Escena de Minx.

Minx y la liberación de la mirada

La serie televisiva de HBO Max mezcla la crónica de lo que ocurre en la redacción de una revista pornográfica para mujeres con una provocadora reflexión histórica sobre los alcances del feminismo estadounidense en su segunda ola.
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Hacia el final de “An exciting new chapter in the annals of erotica”, regocijante cuarto episodio de la primera temporada de Minx (E.U., 2022), el joven bombero Shane Brody (Taylor Zahkar Pérez) responde tranquilamente y con toda seguridad a sus compañeros tragahumos que se están burlando de él porque acaba de aparecer, completamente desnudo, en las páginas frontales de Minx, una revista pornográfica pensada y dedicada solo para mujeres. Hemos conocido a Shane desde el episodio anterior: un tipo fuerte, alto, atractivo, bienintencionado y desinhibido que accedió a posar sin ropa. Está orgulloso de lo que tiene colgado entre las piernas así que, ¿por qué no compartirlo con todas las mujeres que lo quieran ver? Él nunca ha sido egoísta.

El asunto es que Shane es una suerte de niño grande que ha tenido que soportar desde siempre las bromas pesadas de sus más experimentados compañeros de la estación de bomberos y, la verdad, no entiende muy bien las muy serias posiciones políticas y culturales de la editora en jefe de Minx, la combativa feminista, más teórica que práctica, Joyce Prigger (Ophelia Lovibond, la hija que Diane Keaton nunca tuvo), que se ve a sí misma y a su “escandalosa” revista porno-intelectual como punta de lanza de un nuevo feminismo.

Invirtiendo de alguna forma los papeles pigmalionescos del clásico musical Mi bella dama (Cukor, 1964), no es ahora el hombre preparado el que educa a la jovencita ignorante, sino al revés. Así pues, aquí el inocentón Shane aprende los conceptos e ideas más progresistas de parte de la sofisticada Joyce. Y ya enriquecido e iluminado culturalmente, el joven bombero le dice a sus camaradas que les tiene lástima porque son víctimas de su propia cultura machista para, después, alejarse caminando de ellos, muy seguro de sí mismo y feliz de la vida, mientras escuchamos en la banda sonora el hit sesentero “Different drum”, de Stone Poneys. Ah, casi se me olvidaba: ¿anoté que esta escena climática ocurre en las duchas de la estación de bomberos y que al final Shane sale de las regaderas caminado muy sonriente frente a la cámara, completamente desnudo, con su enorme miembro bamboleándose orgullosamente de un lado a otro? Usted disculpará: Joyce será muy feminista y tendrá ambiciones intelectuales, pero Minx sigue siendo una revista pornográfica.

Estamos a inicios de los años 70 en el sur de California. Joyce, una experiodista muy articulada, soltera, treintona y egresada del exclusivo Vassar College neoyorkino, ha luchado varios años por cumplir su sueño: publicar una revista feminista lo suficientemente seria y popular con la cual poder denunciar, un número sí y el otro también, al heteropatriarcado ofensivamente dominante. Ya para el final del cuarto episodio, Joyce lo ha logrado y contra todo pronóstico, aunque no exactamente como ella lo quería ni lo esperaba. Minx, teleserie de diez episodios creada por la guionista Ellen Rapoport, cuenta esta historia –inspirada muy libremente en la creación de Playgirl, la primera revista de porno dura dedicada al público femenino heterosexual– y está siendo transmitida en este momento en HBO Max. Se trata de una curiosa mezcla de entretenida crónica procedimental típicamente gringa –he aquí cómo se puede editar una revista que da la casualidad que es pornográfica– con una provocadora reflexión histórica sobre los alcances del feminismo estadounidense en su segunda ola, en un tono menos serio, pero no menos perspicaz, que el de la mucho más lograda Mrs. America (2020).

Rapoport y su equipo de guionistas –la mayoría mujeres– han creado el escenario cómico perfecto para plantear todas estas ideas –que siguen siendo más que pertinentes el día de hoy, en los tiempos del Me Too–, mientras que la producción de HBO ha recreado de manera impecable esa emblemática época tan popular en nuestros días, no solo en el diseño de producción, el vestuario, el maquillaje y los peinados, sino en la compulsivamente atractiva banda sonora que, a veces, es tan eficaz que el espectador puede caer en la tentación de apagar el televisor para mejor buscar y escuchar la música respectiva.

La fórmula argumental es más que conocida: Joyce es el típico pez fuera del agua. Es decir, la seria y sofisticada intelectual y feminista que al entrar al mundo de la pornografía de la mano del brillante pero inescrupuloso editor Doug Renetti (Jake Johnson) aprende que puede haber maneras insospechadas de luchar por su causa. Se trata, por supuesto, de una premisa ligera que abreva tanto de la tradicional comedia de enredos como de la aguda observación satírica: ese caótico ambiente de trabajo en la editorial Bottom Dollar que dirige Renetti, esas revistas de porno dura con títulos tan sugestivos como Feet Feet Feet (que haría las delicias de Tarantino) y, por supuesto, esa galería de personajes secundarios y sus intérpretes, que a veces logra desplazar el interés del espectador hacia ellos en detrimento de los protagonistas.

Me refiero a la experimentada pero a la vez inocente modelo porno Bambi de Jessica Lowe, a la sagaz administradora afroamericana Tina de Idara Victor, al tímido fotógrafo gay de origen latino Richie de Óscar Montoya y a la genuinamente hilarante Lennon Parham, quien encarna a la clasemediera hermana mayor de Joyce y que, al entrar por vez primera al estudio de la editorial Bottom Dollar, y al ver todo lo que los hombres y mujeres están haciendo, solo acierta a exclamar, asombrada, “¡No sabía que se podía hacer tantas cosas con la boca!”. 

Por supuesto, están también los otros actores secundarios: los penes de todo tipo (“largos, grandes, pequeños, chatos, circuncidados, no circuncidados, delgados, gordos, estrechos”, recita la conocedora Bambi) que aparecen en los desnudos frontales constantes, especialmente en los primeros episodios. Debo confesar que todos estos desnudos distraen de la comedia, pero uno se acostumbra a verlos. Además, si uno se convence de que todos esos miembros –como el ya descrito de Shane– no pueden ser reales y de seguro son prótesis colocados en la entrepierna del actor, pues ya se puede seguir viendo la serie sin complejos. Es cuestión de convencerse.

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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