Con apenas dieciocho aƱos, a unos dĆas de cumplir los diecinueve, el jamaicano Usain Bolt se planta en la final de los 200 metros del Mundial de Helsinki 2005. Pese a su juventud, aquel chico no es precisamente un desconocido: su nombre lleva sonando en los corrillos de la velocidad desde aƱos atrĆ”s, cuando, como junior, batiĆ³ todas las marcas mundiales de los 200 y los 400 metros lisos. De hecho, Bolt ya deberĆa haber competido en el anterior Mundial, el de ParĆs 2003, pero una lesiĆ³n se lo impidiĆ³. Sus problemas fĆsicos hicieron tambiĆ©n que su presencia en los Juegos OlĆmpicos de Atenas 2004 fuera poco menos que testimonial.
Olvidados sus problemas y pese a estar relegado a la calle uno en una pista absolutamente anegada de agua, Bolt hace una excelente salida y se codea con los mejores hasta la curva. AhĆ, siente un pinchazo atrĆ”s y empieza a cojear entre expresiones de dolor. El sueƱo se esfuma y con el sueƱo, sus rivales: Justin Gatlin, Wallace Spearmon, John Capelā¦ los tres estadounidenses copan el podio mientras el adolescente jamaicano se resiste a abandonar y cruza a duras penas la lĆnea de meta cojeando, con un tiempo de 26.27 segundos.
Puesto que la leyenda de Bolt se fraguĆ³ desde la desgracia, tiene un cierto sentido narrativo que esa desgracia le haya acompaƱado en su Ćŗltima semana como atleta profesional. Si su primera final en un Campeonato del Mundo la habĆa acabado con una pierna, la Ćŗltima la acabĆ³ este sĆ”bado en el suelo, retorcido de dolor y de rabia, con el testigo de su paĆs aĆŗn en la mano.
Estos dos momentos de la historia nos ayudan a entender lo del medio. Los doce largos aƱos que mediaron entre lesiĆ³n y lesiĆ³n. Los dos rĆ©cords del mundo en 100 y 200 metros lisos a los que nadie se acercarĆ” en muchĆsimos aƱos, las once medallas de oro en Campeonatos del Mundo, las ocho medallas de oro en Juegos OlĆmpicosā¦ y sobre todo la superioridad constante, una superioridad nunca vista antes, de hombre erguido que en cuatro zancadas consigue alejar a todos sus rivales. Bolt convirtiĆ³ una especialidad acostumbrada a resolverse en centĆ©simas en un coto privado donde nadie era capaz de cazar al leĆ³n.
HabĆa en el jamaicano, ademĆ”s, algo impropio de un velocista: su fĆsico. Acostumbrados a balas menudas y musculosas, Bolt sorprendĆa desde su 1,95 y cuerpo desgarbado. Imposible no fijarse en Ć©l, imposible no caer rendido ante sus registros. Durante al menos tres aƱos (2008, 2009, 2010) rozĆ³ lo inhumano, bajando de 9.60 en los 100 metros y de 19.20 en los 200. Incluso en los Juegos OlĆmpicos de Londres 2012, cuando su hegemonĆa parecĆa estar en peligro, se sacĆ³ de la manga unos impresionantes 9,63 en los 100 y 19,32 en los 200 a los que no volverĆa a acercarse en el resto de su carrera.
Y es que al Bolt extraterrestre le siguiĆ³ el Bolt competidor. El hombre capaz de pasarse el aƱo en un segundo plano y aparecer justo en la final de la competiciĆ³n elegida. Pocos apostaban por Ć©l en los Juegos de RĆo y saliĆ³ de ahĆ con tres medallas de oro. Eso sĆ, sus marcas ya hablaban de una cierta decadencia: 9,81 y 19,78.. AhĆ, Bolt decidiĆ³ que aquello no podĆa durar mĆ”s de un aƱo y anunciĆ³ su retirada para 2017. No era tanto que los jĆ³venes apretaran āsu gran rival de estos aƱos ha sido Justin Gatlin, el mismo que le batiera en 2005- sino que las piernas no respondĆan. Y, sin piernas, claro estĆ”, no hay paraĆso.
AsĆ se llegĆ³ a esta semana trĆ”gica que empezĆ³ con una serie de artificios para ocultar la realidad: las quejas por los tacos de salida, las sonrisas a Coleman como diciĆ©ndole āaquĆ estoy y de aquĆ no me voy a irā hasta que llegĆ³ lo serio y ya no bastĆ³ el carisma. La derrota de Bolt en la final de los 100 metros dio la vuelta al mundo como una desgracia, sin pararse nadie a evaluar lo conseguido: con casi 32 aƱos, sin apenas entrenar y claramente fuera de forma, aquel hombre seguĆa siendo el tercero mĆ”s rĆ”pido del mundo.
PodrĆa haber quedado ahĆ la cosa, pero habrĆa sido un final un poco triste. Un final insulso, gris, de medalla de bronceā¦ Bolt descansĆ³ lo que pudo y volviĆ³ a la pista una semana despuĆ©s para correr los relevos 4×100 con sus compatriotas. Era su Ćŗltima carrera y lo deportivo pasĆ³ a un peligroso segundo plano. La actitud de Bolt en los minutos previos a la salida no era la propia de un deportista que busca una medalla de oro: demasiado pendiente de los aplausos, de las cĆ”maras, de los gestosā¦ demasiado obsesionado en agradar, en definitiva, y no en concentrarse adecuadamente.
Tal vez por eso, cuando su compaƱero Johan Blake le pasĆ³ el relevo en tercera posiciĆ³n para buscar el milagro en la Ćŗltima recta, Bolt apenas pudo dar mĆ”s de cinco zancadas antes de sentir de nuevo el dolor atrĆ”s y tener que caer al suelo rodando entre gritos, como en Helsinki. El hĆ©roe, definitivamente caĆdo, para que nadie fantasee con regresos ni se pierda en hipĆ³tesis. Una nueva medalla de bronce habrĆa quedado en poco mĆ”s que un pie de pĆ”gina. La imagen del Bolt vencido nos remitirĆ” para siempre al Bolt ganador, el intocable, el que revolucionĆ³ la velocidad y se quedĆ³ a vivir en el Ć©xito durante una dĆ©cada.
(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofĆa. Autor de varios libros sobre deporte, lleva aƱos colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensiĆ³n narrativa que vaya mĆ”s allĆ” del exabrupto apasionado.