La cosecha de festivales de cine nunca se acaba, por más que la pandemia los haya obligado a celebrarse en emisiones híbridas –como Toronto 2020 o Morelia 2020–, completamente en línea –como el reciente Sundance 2021 o Los Cabos 2020–, o a programarse en dos fechas, como acaba de suceder con el Festival Internacional de Cine de Rotterdam y como está sucediendo con la Berlinale 2021. La decisión de los organizadores de los festivales de Rotterdam y Berlín tiene su lógica: dividir en dos sesiones los certámenes, de tal forma que, en una primera fecha, en este invierno, el público, la crítica y los profesionales del cine puedan ver las películas en línea y, en una segunda emisión, en verano, cuando se supone que buena parte de la población holandesa y alemana se habrá vacunado, cada festival tenga exhibiciones normales en los cines y las reuniones de rigor. Ya veremos si el plan funciona: el hombre propone, la pandemia dispone.
Por lo pronto, en el caso del festival a distancia y en línea de Rotterdam 2021, la estrategia funcionó en su primera parte. Dividido en tres secciones competitivas y una de estrenos, Rotterdam cumplió con creces el objetivo y la misión por la que fue creado. Por un lado, premiar a cineastas consolidados que realizan un cine alejado del mainstream –para eso está la sección Big Screen– y, por el otro, dar a conocer a algún nuevo cineasta, de lo cual se encarga la sección Tiger, cuyo jurado otorgó, además del premio principal, dos menciones especiales.
El premio Big Screen recayó en la cinta El perro que no calla (Argentina, 2021), el más reciente largometraje de Ana Katz, una ingeniosa y melancólica comedia de costumbres que sigue la vida de un tipo cualquiera a lo largo de varios años. La cinta, episódica y minimalista, fue una bocanada de aire fresco que contrastó con una competencia oficial bastante sombría.
El Tiger Award es el premio más trascendente de Rotterdam porque implica dar un espaldarazo al realizador que lo recibe. Se trata de una apuesta: en no pocas ocasiones el ganador del premio principal –o de alguna de sus menciones– se ha convertido, con el paso del tiempo, en un cineasta importante. Así ha sido la historia de algunos de los triunfadores en Rotterdam: el coreano Sang-soo Hong, el argentino Pablo Trapero, los uruguayos Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, la estadounidense Kelly Reichardt –quien, de hecho, fue homenajeada este año con el premio Robby Müller–, el mexicano Pedro González Rubio y la chilena Dominga Sotomayor, entre otros muchos más. Este año, el ganador del Tiger Award fue el cineasta indio P.S. Vinothraj, cuya opera prima Koozhangal (2021) –Pebble, en inglés– se filmó completamente en locaciones, en el sur desértico de la India, territorio tamil.
Un hombre de andar enérgico y mirada feroz llamado Galapathy (el espléndido Karuththadaiyaan) atraviesa las polvorientas calles de su aldea. El tipo, claramente furioso, llega a la escuela y con la pura mirada saca del salón de clases a su pequeño hijo, Velu (Chellapandi). Su mujer, madre del niño, ha huido a una aldea cercana a vivir con su mamá y Galapathy quiere usar al chamaco de mensajero: los dos tomarán un autobús y el furibundo papá mandará al hijo a avisarle a la mujer que tiene que cumplir con sus obligaciones y regresar a la casa.
La cinta es una suerte de road movie circular. Durante la primera parte vemos el trayecto del padre y su hijo rumbo a la aldea cercana, primero en camión y luego a pie y, después, cuando queda claro que la esposa se había adelantado al marido al irse al pueblo, seguimos de nuevo al padre y al hijo de regreso, a pie, bajo los inclementes rayos del sol.
Contado así, pareciera que no sucede nada: no hay una progresión dramática clásica, los personajes no cambian, no hay vueltas de tuerca de ninguna especie, no hay tragedias ni salvaciones de último minuto. No importa: la opera prima de Vinothraj resulta, de todas maneras, absorbente en la descripción del escenario geográfico, social y ecológico en el que se mueven todos los personajes, en ese calor abrasador, en esa sequía asfixiante. No hay exotismo de ninguna especie ni, mucho menos, jodidismo explotador. Las viñetas que atisbamos mientras seguimos al padre y al hijo en busca de la esposa –esa familia de cazadores de ratas de campo, esa joven madre que baja del camión en medio de la nada, esa joven pareja que va a una boda en una moto– nos ayudan a extender el conocimiento sobre el tipo de vidas que tienen los personajes principales. Es difícil estar en desacuerdo con el jurado que le otorgó el premio principal: en Pebbles es clara la visión de un auténtico cineasta.
Por otra parte, las dos menciones recayeron en un par de filmes de interés. La primera fue para I comete (Francia, 2021), cinta francesa de Pascal Tagnati que, por cierto, se podrá ver en nuestro país en el próximo FICUNAM, al igual que Pebbles. El filme de Tagnati, otra opera prima, es una crónica del modo de vida de los habitantes de la isla francesa de Córcega, que se desarrolla a través de una serie de impasibles viñetas descriptivas, cual caprichoso y disparejo mosaico intergeneracional.
La segunda mención fue para Në kërkim të Venerës (Kosovo-República del Norte de Macedonia, 2021), opera prima de Norika Sefa, una historia de maduración femenina ubicada en algún pequeño pueblo de Kosovo. La Venera del título original –Looking for Venera es el nombre en inglés del filme– es una adolescente insatisfecha –perdón por el pleonasmo– que se siente atrapada por las reglas que le imponen un padre convencional y su dócil madre. La muchacha tiene una amiga un poco mayor, llamada Dorina, a quien Venera atisba, al inicio del filme, copulando alegremente en medio del bosque.
El “mal ejemplo” de Dorina y la propia curiosidad de Venera –a quien vemos aprender inglés para salir de ese lugar– provocan que la muchacha comience a experimentar, siguiendo el “perverso” camino de su amiga. Así pues, se lía con un hombre con el que tiene sus primeros encuentros eróticos, se escapa de la casa sin decirle nada a sus padres, empieza a beber alcohol y a asistir a fiestas… Nada fuera de lo común si se tratara de cualquier otra jovencita en casi cualquier otra parte del mundo, pero todo esto significa un escándalo para los padres de Venera.
Lo mejor de este melodrama femenil, bien realizado, con espléndidas actuaciones del par de jovencitas protagónicas, llega en el desenlace, cuando el espectador puede constatar el peso asfixiante de las tradiciones en esos lugares que siguen anclados en el tiempo. Se trata del perfecto complemento de Hive (Basholli, 2021), una multipremiada cinta kosovar recién galardonada en Sundance 2021, aunque Looking for Venera es bastante menos optimista sobre el presente y el futuro de las mujeres en aquel país.
De hecho, si hubo un común denominador en los tres filmes ganadores de Rotterdam 2021 fue precisamente este: el afán de compartir una experiencia y una mirada, aunque estas no sean muy optimistas, que digamos. Acaso esta desazón generalizada sea inevitable: el horno –por lo menos el cinematográfico– no está para bollos alegres.
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.