flaubert decía que las fami lias felices no eran tema de buenas novelas. Lo mismo, invertido, se aplica al cine: las historias de amor podridas son médula de las mejores películas. En concreto, el adulterio: venganza conyugal en código, vitamina para un ego débil y una forma de combinar el riesgo con la comodidad. Todo esto es el tema de Laberinto de mentiras, debut como director de Julian Fellowes, ganador de un Óscar por el guión de Gosford Park. En Laberinto de mentiras, como en aquella otra dirigida por Robert Altman, Fellowes explora el arte británico de traicionarse e intercambiar insultos sin perder un ápice de dignidad. Tom Wilkinson y Emiliy Watson en el papel de la pareja en crisis pero inmutable, y Rupert Everett como el tercero en discordia, cínico y elemento catalizador, son dirigidos con precisión por Fellowes. Evitan que la película resbale hacia el melodrama, y evocan un ejercicio pinteriano de diálogos e interacciones banales que crean, fuera de ellos, un significado mayor. –
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