El maquillaje violeta de las instituciones culturales

Cada marzo, las instituciones culturales organizan eventos de mujeres, pero muy pocas de las participantes reciben un pago por sus servicios. En lugar de llenar casillas para avanzar en una cuota de género, estas instituciones requieren una agenda feminista real.
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Acaba marzo y, como las jacarandas inundando los parques con su florida presencia, las carteleras culturales se vistieron de eventos de mujeres: charlas, lecturas, exposiciones, conferencias, mesas redondas, conciertos. Tras meses de olvido, las mujeres adquirimos una aparente centralidad en las agendas culturales. Las instituciones de gobierno más conservadoras agendaron por lo menos un evento en torno al Día Internacional de la Mujer, y las de avanzada llenaron el mes entero.

Sin embargo, en medio del jolgorio (ahí vamos las feministas, como diría Sara Ahmed, a aguar la fiesta), considero importante abrir un paréntesis que nos permita desmaquillar ese violeta impostado en muchos rostros institucionales (y alguna que otra propuesta independiente), cuyo único objetivo es ganar visibilidad, obtener puntajes en su propia agenda o, aún peor, llenar un puntito en sus informes mensuales que poco a poco se sienten cuestionados por la cuota de género.

¿Cuántas de las mujeres que participaron en actividades culturales en torno al Día Internacional de la Mujer recibieron un pago por sus servicios? Los testimonios de colegas apuntan a que fueron muy pocas. Y ante eso, vale la pena plantear hasta qué punto toda esta efervescencia es favorable para nosotras como creadoras. Y es que, si bien la visibilidad de nuestro trabajo es importante, cuando esa “visibilidad” no se traduce en un pago, no hay un reconocimiento verdadero del trabajo de las mujeres, sino simulación: un maquillaje violeta mal aplicado.

¿No es una paradoja tremenda que en el Día Internacional de la Mujer y durante el mes violeta las mujeres trabajadoras de la cultura no reciban un pago? No se necesitan operaciones matemáticas para saber que lo que no se paga no se valora. No designar un presupuesto para la participación de las mujeres en eventos culturales significa no valorar realmente dicha participación.

El problema subyacente es que no hay una agenda feminista real en las instituciones. Han adoptado el tema de “las mujeres” (en plural, porque así lo intentan resolver, como si se tratara de una masa) como una tendencia de corrección política, simple elemento retórico o adorno curricular, sin hacer un ejercicio reflexivo ni reestructurar sus prácticas.

De acuerdo con un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la pandemia de covid-19 ha generado un retroceso de más de una década en los niveles de participación laboral de las mujeres, pues muchas de ellas perdieron sus empleos durante la contingencia sanitaria y no han podido recuperarlos. En México, específicamente, 3.2 millones de trabajadoras quedaron fuera del sector laboral formal durante los primeros seis meses de la pandemia, dos de cada tres empleos perdidos en esos meses habían sido ocupados por mujeres. Hablando específicamente del sector cultural, el cierre de teatros, museos y espacios independientes conllevó la cancelación de eventos que afectaron drásticamente los ingresos de artistas. Según el informe del Registro Nacional de Espacios, Prácticas y Agentes Culturales realizado entre mayo de 2019 y agosto de 2020, el 54.9% de los agentes culturales en México son mujeres, por lo que el cese de contrataciones afectó directamente a este sector, de por sí precarizado, pues una gran parte de las prestadoras de servicios culturales carecen de los derechos básicos como seguridad social.

Por esa misma razón, debería buscarse que los eventos culturales producidos por y para las mujeres contengan un presupuesto para el pago de sus intervenciones. Recordemos que el origen de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer fueron las huelgas de mujeres que se opusieron a la explotación laboral y pugnaron por mejores salarios y seguridad social. Estas demandas atañen hoy también a las trabajadoras de la cultura, muchas de las cuales laboran en esquemas temporales, sin derecho a vacaciones ni ningún tipo de prestación.

Conscientes de todo esto, las instituciones deberían no solo organizar eventos en los que se presenten mujeres, sino articular una cultura que confronte los valores hegemónicos, donde se construyan narrativas alternas, con temáticas que problematicen la situación de las mujeres y en las que se desestructuren las prácticas de poder normalizadas por la sociedad.

Prácticas como incluir en los reglamentos protocolos para prevenir y erradicar el acoso laboral son elementos básicos por los cuales se podría comenzar a integrar una cultura de género. Incluir una revisión que asegure la paridad participativa de las mujeres en todas las publicaciones, conversatorios y eventos culturales, debería volverse una práctica cotidiana. Regularizar las contrataciones de los artistas y ofrecer pagos oportunos por su trabajo, sería un paso real hacia una incidencia positiva. Otorgar un presupuesto institucional directamente a colectivas organizadas de mujeres podría permitir que sean las propias artistas quienes definan los temas y formas expositivas que desean realizar.

La producción cultural institucional debe ser un campo reflexivo construido más allá de la hiperproductividad virtual de la pandemia, una práctica menos preocupada por los números y más enfocada a cambiar la cultura que normaliza la precarización y la invisibilidad del trabajo de las mujeres. No dejemos que las instituciones se maquillen de violeta en el Mes de la Mujer. Salvaguardar los derechos de las mujeres e incidir en su pleno desarrollo no debería ser una tarea situada únicamente en ciertas épocas del año. Como agentes culturales, exijamos los cambios reales que la cultura necesita.

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Es escritora, crítica de arte y académica. Su libro más reciente es Todo retrato es pornográfico (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015)


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