En Irlanda hay festivales para cada día y ocasión. El Festival Internacional de Cine de Dublín ocurrió a finales de febrero, el Festival de San Patricio el 17 de marzo, el New Music Dublin en abril, y el Festival de Danza de Dublín en mayo. El Festival de Teatro de Dublín inicia el 28 de septiembre, y el Festival Opera de Wexford llega en octubre, con montajes que no se representan en otros escenarios (a veces con razón).
A mediados de junio se celebró el Borris House Festival of Ideas and Writing, un espacio anual para la reflexión y discusión de los sucesos que señalan la contemporaneidad. A diferencia de los festivales mencionados antes, Borris es un acontecimiento abierto. Hay eventos literarios, presentaciones, pláticas, autores e incluso la oportunidad de conversar brevemente con alguno, pero también otros temas: la naturaleza, que ha cobrado una importancia extraordinaria, la política, el terrorismo, la inteligencia artificial, la situación de Europa, la censura, es decir, las realidades que trazan la experiencia contemporánea.
Borris transcurre en los jardines de una mansión palaciega que fue construida en 1731. Es el hogar de los MacMorrough-Kavanagh, un linaje que antecede a la realeza británica, del tiempo de los chieftains o caudillos irlandeses. Como antiguos reyes del Leinster, uno de los reinos celtas en que estuvo dividida Irlanda hasta inicios del siglo XVII, la familia ha vivido allí ininterrumpidamente desde hace cientos de años.
La belleza bucólica crea la atmósfera del festival, cosa extraordinaria si se considera la quietud de la vida en el campo. Tener acceso a las discusiones, las reflexiones y las preguntas sobre temas significativos es una oportunidad bienvenida que invita a pensar. Alrededor de la casona se alzan, a la distancia, grandes tiendas de campaña donde se realizan las presentaciones, entre las cuales podría aparecer un mago o un acróbata. Si Borris tiene una especialidad, es abrir los caminos de la reflexión. Es imposible abarcar todas las discusiones que tuvieron lugar en el festival, pero se puede revisar la propia experiencia.
El tsunami digital no solo amenaza la sobrevivencia del periodismo establecido, arrebatándole lectores, sino que también vulnera la razón de ser periodística, que es distinguir entre el rumor y la información. La única fuente de información de muchos es el internet, con frecuencia sitios o plataformas donde reforzar los prejuicios y formar con ellos la era de la conspiración.
La intrusión de este tipo de información influye en los procesos democráticos, metiendo ruido para propagar el miedo. La necesidad de defenderse contra las redes sociales no es nueva, pero la cínica falta de transparencia distorsiona la verdad volviéndola “alternativa”.
El poder de las grandes compañías digitales está transformado el mundo aceleradamente. La presencia de Carole Catwalladr, periodista de The Guardian, es importante, porque recuerda el escándalo Cambridge Analytica, que ella contribuyó a hacer público. Se recordará que este caso evidenció la apropiación ilegal de información con fines de propaganda política en las elecciones estadounidenses de 2016. La compañía desapareció después de ser multada por 5 mil millones en 2019.
En la era del desconcierto, el periodismo investigativo es una espina en el costado del Goliat cibernético. Su existencia es importante, porque allí está el punto de contención entre la libertad de expresión, los derechos humanos y el totalitarismo de manada en estampida. A la vez, se trata de una actividad cada vez más en riesgo. Catwalladr, como otros colegas suyos, fue demandada por libelo por Arron Banks, uno de los más generosos donadores para la campaña de Brexit. Es el uso de la ley para silenciar verdades incómodas.
El festival tiene el encanto de una feria campirana con puestos de comida, vino, café y churros, comida coreana y pizzas, limonada, pasteles, eclecticismo que refleja el cambio a una sociedad cosmopolita. Borris es un seminario hedonista que convoca un público diverso. Los hay que trajeron a sus perros, impertérritos como sus dueños. La mayoría, sin embargo, está encantada de disfrutar el día de asueto y conocimiento.
La diversidad que ofrece el festival invita a cambiar escenarios para oír a John Banville, maestro de la literatura irlandesa contemporánea. Va vestido como dandy, copa de vino blanco en la mano, saco suelto de look oriental. Discute con Mark O’Connell la diferencia entre la ficción y la investigación literaria, que ocupa un lugar híbrido, a medias entre la creación como la entiende Banville y el oficio del estudioso. Es de una precisión cortante porque también implica una posición frente al arte, a la creación de un mundo falso y paralelo que no obedece más necesidad ni regla que las propias y los compromisos del investigador, constreñido por los límites de su oficio. A los artistas no les importa nada más que su obra.
El tema que los trae a Borris es el asesinato, terrible pero no extraordinario. A fines del siglo anterior ocurrió uno que conmovió a la sociedad. El caso de Malcolm Macarthur, un asesino educado, bien vestido y hablado que mata sin dudar puso a la sociedad ante un espejo deformante. ¿Cuáles eran sus objetivos? ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo es posible que viva con esa experiencia? Detrás de su apariencia sofisticada destella un animal atrapado, dice O’Connel, autor de A thread of violence, un libro inspirado, al igual que The book of evidence, de Banville, en Macarthur.
Volviendo a la realidad contemporánea, el periodista Iain Overton, autor de The price of paradise, libro sobre la historia de los hombre-bomba, y Jason McCue, abogado de derechos humanos, hablan sobre los atacantes suicidas. Overton recuerda que ya el zar Alejandro III murió en un atentado semejante, realizado en nombre de una utopía que el suicida no gozará. Un acto que en el presente perjudica a la comunidad musulmana más de lo que pueda ayudarla.
Los atentados han reforzado la desconfianza de ciertos sectores, favoreciendo sentimientos antiinmigrantes: un miedo que recorre Europa y que llevó a Merkel a negociar con Erdogan un acuerdo mediante el cual Turquía obstaculiza el paso de inmigrantes y refugiados a Europa. En Inglaterra, el tema es un recordatorio de que el Brexit tampoco logró reforzar sus fronteras y evitar la inmigración, una de las reivindicaciones más fuertes del nacionalismo xenófobo de la derecha conservadora.
El tema de los refugiados se ha visto agravado por la invasión rusa de Ucrania, que suscita la pregunta de si existe un proceso de refugio a dos bandas. Mientras los ucranianos son considerados iguales, los sirios, los afganos y los africanos no lo son enteramente.
La invasión rusa de Ucrania, por supuesto, está en el centro de las preocupaciones actuales, como en la mesa que comparten Jason McCue y Carol Catwalladar. El desarrollo de la invasión rusa ha superado todo cálculo y mientras dure, la carnicería será brutal. Quizá haya llegado el tiempo de negociar, porque el impacto que los refugiados empiezan a tener en el ánimo de las poblaciones receptoras, puede cambiar de signo. Europa se ha convertido en una fortaleza. La tragedia ocurrida en las costas griegas en junio confirma que el Mediterráneo, más que un mar interior, es un cementerio.
La Unión Europea no está exenta de contradicciones y una de ellas es consentir democracias iliberales que minan los principios democráticos fundamentales. El escritor irlandés Fintan O’Toole y el especialista en derecho internacional Philippe Sands consideran que Polonia y Hungría merecen restricciones más severas y efectivas para frenar la erosión interna. Europa, concluyen, significa identidad, algo semejante al concepto griego que afirmaba una cultura compartida. Europa es un ideal que ha asegurado a muchos países acceder a un nivel económico superior y a una libertad política pacífica y duradera basada en el respeto de los derechos humanos
La tarde cae en la campiña, pero para quienes todavía tienen energía (o frío) hay actividades nocturnas que ofrecen una buena gama musical y etílica. La noche en Borris es joven. ~