La leyenda del pianista en el océano, 2003
Las sesiones de cine de los fines de semana en el internado determinaron de manera definitiva mi afición. Los viernes había película de estreno, alquilada en un videoclub que creo que ya no existe. Los sábados y domingos se repartían entre fútbol, capítulos de Mr. Bean y la colección de películas que teníamos allí. Algo pasa con Mary, Evolution, Sleepy Hollow, Jesucristo Superstar, recuerdo ver todas estas una y otra vez, y pedirlas de nuevo al finde siguiente. Una de las que también veíamos con frecuencia era La leyenda del pianista en el océano (1998). Nos dejaba tristes y no queríamos que la pusieran, pero nos quedábamos allí hasta el final. Desde aquella época no la he vuelto a ver, pero recuerdo la sensación que me dejaron varias escenas: el piano dando vueltas por el salón, el cigarro encendiéndose con las cuerdas al final del duelo, la grabación de ese tema maravilloso con Tim Roth ensimismado. Un tema, por cierto, Morricone donde los haya.
Hasta que llegó su hora¸ 2005
Un compañero del colegio, que tenía en su casa la que entonces me parecía una colección enorme de películas, me recomendó ver Hasta que llegó su hora (1968) sobre todo por la escena inicial: quince minutos en los que, mientras pasan los créditos, la única música que se oye es el chirriar de un molino oxidado y el vuelo de una mosca. En la sala de cine del internado habían instalado un proyector hacía poco, y como me la puse un domingo a media tarde tuve proyector y sala para mí solo. Esta sí que la he vuelto a ver. De hecho, procuro verla cada cierto tiempo, y hacer de paso labor evangelizadora con los que tengo alrededor. ¡Un western sobre la muerte del western! La música de la película ayuda a construir a los personajes tanto como sus líneas de guion o sus caras en primer plano, con una serie de leitmotiv asociados a cada uno de ellos: la armónica del bueno, la guitarra del malo, los violines de la mujer. Y en el duelo final, una superposición de todos los temas que me sigue poniendo los pelos de punta.
Saló, o los 120 días en Sodoma, 2008
Con 17, 18, 19 años tuve junto a mi hermano una fase de películas “extremas”, entre las que, obviamente, estaba Saló. Hacíamos estas sesiones en verano, durante la siesta, y solíamos verlas en esos reproductores online en los que tenías que reiniciar el módem a los setenta minutos. Con Saló (1975), y creo que no me pasó con ninguna otra, le pedí a mi hermano que no reiniciara el módem, que no quería seguir viéndola. Con el tema de la película pasa como con Holocausto caníbal, que si la escuchas sin saber lo que es nunca podrías asociarla a las imágenes. Es claramente parte del juego. Pero si bien con Holocausto… u otras del estilo soy capaz de mantener la distancia de la ficción o la conciencia del artificio, la absoluta sencillez de los escenarios de Pasolini me descoloca y hace que me resulte todo mucho más crudo.
La cosa, 2010
He visto y me encanta casi todo Carpenter. Para mí, la lista ordenada de sus películas tiene a La cosa (1982) la primera (luego van Halloween, En la boca del miedo, La niebla, Asalto a la comisaría del distrito 13, El pueblo de los malditos, Christine, y ya todas las demás). La cosa es de los pocos trabajos en los que Carpenter no pone también la música, esos temazos con ritmos y sintetizadores ochenteros que ayudan a crear ese ambiente suyo tan característico. Morricone escoge recrear el estilo musical de Carpenter, y cualquiera podría decir que esta banda sonora es también suya. Junto a una elección de formato tremendamente acertada, la BSO ayuda a la inmersión en el paisaje y a potenciar el “espacio negativo” alrededor de los actores, esa impresión constante de que algo va a saltar desde un rincón.
Cinema Paradiso, 2012
La primera vez que vi Cinema Paradiso (1988) fue en una emisión de noche de La Sexta 3. Como la televisión que teníamos entonces era pequeña, cuando estábamos solos en casa movíamos el sillón al centro de la habitación. Recuerdo perfectamente la escena de mi hermano bajando a por agua, a eso de las doce o doce y media, y yo moqueando y rodeado de cojines en medio del salón a oscuras. Cualquier pista de su banda sonora sirve todavía para ponerme la lágrima en el ojo. Para Morricone una cumbre, para mí una de mis absolutas favoritas. Una advertencia: evitad la versión extendida, porque muestra un decepcionante reencuentro con el amor de juventud que la versión normal hace bien en recortar.
Los odiosos ocho, 2016
¿Es demasiado decir “la mejor película de Tarantino”? Al menos del grupo post-Kill Bill seguro que lo es. El día que vi Los odiosos ocho (2015) llegué tarde al cine, y me perdí la mitad de la secuencia inicial con la caravana subiendo la montaña y el crescendo de siete minutos de la orquesta. Cuando la volví a ver en televisión me di cuenta de lo cafre que había sido. Para compensar, no sé la cantidad de veces que la habré puesto en YouTube. Si tenéis un rato, os recomiendo también el vídeo en el que Morricone dirige esta secuencia durante la grabación en Abbey Road. Es una maravilla verle trabajar. Este fue el año de su Oscar. Recuerdo su seriedad al subir, y cómo se emociona ante el largo aplauso. Creo que el premio, más que un reconocimiento, debería interpretarse como un agradecimiento. Como me pasa a mí, todos tenemos historias cinéfilas relacionadas con su música y sus películas, y creo que todos estamos agradecidos por su frescura y su originalidad hasta este último de sus trabajos. Lo mejor de un buen hacer como el suyo es que es un disfrute que nunca acaba. Buen viaje.
Manuel Pacheco (Villanueva de los infantes, Ciudad Real, 1990) es músico y filólogo. Es autor de 'Las mejores condiciones' (Caballo de Troya, 2022).