Mandy: el ojo de la tormenta

La extraordinaria Mandy, de Panos Cosmatos, debe acabar de una vez por todas con el debate sobre la calidad actoral de Nicolas Cage.
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Dan Harmon, productor y animador estadounidense, fue la primera personalidad pública en atreverse a expresar la duda que ha sido el centro de uno de los grandes misterios de la cultura popular contemporánea. La fecha: 2 de enero de 2014. La serie: Community, comedia creada y escrita por Harmon en 2009 que narra las vicisitudes de un grupo de alumnos en la universidad pública de Greendale y que fungió a lo largo de seis temporadas como un templo del humor metanarrativo y la referencialidad pop. El episodio: Introduction to Teaching, capítulo 6 de la sexta temporada donde Abed (Danny Pudy) se inscribe a un curso que plantea un desafío cuya resolución ha empujado a varios estudiantes de comunicación y cinematografía al borde de la locura: escribir un ensayo que intente responder la interrogante: Nicolas Cage, ¿buen o mal actor?

“Sólo vean cinco películas, de manera espaciada, con extremo cuidado”, advierte Sean Garrity, el profesor titular del curso, quien sostiene que no existe una respuesta contundente al reto. Abed no está de acuerdo. Su teoría: “Cada actor es algo: Robert Downey Jr., bueno; Jim Belushi, malo; Van Damme, la buena clase de malo; Johnny Depp, la mala clase de bueno. Hay un espectro y Cage está en él. Sólo tengo que encontrarlo”. Tras ver más de 70 películas protagonizadas por el histrión, Abed enloquece y asume la personalidad de Cage en clase. El resultado, como saben los fans de Community, es una de las secuencias más hilarantes de la televisión de la década. “I´m a cat, I´m a sexy cat!”.

Cage no sólo es un actor carismático con una expresividad ruidosa y desbordante, sino que cuenta con uno de los currículums más contrastantes de la historia, donde lo mismo conviven obras mayores (Rumble Fish, Birdy, Raising Arizona, Moonstruck, Wild at Heart, Leaving Las Vegas, Snake Eyes, Bringing Out the Dead, Adaptation, Bad Lieutenant: Port of Call New Orleans, divertimentos simpáticos (Vampire´s Kiss, The Rock, Con Air) y mucha mierda (City of Angels, 8MM, The Wicker Man, Drive Angry, Vengeance: A Love Story y un larguísimo etcétera). Si definimos la calidad actoral como la capacidad de un individuo para transformarse en alguien distinto a su persona, en ser alguien más, quizá Cage no sea un buen actor, o, por lo menos, ciertamente es uno limitado (“lejano a la excelencia”, dirían algunos dictadores del gusto). ¿Pero eso es lo que realmente define a la grandeza cinematográfica? El debate lleva varias décadas y probablemente trascienda al mismo Cage. Mientras tanto, Mandy, la celebrada cinta de Panos Cosmatos parece haber conciliado al mundo con el dilema representado por la estrella, cuya interpretación ha sido celebrada unánimemente como una de las actuaciones más delirantes de estos años. El filme, estrenado a principios de este año en Sundance, también constituye un recordatorio del poder del cine para generar pesadillas que resuenan en la memoria mucho tiempo después de haber terminado de leer los créditos finales. En caso de no haber visto Mandy, se recomienda proseguir con cautela en caso de querer evitar los tan temidos spoilers.

El ojo cósmico

Mandy cuenta la historia de Red (Cage), un leñador de mediana edad que vive en romántico aislamiento con su novia Mandy, interpretada con extrañeza profunda e inasible por Andrea Riseborough, en una cabaña localizada en un bosque cerca de Shadow Mountains, California. Un día, mientras camina abstraída hacia su trabajo como cajera en una tienda, Mandy se cruza con la camioneta de The Children of the New Dawn, un culto liderado por Jeremiah Sand (Linus Roache, soberbio). Sand se obsesiona con Mandy y ordena su secuestro. Auxiliado por los Black Skulls, una banda de bikers drogadictos cuyo aspecto refiere a los cenobitas de Hellraiser (Barker, 1987), el culto droga a Mandy y la lleva a ante Sand, quien la quema viva frente a Red tras un intento fallido por poseerla. Al día siguiente, Red logra liberarse y emprende una cruenta venganza contra aquellos que arruinaron su vida.

Ambientada en 1983 – año en el que también transcurre Beyond the Black Rainbow (2012), ópera prima de Cosmatos y doppelgänger de este segundo filme, Mandy está dividida en dos partes: la primera, un romance idealizado emotivo y melancólico de múltiples sutilezas cromáticas; la segunda, una narrativa sicodélica y fantasmagórica que funciona como homenaje y sublimación de las cintas de bajo y mediano presupuesto que giran en torno a la venganza de la masculinidad maltrecha y poblaban los videoclubes a fines del siglo pasado. Junto a Fangoria, la revista Heavy Metal (Mandy tiene algunas cortinillas animadas que bien habrían podido ser dibujadas por Boris Vallejo) y la imaginería del rock progresivo, Cosmatos reconoce que la mera idea de esas cintas ochenteras de culto -y no tanto las películas en sí- constituye una influencia poderosa en su obra:

“Cuando era niño no se me permitía ver cintas con clasificación R, pero pasaba horas en la tienda de videos mirando el arte y las imágenes de cajas de las películas de terror y ciencia ficción. Sin haberlas visto, imaginaba mis propias versiones. Recordar esa época ha sido muy inspirador. La idea de filmar una película recordada o imaginada me parece fascinante”. (Filmmaker Magazine, mayo de 2012)

Cosmatos también abreva de fuentes más “sofisticadas”. El espíritu de la fotografía de Benjamin Loebb lo mismo remite a clásicos de videoclub como Black Rain, Cobra y The Hitcher que al estilo contemplativo e hipnótico de Andrei Tarkovski, sobre todo cuando la cámara altera la realidad temporal para que el espectador pueda sumergirse de manera casi religiosa en el paisaje, como quien entra a un paraíso que, una vez concretada la tragedia, se torna en un infierno lleno de rojos que rompen la oscuridad. Como bien apunta Jonathan Romney, crítico de Film Comment, la fotografía desdobla una textura vaporosa que recuerda el trabajo del artista James Turrell, conocido primordialmente por sus Skyspaces, observatorios colocados alrededor del mundo donde la contemplación del ocaso es intervenida por variaciones artificiales de luz para redefinir la relación que tenemos con el espacio y la percepción cromática. Uno de estos Skyspaces (Encounter) se encuentra abierto al público en el Jardín Botánico de Culiacán, Sinaloa. La experiencia creada por Turrell es alucinante, como abrir una ventana al cosmos que, tras provocar un estado alterado de percepción basado en cambios lumínicos, termina devolviéndole la mirada al asistente. El templo es el ojo del espectador.

Esta idea está presente estéticamente en Beyond the Black Rainbow, cinta en la que uno de los protagonistas experimenta un viaje alucinógeno donde literalmente emerge del ojo de Dios (“era hermoso, como un arcoíris negro”). También es referenciada de forma temática en Mandy: Red, como revela el químico de los Black Skulls, es un hombre que ha muerto y resucitado como un guerrero emanado del “ojo de la tormenta”.

La mayoría de las críticas a Mandy -escasas, en realidad- se centran en que una historia que la sostiene es pobre y sistemática. Cosmatos, afirman sus detractores, es incapaz de crear un guion que vaya más allá de una trama de venganza, lo que termina por frivolizar el dolor de sus personajes. Estos señalamientos denotan una falta de atención imperdonable. El filme está lleno de ambigüedad y subtextos, en especial en lo que se refiere al ego masculino que sueña con equipararse con Dios. La sombra del padre opresivo es una obsesión en Cosmatos. Mandy, intuimos, se refugia en el bosque a causa del trauma producido por un padre opresivo que obligaba a sus hijos a matar animales. Esta figura paterna es representada por Sand, quien desea abusar de ella. La manera en que ambos rostros se yuxtaponen y morfan en la secuencia del ritual fallido es la expresión visual de este miedo. El efecto es en extremo perturbador: uno de los malviajes más logrados de este siglo. Así como el padre tampoco logra mancillar la energía primordial de la hija en Beyond the Black Rainbow, el espíritu de Mandy nunca logra ser doblegado.

Red también es más complejo de lo que parece a primera vista. ¿Quién era Red antes de conocer a Mandy? Una vez que Cage renace como ángel vengador, no sólo descubrimos que era un alcohólico (esa botella de vodka en el mueble del baño), sino que también era un arquero experto y cazador. La muerte de Mandy provoca que Red se convierta en un tigre que sale de la jaula para exterminar a los invasores del paraíso. Sand le dice a Red que es un animal, carente de alma y cerebro, sin luz radiante. Se equivoca. El verdadero iluminado es el personaje interpretado por Cage: “Lo psicótico se hunde donde nada lo místico: tú te ahogas, yo nado”. El último tercio es un delirio fálico que incluye recorridos por cuevas vaginales y un duelo de motosierras. En el combate final, Sand se quiebra como infante aterrorizado. En medio de lágrimas, incluso le propone a Red una mamada a cambio de su vida. El duelo ha terminado. Red, la espada mayor, le aplasta el cerebro. “¡Soy tu Dios, ahora!”, exclama orgásmicamente mientras los sesos de Sand se derraman como esperma por sus manos.

En Beyond the Black Rainbow y Mandy los protagonistas manejan por una autopista oscura, acompañados del hombre que alguna vez fueron en el asiento de al lado. Ambos, a su manera, son monstruos, seres que han trascendido a un estadio sobrenatural para ejercer violencia sobre los que consideran sus enemigos. La diferencia es que Red en Mandy es una criatura benigna, un tigre noble incapaz de llegar a extremos de crueldad gratuitos o injustificados. El paraíso, sin embargo, ha quedado atrás. El monstruo es ahora el que lleva el control del volante.

La imagen es una alegoría perfecta para describir el rumbo de la carrera de Cage, quien logra una actuación icónica en Mandy: contenido y estoico en la primera parte, intenso y bestial en la segunda. La sola secuencia en la que lo vemos llorar en el baño es evidencia suficiente de lo absurdo que es evaluar su calidad actoral. Cage es una fuerza de la naturaleza. Y esa, creo, es suficiente razón para celebrarlo sin inhibiciones.

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Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.


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