Pretend it’s a city: el manifiesto de Fran Lebowitz

La serie documental Pretend it's a city, dirigida por Martin Scorsese, nos invita a conocer la ciudad de Nueva York a través de la excéntrica y políticamente incorrecta Fran Lebowitz.⁠
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¿Qué es un neoyorquino? Alguien que se queja constantemente de Nueva York. Alguien como Fran Lebowitz: humorista, conferencista, testigo de la historia de aquella ciudad desde hace cincuenta años, neoyorquina designada. “¿Sirve quejarse?”, le pregunta Martin Scorsese (también neoyorquino eterno) en el bar de un club privado, en Grammercy Park. Hay mesas de billar a su alrededor y un taco que perteneció a Mark Twain colgado en la pared. “No tengo el poder de cambiar las cosas, pero estoy llena de opiniones”, contesta Lebowitz.

Lebowitz (Morristown, Nueva Jersey, 1950) es una escritora que no escribe. No ha publicado un libro en tres décadas, y sin embargo se gana la vida hablando y ofreciendo comentarios agudos sobre diversos temas en televisión o en conferencias. (En YouTube hay una compilación de entrevistas de ella a lo largo de 30 años en el show de David Letterman.) Después de que la corrieron de la preparatoria, se mudó a Manhattan y nunca volvió a salir de la ciudad. Trabajó como taxista y como vendedora ambulante; limpió departamentos y fue columnista de la revista Interview de Andy Warhol. También escribió para las revistas Changes y Mademoiselle. Todos sus ensayos se publicaron en los libros Metropolitan life (1978) y Social studies (1981) que posteriormente se editaron en forma conjunta como The Fran Lebowitz reader (1994).

Pretend it’s a city (2021) es una serie documental de siete episodios, producida por Netflix, donde Scorsese entrevista a su amiga Lebowitz sobre temas que van desde la evolución de Manhattan hasta la música, el arte y los viajes espaciales. El título viene de una ocurrencia de la protagonista, un comentario que le haría a los peatones despistados que se paran a la mitad de la calle a pedir direcciones o a ver su teléfono: “supongan que es una ciudad donde hay otras personas que no solo están haciendo turismo y que tienen que llegar a algún lugar”. Las entrevistas se intercalan con escenas de Lebowitz paseando por la ciudad (llena de vida, antes de la pandemia), así como con imágenes de entrevistas pasadas (Alec Baldwin, Spike Lee, Olivia Wilde y Toni Morrison son algunos de los que conversan con ella) y conferencias que ella imparte. En cada episodio también aparecen imágenes de Fran caminando alrededor de una maqueta de Nueva York, en el Queens Museum: “solo le falta el traje de Godzilla”, dice el director.

La serie se parece mucho a Public speaking, un documental sobre la misma Lebowitz que Scorsese hizo para HBO en 2010. Quizás esta nueva versión esté mejor organizada (cada capítulo trata sobre un tema en específico); es más minuciosa y, además, nos ofrece la dicha de ver al director a cuadro. ¿Por qué hacer un documental sobre la misma persona dos veces?, le pregunta una periodista de Curbed a Scorsese: “Siempre quise retomar las cosas con Fran, porque es inagotable: su personalidad, su conocimiento, su brillantez, sobre todo, su humor. Ella me hace reír. La risa es curativa. Y la necesitamos ahora mismo.”

Para entender Nueva York, hace falta una guía como Lebowitz. Para prueba de esto, basta con revisar la filmografía donde ella aparece, principalmente documentales que tienen que ver con la ciudad y sus personajes. Always at the Carlyle, sobre el mítico hotel del Upper East Side; Maplethorpe: look at the pictures, sobre la vida del fotógrafo Robert Maplethorpe; Live from New York!, sobre el icónico show Saturday Night Live; The booksellers, sobre el mundo de las librerías de libros raros en Nueva York; Fiddler: a miracle of miracles, sobre el musical de Broadway y sus raíces en la escena creativa de los años sesenta. Y la lista sigue… Hay muchos enamorados de la ciudad, muchas lecturas, pero es posible que nadie la lea mejor que Fran.

Fran es una observadora profesional. Antes de Jerry Seinfeld estuvo ella, mucho antes. Y quizá por eso debemos escucharla. Dice ser prácticamente la única persona que se toma el tiempo de ver los grafitis, de leer las placas de las banquetas con citas de personajes históricos, y de observar, realmente observar, al zoológico de personajes que transitan por la ciudad. Nunca ha tenido un teléfono celular, ni una computadora, ni siquiera una máquina de escribir. Posee más de diez mil libros y un departamento que los alberga a todos. Ha caminado descalza por Nueva York (y sigue viva). Se fue de fiesta con todos los personajes que pasaron por Studio 54 (una búsqueda en Internet arroja fotografías de ella con Mick Jagger, Calvin Klein, Betsey Johnson, y Andy Warhol). Asistió a la ceremonia de entrega de los premios Nobel como acompañante de su gran amiga Toni Morrison, donde le tocó sentarse en la mesa de los niños (después escribió sobre esa experiencia en una reflexión bellísima sobre la amistad). Ha sido nombrada una de las personas mejor vestidas del mundo por la revista Vanity Fair. Odia las aglomeraciones, a los turistas, a las personas que andan por la vida cargando tapetes de yoga, las leyes en contra de los fumadores y, en especial, odia Times Square: es capaz de subir hasta el punto más remoto de Manhattan y rodear la isla con tal de no atravesar la “peor colonia del mundo”.

Fran camina. Camina por la ciudad grande y por la ciudad miniatura. Habla de bienes raíces (cada vez que compra algo, inmediatamente después, bajan los precios), de sus raíces (familia judía de Nueva Jersey), de su educación (su madre le dijo que a los niños no les gustan las niñas chistosas), de la Biblioteca Pública donde aparecen ella y Scorsese buscando a los ancestros del director en los registros de los inmigrantes que llegaron a Ellis Island (por supuesto, no los encuentran). Y mientras ella habla, Scorsese ríe. Ríe sin parar. Su cuerpo entra y sale de cuadro mientras se carcajea.

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Desde que empezó la pandemia, algunas personas se enfermaron de dos males: optimismo (¿alguien recuerda el video que rondaba en redes sociales donde se agradecía al virus por todas las cosas positivas que había traído al planeta?) y productividad (si no escribías una novela de seis tomos, corrías un maratón alrededor de tu sala y usabas toda tu basura para hacer manualidades, no sabías organizar tu tiempo). Lebowitz es exactamente lo opuesto: su cinismo, su honestidad y su inmensa capacidad para quejarse son un respiro necesario después de un año desde que empezó esta pesadilla. También es improductiva: ella misma se define como una persona que ama dormir y que podría pasar la vida leyendo.

Hay algo de amor en una queja. Sobre todo, si quien se queja no se mueve de donde está. Michael Schulman, de The New Yorker, entrevistó a Fran en plena pandemia y (alerta de spoiler) no se ha ido de Nueva York. Ni se irá. (De hecho, en uno de los episodios, sugiere rehabilitar el Concorde para que cada vez que tenga que ir a Los Ángeles, o a cualquier otro lugar, no tenga que pasar la noche fuera de Nueva York.)

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¿Cómo definir a un neoyorquino? No me refiero a los nacidos en la ciudad; me refiero a los adoptados, a los que llegan en busca de algo que quizá nunca encuentran y, sin embargo, se quedan. Se quedan a pesar del ruido (“ser psiquiatra en Nueva York es escuchar eternas quejas sobre los sonidos estridentes de la ciudad”), de la mugre (“no vine a Nueva York en busca de una ciudad limpia; yo vengo de una ciudad limpia”), de las ratas come-pizzas (nunca olvidar), del olor del metro (spoiler: son los pasajeros), de la posibilidad de morir atropellado (“soy la única persona en toda la ciudad que se fija por donde camina”), de los precios (“a nadie le alcanza el dinero para vivir en Nueva York, pero ocho millones de personas lo hacen. ¿Cómo lo hacemos? ¡No lo sabemos!”), de las librerías en constante desaparición (“nada es permanente en Nueva York”), de los edificios que, literalmente, se caen por falta de mantenimiento. Se quedan a pesar de que Nueva York ya no es lo que era antes (no importa cuándo leas esto: Nueva York nunca es lo que era antes). “Cuando te preguntan por qué vives en Nueva York, no puedes contestar, no sabes qué contestar”, dice Fran, “pero sientes desprecio por las personas que no tuvieron los pantalones para vivir aquí”.

La serie es una carta de amor a Nueva York, si acaso atípica, pero una carta de amor al fin. Es increíble ver lo que un director puede hacer cuando se sale de la narrativa a la que nos tiene acostumbrados. Scorsese juega con la forma e incluye videos de archivo también atípicos: comerciales del metro, discursos de antiguos alcaldes, musicales, conciertos de orquestas sinfónicas. La música va desde Duke Ellington hasta Jane Birkin haciéndole el amor a un cigarro (Jane Birkin siempre hace el amor cuando canta). El primer episodio de la serie termina con una canción de Ray Charles que dice así:

New York’s my home

When you leave New York

You ain’t going nowhere

¿Por qué sigues aquí?, le pregunta la gente a Lebowitz. “No creo que me dejarían vivir en otro lugar.” Y sí. Tal vez Nueva York no sería Nueva York sin este icónico personaje. Podemos estar o no de acuerdo con sus opiniones, pero escucharla hablar es una delicia.

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Un dato curioso: Wes Anderson estuvo a punto de dirigir Public speaking, el primer documental sobre Lebowitz. ¿Cómo se vería Fran desde los ojos de Anderson? ¿Acaso no es ya un personaje andersoniano? Neurótica, ligeramente excéntrica, con cada detalle de su aspecto físico perfectamente calculado (su estilo no ha cambiado desde hace cincuenta años), Fran es reconocible a cuadras de distancia: peinado simétrico, lentes de concha de tortuga, abrigo gigante, pantalones de mezclilla, blazer de hombre de Savile Row, camisa blanca con mancuernas, botas vaqueras color café y, por supuesto, un cigarro, porque gran parte de su encanto es que ella siempre es políticamente incorrecta.

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Escritora y guionista.


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