Cultura condensada

Un recorrido semanal por las noticias y discusiones del mundo de la cultura.
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La relación entre el ballet y la ciencia

La bailarina mexicana Elisa Carrillo recibió esta semana el premio Benois de la Danse, el máximo galardón en esta disciplina, por su interpretación en Romeo y Julieta. El año pasado, Isaac Hernández fue el primer mexicano en ser reconocido con esta presea. Llegar a este nivel requiere de años de perfeccionamiento de la técnica. Los movimientos gráciles acompañados de giros, saltos, extensiones y elevaciones hacen imaginar que los bailarines son criaturas angelicales que asumen forma humana solo para el deleite de los mortales. Pero en el fondo, el ballet es ciencia aplicada.

Hace más de una década, Ken Laws, profesor emérito de física en Dickinson College, empezó a aplicar la ciencia a las clases de ballet que impartía. “La física ayuda a los bailarines a entender por qué juntar las piernas les ayuda a completar un grand jeté en tournant” explicó a Discover Magazine. De acuerdo con sus estudios, el ballet se basa en dos principios de la física: la torsión mecánica y la conservación del momento cinético. El primero consiste en aplicar la fuerza para producir una rotación, por ejemplo, cuando las bailarinas realizan sus piruetas. El otro ocurre cuando la bailarina ejecuta un grand jeté. Para Laws, este es el movimiento principal en el ballet, pues el centro de gravedad de la bailarina sigue una parábola fija. Ella no puede cambiar eso, pero sí mover sus piernas y brazos para crear la ilusión de que está suspendida en el aire.

La tercera ley de Newton indica que “A toda acción corresponde una reacción en igual magnitud y dirección, pero en sentido opuesto”. Lo mismo sucede sobre el escenario, explica la doctora en física y bailarina Merritt Moore. “La cantidad de fuerza que utiliza una bailarina para impulsarse antes de dar un salto es la misma que expide el movimiento hacia arriba, menos alguna pérdida a causa de la gravedad y la resistencia del aire”.

Olivia Campbell, ex bailarina y periodista, sostiene: “Para engañar al auditorio y hacerlos creer que trasciendes tu naturaleza corporal, debes presionar tu cuerpo más allá de sus límites naturales”. Su afirmación no es exagerada. Caminar en zapatillas de ballet duplica la presión ejercida en los pies, de 60 libras por pulgada cuadrada a 125. La presión promedio en los dedos de los pies al estar “en puntas” es de 220 libras por pulgada cuadrada. Mientras eso sucede, las bailarinas deben aparentar que no sienten dolor y que están disfrutando lo que hacen.

El lago de los cisnes, uno de los ballets más famosos, presenta en su tercer acto una complicada secuencia de 32 giros o fouettés en menos de un minuto. Para lograrlo, la bailarina necesita aplicar la torsión mecánica. A medida que extiende y flexiona la pierna con cada giro, el impulso viaja entre su pierna y su cuerpo manteniéndola en movimiento y contrarrestando la fricción entre la punta de la zapatilla y el suelo.

Fuerza, flexibilidad, precisión y velocidad son elementos que entran en juego para que las piruetas y saltos salgan a la perfección. Aunque parezca hecho por arte de magia, en realidad es física.

 

La mercadotecnia de las buenas intenciones

Un número creciente de empresas abordan movimientos culturales, políticos y sociales en sus campañas publicitarias: marcas de ropa que anuncian colecciones con materiales biodegradables, productos de higiene personal que buscan derribar estereotipos o cafeterías que promueven el comercio justo. ¿Van estas acciones más allá de un interés económico? Algunos activistas denuncian que a través de ellas las empresas efectúan woke-washing, es decir, acciones supuestamente filantrópicas y ligadas a causas socialmente aprobadas, pero que simplemente sirven para autopromocionarse.

Si bien este tipo de campañas pueden ayudar a visibilizar ciertas problemáticas, en su contra puede decirse que el propósito y el resultado final de las campañas es el lucro. Como comenta Owen Jones en The Guardian: “se aprovechan cínicamente del idealismo de las personas y utilizan campañas de publicidad con orientación progresista para desviar preguntas sobre sus propios comportamientos éticos”.

Un ejemplo de esto se encuentra en un reportaje publicado la semana pasada en The New York Times, según el cual la empresa de ropa deportiva Nike, que patrocinaba a las atletas Alysia Montaño, Kara Goucher y Allyson Felix. Al enterarse de su embarazo, la empresa celebró en público a las deportistas que decidieron ser madres, pero en lo privado, no les garantizó un sueldo durante el embarazo ni durante los primeros meses de maternidad.

El desencanto de las generaciones jóvenes y su anhelo por cambiar al mundo han contribuido al auge de este tipo de campañas. Pese a las grandes cantidades que las empresas invierten en ellas, un estudio realizado por la Auckland University reveló que no todos los consumidores les creen. Al analizar un anuncio de una marca deportiva protagonizado por Colin Kaepernick –el jugador de fútbol americano famoso por hincarse durante el himno nacional de Estados Unidos como signo de protesta contra la violencia racial– que tenía por slogan la frase: “Cree en algo, incluso si eso significa sacrificar todo”, el 73% de los entrevistados dijo que era un tema apropiado para la marca. Pero solo el 45% consideró que la empresa tenía un compromiso genuino con dichos valores. Esta campaña provocó un boicot en redes sociales, donde consumidores furiosos quemaron y destruyeron sus tenis y ropa deportiva, aunque el valor de mercado de la empresa se incrementó en 6 mil millones de dólares justo después del lanzamiento de la campaña.

Hay compañías que toman conciencia de las prácticas que realizan y hacen cambios significativos en silencio, sin esperar el reconocimiento o las sumas millonarias. Por ejemplo, Stonyfield Farm que no solo ofrece productos lácteos orgánicos, sino que usa empaques biodegradables, cuenta con instalaciones que funcionan con energías limpias y ahorran agua, transportan sus productos en vehículos cero emisiones y maximizan el aprovechamiento de los residuos. Pero para muchas otras, el compromiso con el medio ambiente, la igualdad de géneros o el combate a la pobreza, por mencionar algunas causas célebres, son más un pretexto publicitario que el reflejo de un compromiso real con las causas.

Al final, son los consumidores quienes deciden en qué gastar su dinero. Sin embargo, también es su responsabilidad aceptar que con una compra a la vez no se cambia al mundo y que se necesitan más de buenas intenciones para hacer de él un lugar mejor.

 

El premio Princesa de Asturias para Siri Hustvedt

Esta semana se anunció que el premio Princesa de Asturias de las Letras 2019 fue concedido a la escritora norteamericana Siri Hustvedt, porque con su obra “ha contribuido al diálogo interdisciplinario entre las ciencias y las humanidades”. 

El gusto por la literatura viene de familia. Su madre era bibliotecaria y su padre daba clases de literatura noruega en el St. Olaf College de Minnesota. Publicó su primer libro de poesía en 1983, pero alcanzó notoriedad con sus novelas y ensayos. Su última novela, Recuerdos del futuro, que también podría considerarse un juego de memorias, una mujer sexagenaria explora su propio pasado. A lo largo de las páginas también reivindica a la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven, quien vivió a la sombra de Marcel Duchamp, a pesar de haber sido la responsable de su urinario.

Este tema no le es ajeno a la autora, quien en 1982 se casó con Paul Auster, razón por la cual algunos medios de comunicación y críticos literarios se referían a ella como “La esposa de…”. Durante la conferencia de prensa del premio se le preguntó cómo se sentía al respecto, a lo que respondió: “Se trata más bien de algo que tiene que ver con el hombre, la mujer y el sexismo, con la idea continua de que la identidad de una mujer se forma y se vincula a la de un hombre, de un modo en que no les ocurre a ellos. En mi caso, el reconocimiento ayuda a derrotar esa idea, pero eso no quiere decir que desaparezca. Y aunque en mi caso desaparezca, no les ocurre lo mismo a otras mujeres que trabajan en ese contexto”.

Hustvedt es también una militante feminista que constantemente critica las nociones acerca de lo masculino y lo femenino. Su ensayo La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres aborda estos temas desde la interdisciplinaridad: psicoanálisis, neurobiología, crítica literaria, arte. En una entrevista en 2017 declaró: “Las artes se consideran espacios femeninos y la ciencia masculina. Me suele pasar que los hombres leen mi no ficción y las mujeres mis novelas. Soy un sujeto escindido”.

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