El empollón, la guapa, el cochazo y la polaroid

John Hughes fue el primer director de la industria que miró a los adolescentes de tú a tú, con sensibilidad y ternura, sin paternalismo y sin dejar fuera las gamberradas y el sentido del humor.
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Hace unas semanas, se cumplieron treinta y cinco años del estreno de La chica de rosa. Es la última película que John Hughes y Molly Ringwald hicieron juntos, y ni siquiera la dirigió él, le cedió el puesto a Howard Deutch, pero sí la escribió pensando en ella e inspirado por una canción que ella no se sacaba de la cabeza, “Pretty in pink”. Como muchos, Hughes había quedado fascinado con Ringwald después de verla en La tempestad, con John Casavettes y Gena Rowlands, y escribió la que sería su primera película juntos, Dieciséis velas, en unas semanas y con una foto de ella pegada encima de la máquina de escribir. El casting consistió en una conversación que se prolongó horas y nació allí una complicidad que se plasmó en tres películas, clásicos sobre la adolescencia: Dieciséis velas, El club de los cinco y La chica de rosa.

Cuando Criterion Collection lanzó una edición en DVD de El club de los cinco, Molly Ringwald escribió en The New Yorker un artículo donde revisaba la película a la luz del Me Too. John Hughes fue quizá el primer director de la industria que miró a los adolescentes de tú a tú, con sensibilidad y ternura, sin paternalismo y sin dejar fuera las gamberradas y el sentido del humor. Ringwald cuenta en su texto que Hughes escuchaba las sugerencias de los actores sobre sus personajes y sobre la película: ella insistió en que eliminaran una escena en la que el director del instituto miraba bañarse a una profesora. En las películas de Hughes el sexo está muy presente, como deseo y como presión, es algo que los adolescentes temen que les marque, y lo hace tanto si son vírgenes como si no: una de las chicas de El club de los cinco dice que es una trampa, si dices que sí lo has hecho, eres una puta, si no, una estrecha. Para los chicos la presión es similar.

Ringwald dedica gran parte de su artículo a Dieciséis velas y a una de las tramas de la película: la guapa pasa la noche con el empollón, porque su novio le pide que la lleve a casa y ella está tan borracha que no sabe ni con quién está. El novio dice que podría violarla de más de diez maneras distintas y ella ni se enteraría. El empollón está aterrado: no solo tiene la misión de llevar a la chica a su casa, sino que además el novio le deja el Rolls Royce de su padre para hacer el recorrido. Por supuesto, el empollón ni siquiera tiene el carnet de conducir. La chica se va despejando, se anima y grita alegre. Molly Ringwald escribió a la actriz que interpretó a la guapa, Havilland Morris, ¿era eso una date rape? No es lo que sucede en la cinta: ninguno de los dos parece recordar muy bien qué ha pasado, es el empollón el que le pregunta a la chica si pasó algo, y ella le confirma. Pero todo está dentro del consenso y el alcohol y la desinhibición que da. Al principio de la película el personaje de Molly Ringwald y su mejor amiga admiraban a la guapa Caroline mientras se duchaba en los vestuarios (es perfecta, dicen). Es tan inalcanzable para ella como para el empollón. Seguramente, si no hubiera estado borracha, Caroline jamás se habría no solo acostado con el empollón: no lo habría mirado, ni se habría sentado en un coche con él ni habría compartido una lata de cerveza. Por eso él se hace una polaroid que demuestre que ella ha estado sentada a su lado en el coche. El alcohol es lo que permite que se rompan las barreras entre los grupos de los adolescentes (cómo afectan las desigualdades sociales a las relaciones de los adolescentes es el tema de La chica de rosa, cuyo final fue alterado y edulcorado para que se pareciera más a Cenicienta que la historia que Hughes había escrito en principio). Por otro lado, contar que algo sucede o que se hacen comentarios sobre algo no significa estar de acuerdo ni apoyarlo ni blanquearlo. Y una cosa más: hablar de algo no es hacerlo.

Uno de los momentos más divertidos de Dieciséis velas es la boda de la hermana. La película gira en torno a Claire, cuya familia olvida su cumpleaños debido al ajetreo de la boda de su hermana mayor, prevista para el día siguiente. Lo primero que hace Claire es descubrir con decepción que sus pechos siguen siendo igual de pequeños que el día anterior. De ahí todo va a peor. La boda, que anuncia el fracaso del matrimonio desde antes de empezar, es un disparate porque la novia acuda pasada de calmantes porque le ha bajado la regla. Se desmaya, apenas puede llegar hasta el altar y acaba quitándose las medias para lanzarlas con el ramo y los tacones antes de subirse al coche de novios.

La mirada puritana acecha cuando nos sentamos a ver películas y convierte todo en sospechoso. Por ejemplo, el empollón es casi un acosador de Claire. Pero lo que me llevo preguntando días es por qué vemos ahora la ficción, libros o pelis, exigiendo ejemplaridad de comportamiento, si precisamente donde se puede ser gamberro y cruzar líneas es en la ficción.

 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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