Mnemotecnias de invierno

Para recordar dónde está la izquierda o la diferente abotonadura en ropa para hombres y mujeres hay trucos que se desarrollan de manera espontánea. El truco de pasar frío nos recuerda que estamos en invierno.
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Para saber hacia qué lado hay que dirigir el coche, en el cruce de caminos, te llevas fugazmente una cuchara imaginaria a la boca, y así sabes cuál es la mano izquierda y cuál la derecha y cuál es el lado al que quieres ir. Para saber si te están invitado a desayunar o a cenar tienes que decirte bajito que p.m. se descifra como post midday, post meridian, el meridiano del día es el mediodía, y ya sabes si tienes que presentarte a las ocho de la mañana o de la tarde. No solo está bien contar con estos trucos, sino que a todos se nos desarrollan dentro de modo espontáneo y sintético, sin que tengamos que diseñar el mecanismo que los establecerá. Para saber si las camisas de mujer se abotonan con el lado izquierdo o con el derecho encima puede recurrirse a una imagen que además de ser quizá algo machista no sirve en territorio británico o australiano, pero es más o menos útil. Tomemos un hombre que no se fía y que quiere conducir siempre él: mientras avanza a lo largo de la carretera puede mirar de reojo a la mujer que lleva de copiloto. Dado que la llevará a su derecha, podrá atisbar a través de la abertura de la tela entre botón y botón el pecho de la mujer, que en el otro sentido permanecería tapado, y así obtenemos que las camisas de mujer, o blusas, se abrochan con los ojales en la parte derecha y los botones en la izquierda (desde el punto de vista de la mujer que lleva la blusa). Lo cierto es que el que vaya en el asiento del copiloto también tendrá un vislumbre del pecho de su acompañante el que va al volante, siempre que este lleve una camisa de hombre y que la protuberancia ayude a darle volumen a la tela y a separarla entre los dos ojales. Seguramente habría sido más fácil aprender directamente cuál es la convención para el diseño de las camisas que desarrollar esta breve secuencia cinematográfica, pero esas asociaciones tan estrafalarias son el encanto del cerebro humano y el éxito de las reglas mnemotécnicas.

Estaba contando todo esto para hablar de otra cosa, pero me acabo de acordar de otra regla graciosa que me contaron. Había llegado a una fábrica una máquina nueva. La máquina venía de Alemania. El interruptor tenía dos posiciones, marcadas como Ein y Aus. On y off lo tenemos más asimilado, pero la versión alemana podía olvidarse. No queriendo estropear con unas pegatinas el bello modelo de diseño industrial que seguramente era aquella máquina, la solución que se encontró para que nadie se confundiese al usarla fue reunir a todos el mundo y repetirles “Ein: eincendido. Aus: auscuras”. La tecnología alemana no miente, pero ya se sabe que la Luna sí (está decreciente, o menguante, cuando forma una C, y creciente cuando forma una D).

En fin, una tarde supe con seguridad que estábamos en invierno por la infalible regla mnemotécnica de estar pasando tanto frío en casa que no podía hacer nada salvo dejar pasar las horas envuelta en una manta. Sorprende un poco que la mayor parte del mes de diciembre pertenezca al otoño. Pensaríamos que a la altura del 20 de diciembre ya hemos dejado el otoño atrás, quizá porque asociamos el mes con la nieve y la blancura y no con los tonos ocres y los charcos. Pero hay ahorrines en la calefacción y un frío atronador que recuerda que la cosa acaba de empezar.  Entonces me pongo a pensar en películas de invierno, como el Cuento de Rohmer, y me pregunto por primera vez si estará inspirado en el Cuento de invierno de Shakespeare, y encuentro algunos artículos que dicen que sí, que vagamente, pues coinciden en que hay una niña concebida al sol y el paso del tiempo, y también me acuerdo, claro, del Viaje de invierno de Schubert y me llega el comienzo inconfundible de su primera canción (“Mm mmm mm mm mm m mḿ m ḿ m ḿ mḿ” −que podría ser mi Ein / Aus−). La enorme tristeza del ciclo la aborda el tenor Ian Bostridge en el libro que le dedicó (Viaje de invierno de Schubert. Anatomía de una obsesión), donde investiga las armonías musicales y también los hechos de la vida de Schubert que sostienen esas canciones desgarradoras. La tristeza que transmiten es como de otro mundo y atrapan este mundo a la vez. ¿Cómo puede ser que desgarren y consuelen a un tiempo? Hace un estudio igual de penetrante que Bostridge, aunque mucho más corto, Robert Graves en un breve ensayito que le dedica al tema Sueños y poesía y en concreto al poema de John Keats La Belle Dame sans Merci, donde dice: “que la bella dama es un símbolo de la muerte por tuberculosis apenas necesita demostración”. Dice Bostridge que los aplausos del público después de un recital del Viaje de invierno suelen ser “aturdidos”, y que “hay una sensación de seriedad, de haber encontrado algo más allá de lo normal, algo inefable e intocable”.

Son dos obras muy brumosas, La Belle Dame sans Merci y el Viaje de invierno. Por cierto, que Keats y Schubert nacieron y murieron en fechas muy parecidas, y muy jóvenes (con 26 y 31 años respectivamente). Ahora los veo muy cercanos, tratando de hacer algo, no sé qué, dentro de esa bruma, y sin duda consiguiéndolo, pero no sé qué.

A los pocos días me comí un bocata en el Retiro al sol de invierno, y se me acercaron algunos gorriones para que les diera migas, y el kiosco de música vacío me hizo evocar a algún niño contento de que su padre le estuviese llevando alguna mañana del pasado a ver a su madre tocar el violín con la orquesta. Y ahí estábamos todos, los pájaros, los corredores y los comedores de bocadillos, a ver si nos daba un poco el sol. 

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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