La felicidad es una alucinación, “un momento que antecede a otro en el que se necesita más felicidad”.
Se vive con miedo, siempre.
En este penúltimo capítulo de Mad Men, tres personajes enfrentan las ficciones inventadas para confrontar este estado de amenaza constante. De manera devastadora, uno de ellos descubre que ya no hay más camino por recorrer.
Episodio 13, “The Milk and Honey Route”.
1.
El capítulo abre con una pesadilla: tras manejar sin rumbo por la “autopista perdida”, el hombre que alguna vez respondió al nombre de Richard Whitman es detenido por una patrulla. El motivo no es el exceso de velocidad o una luz rota. “Hemos estado buscándote, sabías que te encontraríamos”, le dice el policía. La atmósfera es ominosa. Whitman también ha estado buscándose a lo largo de dos décadas, desde que asumió la identidad de Don Draper, el hombre al que mató accidentalmente en la guerra de Corea. En la estación de radio suena “Okie from Muskogee”, de Merle Haggard, una canción country que glorifica los valores del statu quo frente a la decadencia hippie (“no fumamos marihuana, ni tomamos viajes de LSD”). La noche es de una oscuridad espacial, como si el uso de “Space Oddity” en el episodio anterior hubiera convertido a Don en un náufrago interestelar.
El sueño es una manifestación de la paranoia de Draper, quien también ha quemado las naves con la “mafia” de McCann, situación que lo torna en un doble desertor. Su lectura de El Padrino –una obra sobre un hombre obligado a asumir una existencia que no desea- es un comentario sobre su nueva condición de paria (Sally es el único vínculo que sostiene con el mundo pasado). A causa de una avería en el coche, el exdirector creativo de SC&P pernocta en un pueblo de Oklahoma, estado limítrofe con Kansas (la provincia rural de “El mago de Oz”). El talante conservador de la comunidad recuerda al descrito por la canción de Haggard. Ante la carencia de bares y ligues potenciales, Don se refugia en su habitación. El único analgésico contra el aburrimiento es el alcohol que le consigue el conserje del motel, una especie de doppelgänger joven de Draper. La imagen espejo de ambos es perturbadora. La calma es una ilusión: un torbellino está a punto de azotar el hotel y llevarnos a Oz.
El dueño del hotel invita a Don a una reunión de veteranos de guerra. Draper es la estrella de la noche, el exdelegado militar de alto rango que visita a las tropas. El alcohol fluye y las historias de horror comienzan a surgir. La celebración degenera en desahogo y conmiseración. La primera vez que la fachada exitosa de Draper se quebró en público fue durante una reunión con los ejecutivos de Hershey en la sala de juntas de SC&P, cuando no pudo armar una campaña para el chocolate que le produjo felicidad genuina en su niñez. Algo similar sucede en la reunión de exmilitares: tras numerosos tragos, Whitman revela que mató accidentalmente a Draper. Los veteranos –quizá las personas más acreditadas en términos morales para juzgarlo con dureza- le extienden su simpatía. No hay vergüenza en aceptar la cobardía.
Paradójicamente, los excombatientes terminan por culpar a Draper de un crimen que no cometió: el robo del dinero de una colecta. Don sabe inmediatamente que el responsable es el conserje, pero no lo denuncia. Por el contrario, le brinda los medios necesarios para salir del pueblo, no sin antes darle el consejo que él no recibió en su juventud: “Si te quedas con el dinero, tendrás que convertirte en alguien más, y te garantizo que no será en la persona que tú crees”. Un círculo se ha cerrado. Don está preparado para continuar por el camino amarillo.
2.
La imagen de Coca Cola ha perseguido a Draper a lo largo de la segunda mitad de la temporada: fue el anzuelo con el que Hobart lo quiso pescar en McCann (“Coca Coooola”), era la bebida de los asistentes a la última reunión ejecutiva de Don (Lost Horizon T07E11) y ahora reaparece como la única marca disponible en el hotel de “The Milk and Honey Route”. La presencia del refresco no es un capricho: Coca Cola es una marca cuya mercadotecnia ha estado asociada tradicionalmente a “la felicidad”. Incluso, varias de sus campañas imaginan al refresco como “una máquina de la felicidad”. Por eso es que Don, el estafador maestro, era perfecto para llevar la cuenta en McCann. ¿Qué otra cosa es la felicidad más que una ficción que nos contamos para no “saltar desesperados por la ventana”? La máquina del hotel, por cierto, está “fuera de servicio”.
3.
Desde que la vimos con fusil en mano en “Shoot” (T01E09), sabemos que existe un lado siniestro en la frivolidad de Betty Francis. Detrás de su disfraz de domesticidad burguesa, Betty es capaz de coger con un extraño en un bar, torturar a sus hijos, sugerirle a su esposo que viole a una adolescente o coquetear con la idea de tener un affaire con el expretendiente de su hija. Aparentemente convencida de que sacrificó una carrera exitosa en el modelaje para formar una familia, apenas esconde su insatisfacción. En papel, el personaje luce monstruoso. Es por ello que el arco final que sigue en “The Milk and Honey Route” resulta tan sorprendente. A estas alturas, pocos esperaban sentir empatía por la “reina de hielo”. Craso error. Dirigida con maestría por Matthew Weiner, la toma que revela el cáncer de pulmón de personaje (un zoom lento que se cierra en el rostro de Betty mientras vemos en profundidad de campo a Henry y el doctor) es casi insoportable. El machismo de 1970 es indignante: incluso a la hora de escuchar su sentencia de muerte, una mujer no era considerada como un adulto. Lars von Trier, experto en el martirio femenino, no tiene un momento así.
Henry Francis es un hombre con recursos y poder político. No obstante, como suele suceder con las figuras paternas, la enfermedad de su esposa lo quiebra por completo. La secuencia en la que le comunica a Sally las malas noticias es devastadora. La reacción relativamente ecuánime de la adolescente confirma lo que anticipó Draper capítulos atrás: “pronto sabrás lo mucho que te pareces a nosotros”. Sally es heredera de la frialdad de su madre, una personalidad más de su legión de identidades (“I´m so many people”).
Betty no tenía futuro como modelo, ni tampoco planeaba ejercer como sicóloga: sus estudios eran un distractor para enfrentar el tedio doméstico, nada más. La lucidez con la que asume estas verdades en su fase terminal es contundente. Pelear contra el cáncer sería representar una ficción para ganar unos cuantos meses más de vida. No tiene sentido. Betty prefiere escenificar otras mentiras y seguir en la universidad. Su estoicismo es ejemplar. January Jones, tan cuestionada como actriz en otros trabajos, está a la altura del desafío. Impecable.
4.
Obnubilados por el estatus de clase –su idea de “felicidad”-, Pete y Trudy han sido miserables desde que se separaron. Si bien Campbell ha avanzado profesionalmente a pasos agigantados, la pérdida de prestigio social que asocia con su soltería no le permite gozar los beneficios de su independencia. Peor aún: odia Nueva York, la misma ciudad de la que no se quería mudar en la quinta temporada, cuando sostuvo el affaire que en parte provocó su separación de Trudy. En un diorama más –se podría publicar un libro de “vitrinas” de Mad Men a manera de coffee table book-, Pete contempla a su antigua familia. Es una ficción, cierto, ¿pero no es un destino preferible a dormir solo y angustiado en Nueva York?
El mismo dilema opera para Trudy. El orgullo con el que se ha conducido desde la ruptura sólo le ha ganado ostracismo social y condescendencia por parte de sus amigas. Es por ello que cuando Pete recibe la oferta de abandonar McCann para empezar de nuevo con sueldo espectacular en Wichita, Kansas (otra vez “El mago de Oz”), la pareja opta por reconciliarse. El asunto suena tan falso como un cuento de hadas -así lo sugiere el capítulo: la primera vez que vemos a Trudy viste como princesa deportiva y sostiene una manzana-, pero es una historia en la que deciden creer para poder seguir adelante. ¿Se puede aspirar a más? La ambigüedad es la columna vertebral de Mad Men.
5.
“Nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir (…) Buscamos el sermón en el suicidio y la lección moral o social en el asesinato de cinco personas. Interpretamos lo que vemos, elegimos la más practicable de las múltiples opciones. Vivimos completamente, sobre todo los escritores, bajo la imposición de una línea narrativa que une las imágenes dispares, de esas “ideas” con las que hemos aprendido a paralizar esa fantasmagoría movediza que es nuestra experiencia real”. -“El álbum blanco”, Joan Didion.
Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.