El entusiasmo tranquilo de José María Guelbenzu (1944-2025)

El fallecimiento de Jose María Guelbenzu nos deja sin un testigo y protagonista fundamental de la vida literaria española durante los últimos 60 años.
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Novelista, editor, crítico y, como todo buen letraherido, hasta poeta temprano, el fallecimiento de Jose María Guelbenzu el pasado 18 de julio nos deja sin un testigo y protagonista fundamental de la vida literaria española durante los últimos 60 años. Nacido en Madrid en 1944, Guelbenzu pertenecía a una generación de escritores e intelectuales que empezó a despuntar a finales de los 60, auspiciados por editores como Jesús Aguirre o Javier Pradera. Tras ser finalista del premio Biblioteca Breve en 1967 con la novela El mercurio, publicada al año siguiente en Seix Barral, entró a colaborar en Cuadernos para el diálogo antes de convertirse en pieza fundamental de Taurus, la editorial dirigida por Aguirre que se había convertido en un referente en el ensayo, publicando a los pensadores alemanes de la escuela de Frankfurt, a los renovadores de la historiografía francesa de los Annales y a nuevos nombres del panorama español.  

Cuando en 1977 Aguirre abandonó Taurus para entrar en el Ministerio de Cultura como director general de música y danza, Guelbenzu tomó las riendas de la editorial. La nómina de sus colaboradores en esa etapa da cuenta de la centralidad del sello: Francisco Calvo Serraller, Tomás Pollán, Fernando Savater, Javier Echevarría, Eugenio Trías, Ángel González, Carlos García Gual, Juan Aranzadi y Álvaro Delgado Gal. Cuando cinco años más tarde Jaime Salinas, director de Alfaguara, para entonces absorbida por el mismo grupo, fue nombrado director general del libro, sucedió lo mismo, y Guelbenzu pasó a ocuparse también de esa editorial. Como director literario de ambos sellos aguantó hasta 1988, y le dio tiempo a contemplar entre extrañado y divertido (o al menos así lo contaba décadas más tarde) el cambio de rumbo de la edición en España y los desembarcos corsarios que lo acompañaron.

Su vocación libresca se decantó entonces por la crítica y la escritura. Colaborador de El País desde su fundación, se convirtió en un crítico fundamental, especializado en narrativa internacional. Como parte de ese intelectual colectivo que siguió teniendo una influencia desmedida durante décadas, y junto a firmas míticas en distintos campos como Rafael Conte, Joaquín Vidal o Ángel Fernández Santos, contribuyó a educar el criterio de varias generaciones. En su caso, gran lector y excelente crítico, condiciones que no siempre van de la mano, era capaz de explicar el mecanismo de los libros y mantener su encanto. Sus reseñas eran siempre una invitación inteligente a la lectura y al disfrute, tanto de autores clásicos como contemporáneos. En paralelo, siguió escribiendo y publicando novelas, por las que obtuvo premios como el de la Crítica, el Plaza y Janés de novela o el Torrente Ballester, y que le permitían disfrutar como un niño de las peripecias a las que sometía a la jueza Mariana de Marco.

Quizá fueran los jerséis de pico y las camisas de franela, cierta predilección por los whiskies de malta, el tono tranquilo de su conversación, los destellos de ironía o la barba corta e impecable: todo en Jose María Guelbenzu remitía a un pequeño despacho en un college de Oxford o a la redacción de Horizon en Londres bajo la dirección de Cyril Connolly (sin embargo, pese a ese aire tan british, era tan madrileño que pudo transferir sin alharacas su lealtad del Atlético al Real Madrid tras la llegada de Jesús Gil). Ese estilo oxoniense es lo que caracterizaba su labor. La mejor edición, como la mejor crítica, consiste en esencia en compartir un entusiasmo. El alentador ejemplo de Guelbenzu refuerza la idea de que no hace falta gritar, ni golpear la mesa, ni romper la cristalería para lograrlo. Ana Rosa, Nicolás y Alicia no están solos en su pena, todos los buenos lectores de España le echaremos mucho de menos.


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