Cultura condensada

Una mirada semanal a las noticias y debates que involucran a la cultura en sus distintas expresiones.
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Del festival al museo, el caso de Burning Man

Ante la gran oferta de festivales musicales y artísticos, ha surgido un nuevo tipo de eventos que, en vez de enfocarse en los nombres que encabezan el cartel, ponen el énfasis en las experiencias de los asistentes, como se explica en este video. Los nuevos festivales “transformacionales” mezclan el ambientalismo con la espiritualidad para promover soluciones a los problemas del planeta mediante expresiones artísticas.

Uno de los festivales pioneros en buscar el sentido de comunidad antes que el entretenimiento es Burning Man, que atrae a millonarios de Silicon Valley, artistas experimentales y recién graduados de las escuelas de arte. Durante una semana, los asistentes crean una ciudad efímera en medio del desierto de Nevada con el único fin de dedicarse al arte, a la creatividad y a la libertad de expresión. En Black Rock City, promete el festival, todos son iguales y viven de acuerdo a diez principios, entre los que destacan la responsabilidad cívica, la inclusión radical y la participación. La culminación de la experiencia es el ritual de quema de una escultura antropomorfa de madera.

Sus orígenes están en las comunas hippies que se instalaron en el desierto de Nevada a mediados de los ochenta para intercambiar artículos y promover un ambiente de creación colectiva. En Black Rock City ninguna construcción es permanente; son los asistentes quienes se encargan de montar y desmontar las carpas. El año pasado 70,000 personas fueron parte de la experiencia.

En tiempos recientes, empresarios provenientes de Silicon Valley han visto en el festival una oportunidad para hacer networking. Para algunos, esto ha provocado la pérdida de la esencia utópica del festival –ser un espacio para convivir en armonía con el medio ambiente y promover una cultura que evite la explotación– y ha dado pie al consumo y al capitalismo: “Ya no es una revolución contracultural, sino un espejo de la sociedad”, dice Tyler Hanson, que en las últimas ediciones del festival trabaja como sherpa para guiar a los participantes millonarios.

Esto contrasta con el principio de no comercialización con el que se fundó: ni patrocinadores ni intercambios comerciales ni la venta de productos están permitidos. Solo se venden café y hielo, por lo que los asistentes deben llevar sus alimentos y compartirlos con el resto de la comunidad. Aunque es un festival incluyente, para ingresar es necesario pagar 425 dólares por persona. Las ganancias recaudadas se destinan a becas para artistas. Todos están invitados a participar, pero los más ricos son los que definen qué tipo de festival será, porque cuentan con los recursos para traer espectáculos más vistosos y financiar las obras de los artistas. Así, en un pretendido ambiente de libertad y sin reglas, las decisiones las toman ellos, aunque en un principio el evento fue pensado como una comunidad en la que las voces de todos fueran escuchadas. Para Keith A. Spencer: “Cuando la ‘libertad’ y la ‘inclusión’ son separadas de la democracia, a menudo conducen al elitismo y al refuerzo del status quo”.

No obstante, gracias al interés de los empresarios en el festival las expresiones artísticas del desierto han logrado reconocimiento dentro de los circuitos culturales. Por primera vez algunas de sus piezas son exhibidas en la galería Renwick en el Smithsonian American Art Museum. En No spectators: The art of Burning Man se exponen esculturas, vehículos, instalaciones de luz, joyería y vestuario de ediciones anteriores del festival que han sido adaptadas a los muros blancos de los museos. Nora Atkinson, curadora de la exposición, declara al New York Times: “En Burning Man, el arte es una manifestación de valores comunales, como la inclusión y la participación, que generan un trabajo juguetón que enfatiza la interacción y los sentimientos sobre la economía”.

 

La literatura en los tiempos de Instagram

Es cada vez más evidente la nueva disposición de llevar a la poesía y a la literatura en general a la cotidianidad de los lectores a través de la fusión entre palabras e imágenes en redes sociales. En particular, se trata de usuarios de Instagram que en vez de subir selfies publican imágenes de sus poemas o fragmentos de sus novelas.

Rupi Kaur, a quien la revista Rolling Stone llama la reina de los instapoetas, es una joven hindú-canadiense que tiene más de dos millones de seguidores en Instagram. Empezó subiendo fotos de sus poemas en 2013 y ahora tiene dos libros publicados que se han convertido en ser best sellers. Sus poemas ilustrados con dibujos hechos por ella se han viralizado porque tratan acerca de temáticas afines a sus seguidores: decepciones amorosas, problemas de identidad, violencia contra la mujer y migración. Como ella, Lang Leav, Tyler Knott Gregson y Robert M. Drake empezaron a compartir sus versos en la red social y ahora han firmado contratos con sellos editoriales internacionales.

En Estados Unidos, las ventas de libros de poesía lograron una alza durante el 2017 gracias al impulso de los instapoetas. A pesar de que esta tendencia ha renovado el interés por la poesía, algunos críticos y poetas no consideran los contenidos publicados en Instagram como poemas pues los califican de poco creativos, improvisados, fáciles de digerir, motivacionales y que satisfacen al marketing antes que a la literatura.

Para Rob Caster, jefe del Centro de Poesía y Literatura de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, los instapoetas han vuelto accesible la poesía a un público que antes la consideraba un género aburrido, pues “desmitifican la idea de que la poesía es un arte elevado y académico exclusivo de hombres blancos que meditan en las esquinas tratando de escribir poemas que nadie entienda”.

En el terreno de la narrativa, Instagram también se ha convertido en un espacio para difundir clásicos literarios. Hace una semana, la Biblioteca Pública de Nueva York dio a conocer su nuevo proyecto: “las insta novelas”. Este formato combina los lectores electrónicos con las“historias” de Instagram para que los lectores interactúen por igual con el texto y las animaciones. Además, las páginas de la novela no desaparecen después de 24 horas, sino que se almacenan en los recuerdos destacados para que los usuarios puedan volver a ellas cuando quieran.

Alicia en el país de las Maravillas de Lewis Carroll es el primer título que ha aparecido bajo este formato. Le seguirán El tapiz amarillo de Charlotte Perkins Gilman y La metamorfosis de Franz Kafka. Se trata de un proyecto que va en línea con la misión de la biblioteca: “hacer que el conocimiento del mundo sea accesible para todos”.

En estos tiempos donde la viralidad parece ser lo que más lo que más importa, uno de los méritos de estas propuestas podría estar en llevar la literatura a donde están los lectores: sus feeds de Instagram.

 

Adiós al Nobel, hola a The New Academy

La Academia Sueca anunció que este año no otorgaría el Premio Nobel de Literatura, por las denuncias de abuso sexual en contra del escritor Jean-Claude Arnault, esposo de Katalina Prostenson, poeta y miembro de la Academia. Un grupo de escritores, periodistas y actores crearon The New Academy, una organización sin fines de lucro, con la finalidad de recordar que la literatura está asociada con la democracia, la empatía, el respeto y la apertura.

A diferencia de su par sueco, The New Academy permitió a los cibernautas votar por su escritor o escritora favorita a partir de la lista de 47 escritores que seleccionaron los bibliotecarios suecos. Los cuatro con el mayor número de votos pasaron a una ronda final donde un jurado integrado por cuatro académicos y editores decidirá el 12 de octubre quién es el ganador.

En la lista de 47 nominados se encontraban la poeta y activista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie; la multipremiada narradora Margaret Atwood; la cantante Patti Smith; la creadora del mundo mágico de Harry Potter, J.K. Rowling y los escritores estadounidenses Paul Auster y Don DeLillo. Ningún escritor de habla hispana fue seleccionado.

Esta semana, los organizadores dieron a conocer los nombres de los cuatro finalistas: el japonés Haruki Murakami, el británico Neil Gaiman, la vietnamita Kim Thúy y la francocaribeña Maryse Condé. Todo parece indicar que Murakami, quien ha sido uno de los grandes contendientes al Nobel en los años anteriores, podrá al fin ganar su premio, aunque la Academia que se lo entregue no sea la sueca.

 

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