente.
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La última vez que vi la cinta Metrópolis en México fue en el otoño del 2003. Se anunció como un gran espectáculo en la historia del Auditorio Nacional: era la versión restaurada, la última, la definitiva, la mejor jamás hecha de la cinta de Fritz Lang. Era además una versión musicalizada por Art Zoyd.

El resultado fue una delicia. Los amantes de la cinta encontraron un nuevo ángulo con nuevas escenas y con los tonos industriales de la música vanguardista de Art Zoyd, y los que nunca antes habían visto cine en blanco y negro, y mudo, por lo menos habrán dejado el Auditorio Nacional pensando en las locuras sociales y futuristas de un cineasta austriaco-alemán de los años veinte.

Con esta restauración, la UNESCO incluyó a Metrópolis en su lista de Memoria del Mundo, una lista que recoge el patrimonio documental del planeta junto con códices, manuscritos y paleografías entre otros. La cinta estaba en esos años de fiesta.

Pero poco tiempo más tarde las cosas dieron un giro de 180 grados. Se habían encontrado más trozos faltantes de la cinta y eso significaba, uno, que Metrópolis seguía viva; dos, que habría que hacer una nueva restauración; y tres, que habría más fiesta.

La historia de Metrópolis es la de una cinta sui géneris. Un director austriaco que aprovechó la libertad de expresión después de la Primera Guerra Mundial para hacer filmes de fantasía, viajó a Nueva York y terminó inspirándose para grabar una cinta sobre un Moloch. La productora terminó con grandes dificultades financieras y la cinta quedó recortada. Recortada con tijera, literalmente. Con ediciones sobre ediciones se quería ver si al menos se recuperaba un poco de dinero de la millonaria inversión. Pero no se pudo. Y la cinta sobrevivió sólo de manera editada.

Cuando se dio la noticia del descubrimiento de una nueva cinta de Metrópolis yo estaba ya viviendo en Berlín. Era verano del 2008.

El semanario alemán Die Zeit dio la noticia en exclusiva con su corresponsal en Buenos Aires. En cuestión de horas todos los medios se la apropiaron: “el redescubrimiento de Metrópolis”, “Encuentran la versión original que había sido dada por desaparecida desde hace 80 años”, “Metrópolis será una nueva película”.

En Buenos Aires se había encontrado una cinta que databa de 1928. Era la cinta más fiel a la original estrenada en Berlín en 1927. Todas las demás versiones, sobre todo las de Estados Unidos, estaban sumamente editadas.

“Ahí estuvo todo el tiempo”, me dijo por teléfono Fernando Martín Peña, el historiador argentino de cine que encontró el eslabón perdido.

Fue curioso, pero mientras todo el mundo celebraba la restauración final de Metrópolis a principios del Siglo XXI, Fernando Martín Peña ya sabía que había una versión todavía más completa, más original. Lo sabía pero no lo pudo comunicar. Y no lo pudo comunicar porque no la pudo ver. El administrador de una colección le había dicho a finales de los años 1980 que existía tal cinta, pero por cuestiones burocráticas él nunca tuvo acceso a ella.

Casi veinte años después Fernando Martín Peña pudo ver la cinta. Y entonces lo comunicó a los alemanes, pero no le creyeron. La Fundación Murnau de Alemania, la encargada de los derechos de Metrópolis, no le prestó atención al historiador argentino, pues llevaban años lidiando con este tipo de mensajes.

La cinta fue encontrada en las latas de una colección privada de cine. Un distribuidor argentino de nombre Adolfo Z. Wilson la había comprado en Berlín en 1928, ya con una mínima edición, y así la mostró en Buenos Aires. Sobrevivió en una colección privada y luego pasó a instituciones estatales.

“Estaba en sus latas de metal y bien identificada. El problema después fue más bien burocrático y el estado de deterioro que tenía”, recuerda Martín Peña.

Lo que se encuentra de Metrópolis es un negativo de 16 milímetros, es decir una reducción de la versión en 35 milímetros que se había estrenado en 1928 en Buenos Aires y que ayuda al filme a alcanzar un total de 147 minutos, casi la duración original de 153. La de 35 milímetros fue destruida por el peligro que implicaba el nitrato, formato en que estaba grabada, y no se copió a 35 milímetros de otro material porque el proceso resultaba muy costoso.

El tiempo de más fiesta llegó. Era el 12 de febrero de 2010. La película, la edición final, la más fiel a la original y ya digitalizada, se proyectó sobre la Puerta de Brandeburgo durante la edición 60 de la Berlinale con orquesta en vivo. Esta versión es la que se podrá ver este 17 de agosto a las 20:30 horas en el Auditorio Nacional. Ahora no con Art Zoyd, sino con la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México.

Al final la trama se queda igual que en la última restauración. Solo algunas conexiones de escenas cambian, se hacen más armónicas y comprensibles. Dos escenas dan a Georgy, Josaphat y El Hombre Delgado, una personalidad, pues en las ediciones anteriores habían sido degradados casi a extras. La razón de la rivalidad entre Rotwang y Joh Fredersen es clara con la aparecida escena “El cuarto de Hel“, que había desaparecido por completo y sólo había una foto y descripciones.

El espectador promedio de hoy en día dirá no ver cambios significativos. Y está bien. El mismo Fritz Lang había dicho en unas cartas a principios de los años 1970 no recordar las partes que se le había editado a su película. Pero al menos se ha logrado rescatar una película que en ediciones hollywoodenses había llegado a quedar hasta en los 80 minutos. Más original sí es.

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