Up y Gran Torino: expresiones de un tiempo de orfandad

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El cine es un poderoso y acertado barómetro cultural, una herramienta que refleja no únicamente sueños y fantasías colectivas sino también las pesadillas, ansiedades y malestares de la sociedad. Esto se hace evidente cuando dos o más filmes coinciden en la cartelera abordando temas comunes o planteando problemas semejantes. Un ejemplo reciente es la resonancia que se establece entre dos películas que se hacen eco de forma paradójica: Up (Pete Docter y Bob Peterson, 08) y Gran Torino. Dos filmes protagonizados por ancianos que se han quedado solos y deben confrontar un mundo hostil que no parece haberles guardado un lugar. En la cinta de animación de Pixar, Carl Fredericksen, un septuagenario que pasó la vida vendiendo globos, se ha quedado viudo en el hogar que formó con su esposa, Ellie, el cual voraces promotores inmobiliarios amenazan demoler para erigir nuevos edificios. Mientras que el más reciente film del legendario Clint Eastwood comienza con una misa de cuerpo presente para Dorothy, la esposa de Walt Kowalsky (interpretado por el propio Eastwood), un veterano de la guerra de Corea que trabajó toda su vida para la fábrica de autos Ford y guardó como trofeo un impecable Gran Torino Fastback 72. El viejo barrio de Detroit donde vivían los Kowalsky se encuentra en transición, los vecinos (de origen polaco) se han mudado y en su lugar han llegado masas de hmongs, procedentes del sudeste asiático, víctimas secundarias de la guerra de Vietnam, que fueron aliados de las tropas estadounidenses, y quedaron abandonados cuando éstas se retiraron derrotadas, por lo que los EUA no tuvieron más alternativa que aceptar como inmigrantes a algunos para salvarlos del destino de quienes son considerados traidores por un régimen totalitario.

Pero Walt no ve a estos inmigrantes como viejos aliados, sino como invasores despreciables que le recuerdan al enemigo coreano y chino contra quien combatió y que ahora puebla sus pesadillas, además de que los considera indirectamente responsables por el colapso de la industria automovilística estadounidense, la cual no pudo competir contra los autos japoneses y coreanos (un tema de gran actualidad). La cinta de Eastwood es un extraño manifiesto en contra del multiculturalismo beato y la corrección política y a favor de la simple decencia y el heroísmo trágico que caracteriza al ícono que Eastwood ha construido de sí mismo. Up por su parte no está poblado por estereotipos étnicos, sin embargo el héroe de la infancia de Carl y de Ellie, es el aventurero Charles Muntz, un explorador y viajero ficticio de la década de los 30 que cae en desgracia cuando es acusado de haber falsificado la osamenta de un ave desconocida. Furioso y decepcionado, Muntz se aleja del mundo en busca de un ejemplar de ese pájaro para demostrar que no ha mentido. Muntz recuerda al aviador Lindbergh, quien también cayó en desgracia, pero éste debido a su afiliación pronazi.

Mientras que la historia personal de Walt es contada en un par de frases, la de Carl y su esposa Ellie es descrita en una de las secuencias de animación más formidables de la historia del cine. Sin necesidad de palabras vemos a la pareja crecer juntos, soñar con un viaje de aventuras a las Cascadas del Paraíso, que nunca llevarán a cabo, envejecer y pasar por todas las felicidades y amarguras que conforman una vida de pareja. Incluyendo la terrible noticia de que Ellie no puede tener hijos.

Desde las primeras escenas de Gran Torino queda claro que Walt ha quedado solo, sus hijos y nietos son una banda de groseros, egoístas y oportunistas, a los que prefiere no ver. Walt no intenta disimular sus prejuicios ni su racismo. Pero este es un tipo duro en la línea de Harry el Sucio, capaz de asustar, a pesar de sus setenta y tantos años, a una banda de criminales con una simple mueca y un decrépito fusil M1. Los esfuerzos de Walt por no tener contacto alguno con sus vecinos se ven frustrados cuando un joven hmong, Thao (Bee Vang), intenta torpemente robar su auto, como parte del ritual iniciático de una pandilla (a la que en realidad no quiere pertenecer), y más tarde se convierte en héroe involuntario al proteger a ese mismo muchacho de la pandilla que quiere reclutarlo a la fuerza. A regañadientes Walt se transforma en la imagen paterna que Thao no ha tenido.

En otro universo, Carl está a punto de ser enviado a un asilo de ancianos pero ingenia un escape al atar su casa a millones de globos llenos de helio y salir volando de la ciudad en dirección de las cascadas sudamericanas que soñó visitar durante toda su vida con Ellie. Sin embargo, una vez en el aire descubre que lleva a un desafortunado polizón, Russell, un niño scout de origen oriental, a quien lleva consigo en su aventura y de paso, también se convierte en la imagen paterna que necesita. A su vez Carl tiene una revelación al tener que confrontar al héroe de su infancia, quien resulta ser un misántropo cruel y un peligroso sicópata.

Ambos filmes podrían imaginarse como engendros formulaicos acaramelados, en los que un viejo cascarrabias, en vez de resignarse a esperar la muerte, decide reclamar su vitalidad mediante un desafío delirante. Ambas son obras predecibles y sin embargo las dos son extremadamente disfrutables de principio a fin, las dos están cargadas de poesía y genialidad, y las dos nos hablan de nuestro momento histórico y de ese sueño colectivo que es el cine. No hay duda de que Eastwood sabe complacer a su público con sus bien probadas expresiones y su siempre predecible mezcla de agresividad y autosacrificio, pero definitivamente la ecuación sigue funcionando, casi con la misma elocuencia y energía que en el tiempo de aquella joya intemporal: Los imperdonables (Eastwood, 92) con la que mantiene numerosos paralelos. Así mismo, Docter y Peterson echan mano de un arsenal de elementos divertidos y conmovedores (así como de la fascinación del 3-D) pero el gran valor del filme reside en la manera en que conforman a sus personajes y la narrativa.

Las dos cintas tratan acerca de la redención en un tiempo en que la ausencia de guías paternos se traduce en caos. Ambas son producto de la resaca de la era Bush, desde la catástrofe de la industria automovilística, y como consecuencia la decadencia de Michigan (acentuada en los últimos años), hasta la fiebre de las bienes raíces proyectada a niveles apoteóticos, la cual desató en gran medida la más reciente crisis económica y depresión planetaria en que estamos hundidos, y de la cual ni un billón de globos llenos de helio podrán rescatarnos.

– Naief Yehya

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(ciudad de México, 1963) es escritor. Su libro más reciente es Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra (Tusquets, 2008).


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