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Terminó hace unos días la Feria del Libro de Buenos Aires, el evento literario más convocante de la región. Como siempre, costaba circular por los pasillos del predio de La Rural, en el barrio de Palermo, entre los más de 500 puestos de libros, y entre la gente que se amontona en busca de novedades y ofertas y hace largas colas para asistir a charlas y presentaciones, conseguir la firma de sus autores favoritos o recibir las recomendaciones de editores y libreros. El antecedente inmediato había dejado un balance muy positivo: la edición de 2022 –la primera tras dos años de ausencia debido a la pandemia de covid-19– fue la más concurrida de la historia, con 1,324,500 visitantes. Y se había registrado, además, un incremento de las ventas en relación con las ediciones anteriores. La edición de 2023 tuvo 1,245,000 visitantes, 5% menos que el año anterior, pero una cantidad que de todos modos resulta sorprendente.
El mundo editorial argentino, sin embargo, está lejos de vivir tiempos de bonanza, lo cual resulta lógico en un país que arrastra problemas económicos desde hace largos años, que en la actualidad no dejan de empeorar. Hoy por hoy, el principal flagelo se llama inflación: la tasa interanual supera 100% y es la tercera más alta del mundo, solo superada por Venezuela y Líbano. Para colmo, el precio de los libros subió en el último año aún más que la inflación: al menos 120%. En Argentina, cuatro de cada diez personas viven por debajo de la línea de la pobreza. ¿Cómo hace el mundo editorial para seguir adelante en un contexto tan desfavorable? Esa es la gran pregunta.
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Antes de intentar responderla, conviene explicar por qué el precio de los libros aumentó más que, en promedio, el resto de los artículos. El factor principal es el papel, un problema global: esta materia prima escasea en todo el mundo, debido a que la industria reorientó la producción hacia el cartón corrugado para embalajes, necesario para los paquetes del comercio electrónico (lo cual confirma que Amazon no solo es perjudicial para las librerías sino también para las editoriales). En Argentina, además, se añade el hecho de que existen apenas dos empresas fabricantes de papel, y no hay ninguna regulación estatal para evitar los abusos por parte de ese oligopolio.
Como consecuencia, en los últimos dos años el costo del papel para libros en el mercado local se multiplicó por más de cuatro. La Cámara Argentina del Libro emitió en enero un comunicado que –con el título de “Preocupación por los costos del papel: peligra la industria editorial”– destacaba que el precio del papel obra o ahuesado (el que se utiliza para las páginas interiores de los libros) había subido 150% en apenas un año, y el del papel ilustración (para las portadas o las páginas de libros infantiles), 300%.
Estas exorbitantes cifras originan historias como la vivida por los responsables de Marciana, un pequeño sello de Buenos Aires, después de la última FED, la feria de editoriales independientes que se realiza cada año en esta ciudad. “Nos preparamos durante un año –explicaron los editores en un tuit–. Vendimos muchísimo, quedamos muy contentos”. Pero apenas un día después de terminada la feria los abofeteó la realidad: “Hoy pagamos el próximo libro y gastamos todo lo que ganamos. Un libro nos duró un año de preparación”. En concreto, como detalla un artículo de Infobae: en la FED, realizada en agosto, Marciana tuvo una ganancia de 400 mil pesos (en ese momento, algo así como 1,400 dólares); un día después supieron que la inversión necesaria para publicar su siguiente libro era de 391 mil pesos; dos meses antes de la feria, en junio, el costo de la publicación de un libro de formato similar no había llegado a 280 mil pesos. “Así estamos”, concluía el tuit de los editores.
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“La crisis económica argentina obliga a las editoriales a adaptarse permanentemente”, apunta Mercedes Güiraldes, gerente del área de ficción del Grupo Planeta en Buenos Aires. Y detalla dos de las medidas esenciales para sostenerse: “En los últimos años hemos modificado a la baja la cantidad de novedades que publicamos y redujimos las tiradas”. Según la Cámara Argentina del Libro, en el período 2016-2021 la tirada promedio de cada lanzamiento se redujo en más de un tercio (de 2,700 a 1,700). 38% de los libros nuevos tiene una tirada inferior a 600 ejemplares.
Las editoriales también deben tomar decisiones para adaptarse a la escasez y la subida del precio del papel. “Hay algunos formatos que no usamos, y algunos géneros y calidades que fuimos adaptando al papel disponible”, explica Güiraldes. Al hojear los libros en las ferias y librerías, uno lo advierte muy pronto: los volúmenes se fabrican con papel de un gramaje cada vez más bajo, las tapas son muy blandas (las tapas duras casi no existen) y las hojas interiores son tan delgadas que en cada página se traslucen los textos de la página opuesta.
Hay otro problema que deben afrontar las editoriales: la compra de derechos y el pago de regalías a autores que viven en el extranjero, operaciones que se realizan en dólares. En este país el dólar no solo aumenta con la inflación (en el último año el peso argentino, en relación con la moneda estadounidense, se devaluó 132%), sino que además escasea. “En ese sentido es una ventaja trabajar dentro de un gran grupo como Planeta –subraya Güiraldes–, donde hay una oferta grande y muy buena de libros en traducción, que nosotros adaptamos a nuestro castellano. Aunque si hay un libro extranjero que nos interesa en particular, de algún modo nos ingeniamos para comprar los derechos”.
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¿Y las editoriales pequeñas cómo se las arreglan? Maximiliano Papandrea, director del sello Sigilo, apunta que –además de ajustar las tiradas– lo que hacen es “redoblar el esfuerzo en ferias y eventos públicos” (por más que, en algunos casos, los resultados sean descorazonadores, como en el caso de Marciana tras la FED). También procuran “priorizar los títulos más seguros en desmedro de las apuestas riesgosas que nos definen y que tanto nos gusta hacer, lo cual deja en claro hasta qué punto estos contextos perjudican y condicionan lo más vivo y rico de nuestro trabajo”.
Otra alternativa, añade Papandrea, pasa por “poner el foco en mercados extranjeros”. Sigilo distribuye desde hace tiempo sus libros en países como España y México, y a comienzos de este año lanzó su primer libro impreso en México con una tirada importante: Cometierra, de Dolores Reyes.
Federico Majdalani, responsable de la librería Mendel, en Buenos Aires, destaca que el hecho de que haya tantas editoriales independientes que se sostienen sin incursionar en el mercado extranjero “es un misterio”. “Realmente no sé cómo lo hacen –admite–. Es inviable sostener un negocio donde hay veces que el costo de reposición es casi el doble de lo generado por la venta de eso mismo que estoy reponiendo”.
“Cada editorial tiene su propio modelo de subsistencia y por lo tanto su propia fórmula para enfrentar las crisis –añade por su parte Papandrea–. Algunas se mantienen gracias a que sus editores o editoras tienen otros trabajos o prestan servicios complementarios”.
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En octubre habrá elecciones en Argentina y en diciembre asumirá un nuevo gobierno. Pero en este país siete meses son una eternidad y arriesgar pronósticos sobre lo que va a suceder se torna una tarea temeraria. No obstante, algunas cosas parecen ineludibles. “Las proyecciones son pesimistas y la situación actual, con elecciones a fin de año y contexto político muy revuelto, es de gran incertidumbre”, explica Papandrea. “Seguirá habiendo librerías y gente que edite, eso no va a parar, como no paró nunca en este país, pero los volúmenes van a bajar, es inevitable”, lamenta Majdalani.
Desde Planeta, Mercedes Güiraldes aporta una mirada más positiva: “Hay recursos para sortear la crisis, y lo cierto es que el argentino sigue siendo un mercado vigoroso, que se renueva, con una oferta variada y de calidad, con autores y autoras valorados internacionalmente y una red de librerías potente y en permanente transformación”. Y enfatiza que “los libros siguen estando relativamente baratos, en comparación con otros bienes de consumo. El libro sigue siendo un gran regalo, único, personal, a un precio accesible”.
“Es cierto que los argentinos estamos ‘acostumbrados’ a las crisis cíclicas y, mientras podamos seguir en marcha, no nos desesperamos”, dice Papandrea. “Aparte, en mi opinión –agrega–, llevar adelante una editorial requiere de un espíritu optimista por naturaleza”.
En una escena de la película El hijo de la novia, cuando al personaje de Ricardo Darín le hablan de “crisis”, él responde: “¿Cuándo no hubo crisis acá? Si no hay inflación, hay recesión. Si no, es inflación con recesión. Si no es el Fondo Monetario, es el Frente Popular. Si no es el frente, es en el fondo, pero siempre hay una mancha de humedad en esta casa”. Es bastante cierto: los argentinos más jóvenes llevan viviendo dos tercios de sus vidas en recesión económica; los más viejos, un tercio; y el resto estamos en el rango intermedio entre esas dos proporciones. A la fuerza, terminamos aprendiendo a movernos en ese estado de crisis casi permanente. Si a esa sabiduría uno le suma el espíritu optimista del que habla Papandrea, ya tiene recorrida la mitad del camino para sumergirse en el mundo editorial.
“Siempre se dice que los argentinos somos hábiles para sobrevivir en las crisis, y el sector editorial no es ajeno a eso –concluye Güiraldes–. Muchas veces con mis colegas pensamos en la cantidad de saberes que debe manejar un editor o una editora en la Argentina, ajenos al oficio en sí y relacionados con una economía impredecible. Son saberes bastante particulares, que obligan a explicar cuestiones que muchas veces son difíciles de comprender desde afuera. Nos las ingeniamos”. ~
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.