Cultura condensada

Una mirada semanal a las noticias y debates que involucran a la cultura en sus distintas expresiones.
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Netflix quiere el Óscar

A un par de días de que se realice la entrega de los premios Oscar, Netflix está a punto de hacer historia, si Roma se lleva la estatuilla más importante de la noche.

En 20 años, Netflix ha evolucionado: de tener kioskos de renta de DVD en centros comerciales y enviar películas por correo, se convirtió en una plataforma de video en demanda. Ahora es también es una productora de contenidos originales que compiten con grandes estudios como Disney y Warner Bros. Para Barry Diller, presidente de IAC/InterActiveCorp, la firma propietaria de Expedia, Tinder y Vimeo, no hay empresa de entretenimiento capaz de competirle a Netflix. “Hollywood es ahora irrelevante”, respondió al preguntársele por el futuro de la industria del cine. Mientras los estudios tradicionales se reducen poco a poco, las compañías digitales producen y transmiten sus contenidos a audiencias masivas, a menor costo y de manera casi inmediata.

Como recuerda Martin Carter, en más de una ocasión la tecnología ha provocado que los críticos se pregunten por la muerte del cine. La primera vez fue en 1920, cuando se introdujo el sonido a las películas mudas. Para los puristas, el sonido sincronizado con la imagen haría del cine una forma de entretenimiento para las masas. Y aunque el medio efectivamente se masificó, el sonido se convirtió en un elemento crucial del arte cinematográfico. A ese adelanto siguieron la invención de la televisión, los aparatos de reproducción de video y una serie de formatos: VHS, DVD, Blu-Ray… Todas esas innovaciones tecnológicas modificaron la relación de los espectadores con la imagen en movimiento, sin embargo no cumplieron con el presagio de matar al cine. 

Las plataformas de video bajo demanda implican un desafío mayor para los estudios y las cadenas de salas de cine, porque brindan una inmediatez y accesibilidad que antes no era posible. De ganar Roma, por primera vez una película distribuida principalmente por medio de internet –en Estados Unidos se exhibió en 250 salas y en México solo en 40– sería reconocida como la mejor del año, demostrando que la pantalla grande ya no define lo que es el cine.

El año pasado, los organizadores del Festival de Cannes impusieron un candado a Netflix: ninguna de sus películas podría contender en la sección oficial por no haberse estrenado previamente en cines franceses. Ante esta postura, la productora rompió relaciones con el festival. Meses antes, la misma política de exhibición impidió que las películas de Netflix fueran consideradas para el Oscar.

Algunos nombres importantes de la industria se han manifestado en contra de la plataforma y su manera de hacer cine. Steven Spielberg, por ejemplo, dijo en una entrevista que “una vez que te comprometes con un formato televisivo, eres una película para televisión”. Para el director ganador de tres premios de la Academia, “un buen programa puede merecer un Emmy, pero no un Oscar”. 

Sin embargo, este año los ejecutivos de la empresa con sede en Los Gatos, California, decidieron apostar por el reconocimiento del gremio y para conseguirlo modificaron sus políticas de exhibición. Tres de sus películas, entre ellas Roma, se exhibieron por un breve periodo en cines antes de estar disponibles en la plataforma. La estrategia dio resultados y tras los premios que ha cosechado la cinta, la compañía está siendo tomada en serio como estudio cinematográfico. Su plan para este año es el lanzamiento de cerca de noventa películas, considerando documentales y cintas animadas. Esto es tres veces más de lo que Universal Studios produce anualmente.

Netflix está apostando por llevar cine de calidad a cualquier dispositivo móvil con conexión a internet, y para lograrlo ha reclutado a directores prestigiosos: a Alfonso Cuarón y los hermanos Coen se sumarán Guillermo del Toro, Martin Scorsese y Steven Soderbergh en producciones originales de Netflix próximas a estrenarse. “Si vas a construir un gran estudio fílmico, debes hacerlo con grandes cineastas”, dijo Scott Stuber, ex vicepresidente de Universal Pictures y actual director de la división de cine de Netflix.  

En esa apuesta, los directivos van tras el máximo premio de la industria cinematográfica. Por ello no han escatimado en las campañas de publicidad de Roma. Si producirla costó 15 millones de dólares, según un reportaje publicado en Quartz, Netflix ha gastado en los últimos meses entre 25 y 30 millones de dólares en su promoción, la cifra más alta para una película que no está en inglés. La publicista Lisa Taback puso en marcha una estrategia para posicionar la cinta de Cuarón entre críticos y espectadores, que incluyó exhibiciones especiales con Alfonso Cuarón y el elenco para comentar la cinta con los invitados, folletos autografiados, cajas con chocolates oaxaqueños, un libro con fotografías, calcomanías, espectaculares y “la experiencia Roma”.

En años anteriores Netflix ha ganado dos premios de la Academia por dos documentales –Icarus y The White Helmets– , pero nunca antes había sido nominada en la categoría de mejor película. De la mano de Roma, la productora se ha coronado en el Festival de Venecia, los Globos de Oro, los Goya, los BAFTA y los Critic’s Choice. El próximo 24 de febrero se sabrá si a estos premios se suma el Oscar. 

 

Los robots y los humanos escriben fake news

En diciembre, Der Spiegel, una de las revistas más importantes de Alemania, fue el centro de un  escándalo. Claas Relotius, reportero estrella de la redacción, fue desenmascarado al descubrirse que sus artículos eran ficticios. Durante el tiempo que trabajó en el medio logró engañar al departamento de verificación de datos e investigación y a los editores, con historias que carecían de rigor periodístico, pues contenían testimonios, acontecimientos y lugares inventados.

Con una pluma más cercana a la de un novelista que a la de un periodista, Relotius se fabricó una reputación a costa de sus reportajes narrativos, que lo hicieron merecedor en cuatro ocasiones del premio de periodismo alemán más prestigioso y del premio que CNN otorga al mejor reportero del año. Ahora, sin embargo, se sabe que sus historias no tienen valor periodístico. 

El responsable de tal hallazgo fue el periodista freelance de origen español Juan Moreno, quien empezó a sospechar después de que le asignaron trabajar junto con Relotius en un reportaje sobre la situación de los migrantes en la frontera sur de Estados Unidos. Moreno habló con los supuestos entrevistados de Relotius y descubrió que el periodista nunca se había reunido con ellos. Tras meses de una investigación independiente, Moreno reunió las pruebas en contra de su colega. “No soy ningún héroe, ni el gran defensor de la verdad. No me quedaba otra”, explicó Moreno a El País Semanal.

El escándalo no solo apagó la estrella de Relotius, sino que generó una crisis de reputación para la publicación y ocasionó el despido de varios de sus editores. En un intento por limpiar su imagen, Der Spiegel dedicó su número de diciembre a cubrir el escándalo. En la portada se encontraba la frase “Di lo que es”, el lema de la revista, que Relotius ignoró en por lo menos sesenta artículos. “Como editores de Der Spiegel hemos fallado considerablemente. Relotius logró eludir y abrogar todos los mecanismos de garantía de calidad que esta empresa tiene implementados” escribió Steffen Klunsmann, el nuevo editor en jefe de la revista, en una carta dirigida a sus lectores.

El escándalo sirvió de munición a los detractores de la prensa. Para los políticos de extrema derecha alemana, el “Spiegelgate” es un ejemplo de cómo se puede engañar y manipular a los lectores. El embajador de Estados Unidos en Alemania señaló a Der Spiegel como un medio “imprudente” que no corroboraba sus fuentes con la embajada y que presentaba “información fabricada” que promovía un “sesgo”.

Para evitar que esto vuelva a ocurrir, los editores se han comprometido a mejorar sus controles de verificación de datos, corroborando con las fuentes y utilizando la tecnología. Sin embargo, esta también puede ser engañosa.

La empresa de tecnología OpenAI, fundada por Elon Musk y Sam Altman, desarrolló un sistema de inteligencia artificial capaz de generar textos, traducir, responder preguntas, elaborar resúmenes y obtener mejores resultados que varios humanos en pruebas de comprensión lectora. Sin embargo, este modelo no saldrá a la luz porque implica un riesgo ético.

El generador de texto GPT-2 trabaja con un sistema de lenguaje que hace asociaciones a partir de referentes que se introducen, lo que lo vuelve capaz de adivinar la siguiente palabra en una oración, hasta construir una historia. El problema recae en que el sistema puede usarse para elaborar y difundir historias falsas.

Los editores de Wired pusieron a prueba las habilidades del programa al introducir los nombres de Hillary Clinton y George Soros. El programa construyó una historia según la cual Clinton y Soros habrían armado un complot contra Donald Trump, descubierto gracias a una grabación. “Esta es la primera vez que Soros y Clinton han sido grabados en una cinta en colusión para promover la misma narrativa falsa”, se lee en el texto.

Los usos fraudulentos del generador GPT-2 podrían ir desde escribir una falsa reseña negativa sobre un libro y redactar un resumen para una tarea escolar, hasta difundir en los medios una noticia falsa que desemboque en un conflicto internacional. Por ello sus creadores han decidido mantener oculto el código y reflexionar sobre el uso ético de la inteligencia artificial. Para Ryan Calo, investigador de la Universidad de Washington, “La idea aquí es que puedes usar algunas de estas herramientas para sesgar la realidad a tu favor. Y eso es lo que de fondo preocupa a OpenAI”.

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