Foto: Wellcome Collection, dominio público.

Que se mueran los feos

De la fealdad es sensato hablar poco públicamente, aunque en privado sea materia predilecta.
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Algo así decía una vieja canción, pero creo que era en broma. En cambio Montaigne habla muy en serio cuando habla de la fealdad en los hombres, que para él tiene que ver sobre todo con la estatura. “Donde hay pequeñez, ni la anchura y redondez de la frente, ni la blancura y suavidad de los ojos, ni la forma regular de la nariz, ni la menudez de la oreja y de la boca, ni el orden y la blancura de los dientes, ni el espesor uniforme de una barba morena de color castaño, ni el cabello ahuecado, ni la exacta proporción de la cabeza, ni la frescura de la tez, ni el aire agradable de la cara, ni un cuerpo sin olor, ni la exacta proporción de los miembros, pueden hacer a un hombre hermoso”.

Él mismo se habría de considerar un tanto feo, pues asegura que “mi talla es un poco inferior a la media”. Escribiendo antes de la existencia de Napoleón, Montaigne dice que una buena estatura es conveniente para quienes desempeñan mandos, mientras que los bajos “se encuentran privados de la autoridad que otorgan la buena presencia y la majestad corporal”. Recuerdo que hubo comentarios orgullosos cuando con Vicente Fox tuvimos un presidente de altura.

Los contemporáneos de Sócrates hablaron en algunas ocasiones de su fealdad, y en uno de sus momentos filosóficos menos inspirados, Nietzsche se expresó así de él: “Sócrates pertenecía, por su ascendencia, al pueblo más bajo: Sócrates era plebe. Se sabe, incluso todavía se ve, qué feo era. Pero la fealdad, una objeción en sí, es entre griegos casi una refutación… La fealdad es con bastante frecuencia la expresión de una evolución cruzada, de una evolución obstaculizada por el cruce… Aquellos criminalistas que son también antropólogos nos dicen que el criminal típico es feo… ¿Era Sócrates un criminal típico?”.

Sin duda Nietzsche había leído a los investigadores que buscaban en el siglo XIX una relación entre el físico y la tendencia criminal, entre ellos Lombroso, que enumeró algunos desperfectos físicos que se presentaban con mayor frecuencia entre los delincuentes: asimetría facial, dientes montados unos sobre otros, estrabismo, abertura nasal asimétrica, orejas prominentes, mandíbulas grandes, y algunas desproporciones en los esqueletos.

Esopo era famoso por su deformidad física, pero no espiritual. Cuenta su supuesto biógrafo: “El mayor defecto que tenía, aparte de su fealdad, era su imposibilidad de hablar; además era desdentado y no podía articular”. Y en verdad su antigua efigie no lo modela muy agraciado.

Entre tanta belleza masculina que leemos en la Ilíada, hallamos también a Tersites, el menos agraciado de los guerreros. “Era el hombre más indigno llegado al pie de Troya: patizambo y cojo de una pierna; tenía ambos hombros encorvados y contraídos sobre el pecho; por arriba tenía la cabeza picuda, y encima le floreaba una rala pelusa”. Esa deformidad de la cabeza quizás era la misma que Pericles quería disimular con un casco, según Plutarco.

Hasta entre los dioses hay ausencia de belleza. Hefesto o Vulcano nació tan feo, que fue arrojado fuera del monte Olimpo. En algunas versiones, solo era cojo, pero igual era defecto suficiente para deshacerse de él. Algo parecido hacían los espartanos con los hijos que presentaran alguna deformidad. En mi infancia me asustaban con una historia de una mujer que hallaba un bebé horrible. “¡Qué niño tan feo!”, decía la mujer. “Más feo lo que va ocurrir en tal y tal fecha”, respondía el bebé.

Entre los antiguos griegos, cuando viniere al caso, se podía decir: “Más feo que Corideo”. Se trataba de un poeta con fama precisamente de eso, y la historia lo recuerda más por feo que por poeta. Otro poeta de facciones desagradables y verso punzante fue Hiponacte.

Para Séneca hay mucho de indigno en los versos de Mecenas, que acepta la deformidad a cambio de más tiempo de vida:

Haz que me vuelva manco,
hazme cojo de un pie,
ponme una joroba en la espalda,
sacúdeme los dientes a punto de caer:
todo estará bien, mientras quede con vida.

Supongo que Miguel de Cervantes no estaría de acuerdo con Séneca, y hasta orgullo sintió de su brazo tullido, pues le dio la palabra a don Quijote para asegurar que “las feridas que se reciben en las batallas antes dan honra que la quitan”.

Plutarco habla de las bromas que se pueden hacer a quien padece un defecto físico. Con cierta obviedad, dice que quien tiene nariz chata o es calvo recibe de buen grado las bromas; pero no ocurre lo mismo si se dirigen burlas a de quien no tiene ojos o es jorobado. Gracias a esa entereza los calvos son pelones y no necesitan el eufemismo de “descapilarizados”.

Sí hubo un tuerto que soportó sin iracundia las burlas de sus enemigos. Escribe Plutarco que en cierta batalla: “Desde las murallas, algunos se burlaban de Antígono por su fealdad, pero él les dijo: ¡Y yo que me creía guapo!” Mas luego vino el tiempo de la venganza: “Tras tomar la ciudad vendió como esclavos a los burladores”.

Diógenes Laercio, con su tono socarrón, habla de un “tal Hemón, que era feo y se sentía guapo y andaba siempre paseando con vestidos de fiesta”. Nuestro “aunque la mona…”, en aquel entonces se decía: “Un mono es un mono aunque tenga medalla de oro”.

De la fealdad es sensato hablar poco públicamente, aunque en privado sea materia predilecta. Mejor tema público es la belleza. Por algo la página Wikipedia de “beauty” ronda las seis mil palabras, mientras que la de “ugliness” no llega a las quinientas, y ni siquiera se llama “ugliness” sino “unattractiveness”. También por eso el lector de este texto habrá notado que me la pasé haciendo una cita tras otra sin opinar nada, al estilo de tanto escribidor que no se compromete; y es que resultaría muy rancio tener o ventilar alguna opinión sobre la fealdad en mi género.

Al hojear Historia de la belleza e Historia de la fealdad de Umberto Eco, resulta evidente que en el primero hay más imágenes de mujeres que de hombres; en el segundo, al revés. Eso está bien. Me enseñaron que un hombre debía ser feo, fuerte y formal. El detalle es que no soy tan fuerte y me tildan de informal.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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