No tan fácil pero bueno pese a todo

El segundo tomo del 'Cuaderno de trabajo' de Bergman va de 1975 a 2001 y viene con un emocionante prólogo de Karl Ove Knausgård.
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Desde que tenía 20 años, en 1938, antes de escribir su primer guion profesional, y hasta 2001, seis años antes de su muerte, Ingmar Bergman llenó a mano unos sesenta cuadernos con una mezcla de sus notas para las películas que pensaba hacer, impresiones cotidianas, relatos más o menos ordenados de las circunstancias de su vida, y no solo preocupaciones y pesares, sino también expresiones de felicidad y éxtasis, marcados con la fecha del día. Es decir, sus diarios. La editorial Nórdica los ha publicado ahora en España, en dos volúmenes traducidos por Carmen Montes Cano (que mereció en 2013 el Premio Nacional por su traducción de la novela Kallocaína, de la sueca Karin Boye, y que también ha traducido a autores superventas como Henning Mankell, Camilla Läckberg y clásicos como el visionario Emanuel Swedenborg). 

La decisión de la editorial o de la traductora de titular la obra como Cuaderno de trabajo (distinguidos por tomos con los números I y II, pero en singular, y no cuadernos) puede darnos la idea de un único flujo continuo de conciencia alimentado a lo largo de siete décadas; un gran panel donde revolotean las imágenes que componen la vida espiritual humana, libre del tiempo como sucesión de circunstancias que se van dejando atrás, más cerca de un fresco abigarrado que de un sendero que nos lleva a algún destino. El primero de los tomos, con una primera edición en mayo de este año y una segunda en septiembre, abarca los años entre 1955 y 1974, y lleva un prólogo de la escritora danesa Dorthe Nors. La segunda edición ha coincidido casi con la salida del segundo de los tomos, en el que me voy a detener un poco más, y que recoge los cuadernos escritos entre los años 1975 y 2001. En este caso, el prólogo lo ha escrito Karl Ove Knausgård, y he aquí el primer placer: es un texto muy emocionante y muy penetrante. Knausgård compone su prólogo a partir de un día de 1978 en el que Bergman, en su oficina de Múnich, cuenta cómo avanza el guion que está escribiendo y hace alguna observación sobre la mala calidad del bolígrafo, mientras que él, el niño Karl Ove, estaría yendo al colegio en la ciudad noruega de Arendal. Practica así una de las maneras de leer los diarios, que es consultar fechas para nosotros importantes en busca de lo que estaba haciendo mientras tanto el diarista. ¿Por qué lo haremos? Knausgård también recuerda su relación posterior con las películas de Bergman, y son especialmente conmovedoras las líneas que dedica a Fanny y Alexander, a cuya gestación asistiremos en las páginas siguientes, muy temprano, ya desde el año 1976, cuando Bergman anota la primera alusión a una imagen que lo asalta, de la que se “enamora”: una mujer ya mayor en el porche de su casa, la que acabará siendo la maravillosa Helena Ekdahl, interpretada por Gunn Wållgren.

Una nota de la traductora nos avisa de que los diarios apenas han sido editados y de que se ha respetado la puntuación original de la escritura de corrido del director. Podemos de esa manera entrar rápidamente en la cadencia de su mente. A veces encontramos aires de oralidad, pero quizá lo más característico es cómo nos deslizamos sin advertencia previa entre los mundos en los que se mueve Bergman, que quizá no sean tan diferentes. Llevamos unas líneas leyendo sobre unos personajes, sobre sus conversaciones y los entornos en los que se mueven, y a veces, y como hemos visto ya tantas películas suyas, a fuerza de habernos habituado a su estilo, nos parece estar viendo ya la nueva, y lo siguiente es una observación sobre el tiempo o un ataque de ira o preocupación por sus problemas con la justicia fiscal, y luego volvemos a la ficción, pero todo forma un conjunto en el que quizá podamos intuir los vínculos inconscientes. Precisamente en uno de sus relatos sobre la irrupción de la policía en medio de los ensayos de una obra de Strindberg, Bergman se extiende lo suficiente para llegar a ofrecernos una extraordinaria mezcla de narración y confesión donde se traslucen las pesadeces de la vida diaria (“…resulta dificilísimo formular o concretar cómo experimenta uno la vida […] liberadme de poseer. Ocupaos vosotros de casas, pisos, empresas, producciones, productos acabados, aparatos, despachos y cosas, cosas y más cosas que hoy por hoy casi me asfixian […]”), de la que claramente se zafa en sus ensoñaciones, y cuando digo ensoñaciones me refiero también al trabajo bien cotidiano y material de dirigir una película. A menudo consigna el estado de ánimo con el que se sienta a escribir, y muchas veces se siente alegre, lleno de vigor, está deseando acometer el trabajo, adivina que se va a divertir como un niño en cuanto se interne en esos mundos. Se advierte muy bien en estas páginas su entusiasmo por el teatro y por la construcción de mundos, cómo entiende las compañías de teatro con los atributos del mago, quizá −esa pasión− el otro rasgo dominante junto al carácter angustiado cuya mención nos hace inmediatamente pensar en él. Pero bueno, ¿cómo no se va a advertir, si estamos leyendo el sótano de su intimidad? En el Cuaderno está la semilla de sus libros Imágenes o La linterna mágica, con más espontaneidad, en su primer impulso. 

Resulta curiosamente estimulante leer sobre las asfixias morales, los deseos, las impresiones de un hombre que al comenzar estas páginas tiene ya 57 y llega hasta los ochenta y pocos del año 2001. ¡Tan mayor y todavía con lo mismo! La debilidad de carácter de la que a veces se queja se presenta como una vitalidad que ha crecido retorcida, pero que es vitalidad al fin y al cabo. Las cosas no se resuelven, los demonios que creíamos domesticados vuelven a molestarnos, pero él se empeña y se da de cabezazos contra la pared como si tuviese muchos menos años, y por un lado parece no haberse habituado a los ritmos cíclicos de la vida, y por otro parece, aquí y allá, en uno u otro pasaje, haber dado con un acuerdo con la vida. 

Para no recordarlo siempre atormentado, copio aquí unas líneas del 24 y del 25 de julio de 1977, una respecto al personaje aún solo intuido de Helena Ekdahl y otra sobre la noche anterior, que en su sencillez me parece que contienen alegría: “La dama es una persona fuerte y lo que le ha tocado vivir no ha sido tan fácil pero bueno pese a todo”, y “Fue bonito anoche cuando el viento se llevó las nubes y el lucero del alba brillaba con una amiguita justo a su derecha. Tuve muchos pensamientos bellos y buenos”.

Cuaderno de trabajo II (1975-2001)
Ingmar Bergman
Traducción de Carmen Montes Cano
Nórdica, 2024
523 páginas

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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