Imagen: RAE

Las leyes y la gramática

En 1414, el rey Segismundo tuvo un desplante de autoridad habitual entre quienes están acostumbrados a la lisonja. Pero nadie está por encima de la gramática por ser rey.
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En 1414, durante el concilio de Constanza, el emperador y rey Segismundo, que nada tiene que ver con La vida es sueño, se dirigió a la asamblea compuesta por otros reyes, nobles, embajadores, cardenales, patriarcas y más jefes eclesiásticos con estas palabras: “Date operam, ut illa nefanda schisma eradicetur”, convocándolos a dar lo mejor de sí mismos para erradicar el pernicioso cisma que dividía a la Iglesia. Un cardenal no se aguantó las ganas de corregirlo. Le dijo: “Domine, schisma est generis neutrius”, o sea, “Majestad, schisma es género neutro”, por lo que no le correspondía el femenino nefanda. Segismundo se impacientó y su respuesta fue despótica: “Ego sum rex Romanus et supra grammaticam”. Mujer que sabe latín lo traduce como “Soy el rey de los romanos y estoy sobre la gramática”. Nótese que la traducción precisa de dos verbos, por eso del ser y estar.

El cardenal conoce mejor el latín que la cortesía. Al jefe no se le corrige así como así, delante de los demás. La respuesta, un desplante de autoridad, es habitual entre quienes están acostumbrados a la lisonja, pese a que nadie está por encima de la gramática por ser rey, acaso por ser poeta.

No sé si Calderón de la Barca pensaba en aquel Segismundo cuando hace decir al suyo: “Bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor”.

Por eso, cuando Alfonso Reyes lo parodia, respeta la correspondencia de género y número: “Bastante causa ha tenido, amigos, vuestro favor”.

Gramáticas a un lado, parece más sabio el Segismundo de La vida es sueño, cuando reflexiona sobre el poder:

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!,
¡que hay quien intente reinar
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte.

La gramática es la ley fundamental para hablar un idioma. Para vivir en sociedad está la Constitución y, en las leyes que de ella emanan, se aplica la máxima de ignorantia juris non excusat, o sea, que ignorar una ley no excusa su incumplimiento. Sin embargo, en la ley del habla, el pretexto ideal para no cumplirla es precisamente la ignorancia. Eso está bien. No habría por qué exigirle el mismo cumplimiento al emperador del Sacro Imperio Romano y a quien reprueba la prueba PISA. ¿Estoy diciendo que la gramática es elitista?

Acepto, con temor y vergüenza, que este mismo artículo pueda contener algunas infracciones. ¿Pueda o podría, pudiera o pudiese?

Antes dije que el cardenal no actuó con cortesía, ya que las enmiendas no han de hacerse a bocajarro, mucho menos a un jefe de jefes. La urbanidad aconseja que las pifias se dejen pasar como Amado Nervo dejó pasar a la mujer de rara belleza. A veces lo respetuoso es expresar correctamente lo que se dijo mal. Si en una mesa de discusión alguien dice: “En los cincuentas…”, otro interlocutor puede, con buena crianza, intervenir en su turno: “Tienes razón, en los cincuenta…”. Tampoco se sugiere ridiculizarlo con alguna burda analogía: “Tengo varios billetes de cincuentas pesos”.

En la semejanza entre las leyes gramaticales y constitucionales no estoy seguro de cómo aplicar aquella máxima evangélica de: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel: y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto”, aunque no cabe duda de que el Segismundo de marras no solo se sentía sobre la gramática, sino también sobre toda ley. ¿Sobre o por sobre?

En alguno de sus escritos, Plutarco comenta que “la mayoría, sin razón, cree que el primer privilegio de gobernar consiste en no ser gobernado”. Esa supuesta mayoría quizás existió en aquellos tiempos; supongo que ahora se trata de una minoría, al menos en mundos democráticos. O quizás se refería a la mayoría de los gobernantes, que lo siguen creyendo tan sin razón como en la era de Nerón. Sin embargo, Plutarco abre una rendija para ese autogobierno del gobernante. “¿Quién gobierna al que gobierna?”, se pregunta, y responde con algo más o menos equivalente a la conciencia o a la razón divina de Santo Tomás de Aquino.

Poco sabrán los gobernantes de filosofía, pero todos son platónicos intuitivos que asimilan mucha enseñanza de la República sin siquiera leerla. Mejor más Prozac y menos Platón, aunque, para ser justos, Platón aseguraba que el derecho de ser el mandamás lo obtenía quien más estrictamente cumpliera con las leyes.

En Esparta era inaceptable un gobernante por encima de la ley. Heródoto nos dice que Jerjes, rey de los persas, aprende que los lacedemonios “pese a ser libres, no son libres del todo, ya que rige sus destinos un supremo dueño, la ley, a la que, en su fuero interno, temen mucho más, incluso, de lo que tus súbditos te temen a ti”.

San Agustín fue un gran estudioso de la gramática. Luego de su conversión, se lamentó del purismo gramático: “de qué modo guardan diligencias los hijos de los hombres los pactos sobre las letras y las sílabas… y, en cambio, descuidan los pactos eternos… recibidos de ti… de tal modo que si alguno… pronunciase, contra las leyes gramaticales, la palabra homo sin aspirar la primera letra, desagradaría más a los hombres que si, contra tus preceptos, odiase a otro hombre siendo hombre”.

En fin, que la gramática es la gramática, la ley es la ley, y los sueños, sueños son. ~

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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