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A sus 53 años, el escritor chino de ciencia ficción Liu Cixin vive la vida que siempre ha querido vivir. Al menos, eso es lo que le responde al periodista español que lo entrevista. Liu, un auténtico fenómeno editorial en los últimos años, tanto en su país como en Occidente —ganó el premio Hugo en 2015 y fue recomendado por Barack Obama y Mark Zuckenberg—, comenzó a escribir para dejar de perder dinero. Durante tres décadas trabajó en una central eléctrica de su país, donde también vivía. “Por las noches jugaba a las cartas —cuenta—. En una ocasión perdí el equivalente a mi salario mensual y decidí ocupar las horas libres de otra manera: escribiendo como hobby”.
Después de decir que está viviendo la vida que siempre ha querido vivir, Liu añade: “A menudo los jóvenes tienen objetivos que no se cumplen. He tenido determinación”.
—Y suerte, ¿no? —inquiere el periodista.
—Sí, de hecho he ganado el premio Hugo porque muchas novelas se retiraron. Lo que no trago es que la gente que ha alcanzado el éxito dé conferencias sobre cómo conquistarlo.
—¿Por qué?
—Obvian que hay muchísimas personas que se han esforzado igual o más que ellas y han fracasado. Es una realidad cruda y cruel que nunca se explica a los niños. No se puede ir por la vida enseñando el secreto del éxito, porque es cuestión sobre todo de suerte. Somos fruto de las circunstancias.
La cita que el periódico eligió para titular la entrevista surge de estas respuestas: “Muchas personas se esfuerzan y fracasan; el éxito es suerte”.
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Expresada de ese modo tan tajante, la idea de que “el éxito es suerte” recuerda aquella estrofa de Almafuerte (seudónimo del argentino Pedro Bonifacio Palacios) incluida en su poemario El misionero, de 1911:
Yo repudié al feliz, al potentado,
al honesto, al armónico y al fuerte…
¡porque pensé que les tocó la suerte
como a cualquier tahúr afortunado!
¿Es así? ¿El éxito depende de la suerte? El gran divulgador catalán Eduard Punset opina que no. “La mayoría de los acontecimientos —escribe Punset— susceptibles de considerarse una suerte o una desgracia no son tal cosa, sino el resultado de procesos inconscientes que escapan a nuestra atención”. Por ejemplo, cuando se dice que una persona ha tenido buena o mala suerte con su trabajo, “la mayoría de las veces hay que buscar la causa en la preparación previa, la concentración de esfuerzos en desarrollar cualidades innatas o reacciones diferentes al estrés”.
A diferencia de Liu Cixin, entonces, Punset cree que sí se pueden dar consejos o pautas para tener éxito. Enumera algunas: como fijarse objetivos, evitar las prisas, compartir las ideas, hacer lo que se ama y amar lo que se hace, persistir en el empeño, probar y hacer cosas nuevas. ¿Y la suerte, entonces, no tiene nada que ver? Sí, dice Punset, pero solo en lo relacionado con los tiempos: “Puede que no haya llegado el momento para que cristalice la demanda de una idea o un producto. Mala suerte, porque nadie sabe realmente anticipar lo inesperado”.
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El catedrático inglés Richard Wiseman se dedicó durante diez años a estudiar por qué pareciera haber gente con buena suerte y otra con mala. Expuso sus resultados en el libro The Luck Factor, de 2003, traducido al castellano con un título más explícito: Nadie nace con suerte. Wiseman explica que, sí, hay personas a las que suelen ocurrirles cosas buenas con mayor frecuencia, pero que esto no es consecuencia del puro azar, sino básicamente de tres factores:
- Las personas con buena suerte suelen hacer caso a sus intuiciones. Los desafortunados, en cambio, tienden a hacer caso omiso de sus corazonadas, y a menudo luego se arrepienten de esas decisiones.
- La gente con suerte es optimista. Esto la lleva a desarrollar la llamada “mentalidad de inversión”, que es la capacidad de darse cuenta de que, aunque algo haya ido mal, podría haber ido mucho peor. Esto permite afrontar los cambios como algo positivo y convertir la mala en buena suerte.
- Los afortunados perseveran. Como su optimismo los lleva a creer que en el futuro les irá bien, insisten, a diferencia de los que abandonan después del fracaso y, por ende, nunca lo llegan a revertir.
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Estas actitudes de la gente a la que las cosas le suelen salir bien forman parte, desde luego, de esos “procesos inconscientes” que mencionaba Punset. Sus resultados son eso que en general percibimos como buena suerte, pero que muy a menudo no lo es.
Pero entonces, ¿cuál es la verdadera influencia de la suerte en nuestras vidas? Según Richard Wiseman, el verdadero azar —ese que escapa del todo a nuestro comportamiento y a nuestra voluntad— rige solo una décima parte de nuestras existencias. Las otras nueve están, de algún modo, en nuestras manos. Pero claro: esa décima parte puede ser decisiva. Puede hacer que, justo el año que tu novela aspira al premio Hugo, muchas otras se retiren y eso te allane el camino. O hacer que una noche pierdas a las cartas el equivalente a tu sueldo mensual y, para dejar de dilapidar tu dinero, te dediques al hobby de escribir.
Un viejo cuento chino narra una serie de eventos que en la vida de un granjero. Primero se le escapa un caballo, ante lo cual un vecino se compadece de su mala suerte. “Mala suerte, buena suerte, quién sabe”, responde el granjero. Luego el caballo regresa, y no lo hace solo, sino acompañado por varios caballos salvajes. “Qué buena suerte”, opina ahora el mismo vecino. “Buena suerte, mala suerte, quién sabe”, el granjero vuelve a dudar. Cuando el hijo del granjero se rompe una pierna al intentar domar a uno de los caballos salvajes, el vecino vuelve a destacar su mala suerte, pero más tarde envidia la buena suerte de que, a causa de su herida, evite que lo recluten para la guerra. “Mala suerte, buena suerte, quién sabe”, podría haber dicho Liu Cixin la noche en que perdió aquella partida de naipes en la central eléctrica.
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Es bueno que un escritor al que le va bien, como Liu Cixin, tenga claro que su éxito no se debe solamente a su esfuerzo y su talento. Pero tampoco es todo cuestión de suerte.
En la película Something’s Gotta Give, de 2003, Diane Keaton interpreta a una escritora que atraviesa un pequeño bloqueo creativo. Cuando le preguntan cómo va con su nueva obra, responde que no muy bien, porque depende “un 90 % del trabajo duro y un 10 % del talento, pero la parte del talento no ha aparecido todavía”. Es decir, le atribuye al talento la misma dosis de responsabilidad sobre su trabajo que Richard Wiseman al azar sobre nuestras vidas. Tiene sentido. No porque el talento sea una cuestión de pura suerte, sino porque en general nadie sabe cuándo ha de ser visitado por la inspiración. Por eso, no tengo dudas de que la actitud más apropiada es la del personaje de Keaton: trabajar duro y poner lo mejor de nosotros en el 90% que está a nuestro alcance. Y esperar que el 10% de talento, de buena suerte, del favor de los dioses o de lo que sea, cuando llegue, nos encuentre habiendo hecho nuestra parte.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.