Màxim Huerta firmando en la Feria del Libro de Madrid.

Màxim Huerta, la moral, la hipocresía y el ego

Hemos elevado la exigencia de ejemplaridad moral hasta límites altísimos: con esos mimbres todos tenemos un monstruo en el armario. Aunque eso no excusa a Màxim Huerta.
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Hay informaciones de tono moral que pueden marcar un antes y un después en una carrera profesional. Le ocurrió recientemente a Cristina Cifuentes, primero con un máster falso, después, y de forma mucho más dolorosa, con el robo de unas cremas de medio saldo en un hipermercado. Esta vez la vara de medir la moral le ha tocado a Màxim Huerta, el flamante ministro de cultura y deporte. La apuesta personal de Pedro Sánchez. Su as en la manga. El copresentador de El programa de Ana Rosa que después de rodearse de la farándula y los personajes de reality iba a codearse con la Cultura en mayúsculas.

Los datos son tajantes. El Tribunal Económico Administrativo Regional de Madrid condenó al ministro en noviembre de 2014 a pagar a la Agencia Tributaria 365.939 euros por utilizar una empresa interpuesta, AlMáximo Profesionales de la Imagen, para pagar menos impuestos de los debidos entre 2006 y 2008. En total, dejó de pagar 256.778 euros. Además, dos sentencias del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) de mayo del año pasado, que son las que ha publicado El Confidencial, desestiman el recurso del ministro. Huerta no hizo lo que tenía que hacer. ¿La excusa? Así se lo aconsejaron. Así lo hacían los tertulianos y muchos artistas. Pon una empresa por delante y no tendrás que pagar toda la carga del IRPF.

Pero está mal. Y mucho más en los tiempos en los que vivimos. Pedro Sánchez ganó una moción de censura porque disparó con todos los cañones a un partido que acababa de ser sentenciado por corrupción. Y es más, atacó al flanco de la “poca credibilidad” de Mariano Rajoy en su declaración por el caso Gürtel. Ganó con el apoyo del resto de partidos –excepto Ciudadanos, que votó en contra, y Coalición Canaria, que se abstuvo– y se ganó también el aplauso en una calle que está harta del goteo de corruptelas de los últimos años. Aquí se había venido a limpiar hasta la última mota de polvo. Huerta puede ser esa mota y ya no nos vale.

Es posible que con estos mimbres no muchos ciudadanos puedan acceder ahora a un cargo como el de Màxim Huerta. Ya no solo por el fraude económico. Es obvio que la gran mayoría de los ciudadanos no defrauda. Sino porque hemos elevado la exigencia de ejemplaridad moral hasta límites altísimos. Igual, mirando de dónde venimos, es lo que toca. Pero si nos hacemos la pregunta interna y sin haber defraudado a Hacienda, sin estar fichados por la policía, quizá todos tenemos algún pequeño monstruo en el armario. Algo que, en algún momento podría salir en los papeles.

¿Esto excusa a Máxim? No, no lo hace. Y surgen más preguntas, porque sabiendo en el terreno en el que nos movemos, ¿no se lo contó en ningún momento a Pedro Sánchez? ¿No fue capaz de decirle: tuve este problema con Hacienda hace unos años y podrán sacarlo en cualquier momento? ¿Pensó, desde la ingenuidad, que hoy por hoy no pasaría nada? ¿Se calló el muerto que le acaba de dejar a su jefe?

Es difícil entender qué sucedió. No es posible saber qué pasó por la cabeza de Huerta cuando aceptó el cargo de ministro. Cuando sabía que los tiburones, sin duda, irían a su encuentro. A menos que él lo cuente, claro.

En 2014, justo el año de la condena del Tribunal Económico Administrativo Regional de Madrid, ganó el premio Primavera de Espasa con La noche soñada. En esta novela el protagonista es un fotógrafo de éxito internacional que logra llegar a rodearse de las mayores estrellas del cine. Había salido de un pequeño pueblo del Mediterráneo –como Huerta–, de una familia que nada tenía que ver con el oropel. Un niño que quedó entusiasmado con la visita de Ava Gardner al pueblo y que decide que va a cambiar la vida de los suyos, que les va a dar más felicidad y salir de donde están. No es difícil establecer cierta comparación. Huerta salió de su pueblo de Utiel, se hizo un nombre en los informativos, y uno mucho más grande como tertuliano. Ganó dinero. Se rodeó de estrellas, mayores y menores. Y llegó a ministro de cultura. Su madre estaba emocionada el día que tomó posesión. También dijo que estaba preocupada. Su hijo volaba alto, muy alto, desde ese pueblo valenciano. Quizá le pasó como a Ícaro. Quizá fue el ego. Lo único que es evidente es que allí abajo los tiburones y la nueva moral estaban esperando.

 

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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