Cuando Benny Moré escribió en la década de 1940 las primeras líneas de su pieza más legendaria, gozaba del ambiente de un lugar que ya para entonces era un referente de la música tropical latinoamericana. En el salón Los Ángeles, trazó sobre una servilleta: “Pero qué bonito y sabroso bailan el mambo los mexicanos, mueven la cintura y los hombros igualito que los cubanos”. Fue una época dorada de colusión musical entre la ciudad de México, La Habana y Nueva York, que fungían como epicentros de la música de orquestas de baile que enloquecían al público con chachachá, danzón y son cubano.
Con el impulso del entonces presidente Miguel Alemán, que buscó convertir a la capital mexicana en un centro cultural cosmopolita, y gracias a una naciente y poderosa industria radiofónica y discográfica, la ciudad se convirtió en visita obligada y residencia para algunos de los principales exponentes de la música popular latinoamericana del siglo 20. El salón Los Ángeles nació justo a tiempo –el 29 de julio de 1937– para albergar a gran parte de esta élite musical latinoamericana, y entre una pléyade de cabarets, centros nocturnos y salones de baile, se convirtió en uno de los sitios icónicos.
Su ubicación estratégica, cerca del corazón de la ciudad, pero en uno de los barrios bravos –el que le da nombre– que nutrían la idiosincrasia tan promovida por el cine mexicano de la época dorada, lo convirtió en un espacio ideal de interacción social: “Es raro, pero no inaudito, que lleguen caballeros en lujosos carros de importación con despampanantes damas de abrigo y joyas”, escribió Armando Jiménez en su icónico libro Sitios de rompe y rasga en la Ciudad de México, “quienes abundan son los que se bajan del autobús o del caluroso Metro y van acompañados de la esposa, la novia o la cuatita de la fábrica.”
Durante sus primeras cinco décadas, el salón –con todo y su lema “Quien no conoce Los Ángeles no conoce México”– se nutrió gustoso de la música tropical que dominaba el panorama urbano: mambo, danzón y chachachá en los cuarenta y cincuenta, el sonido salsero y sonero de la Sonora Santanera o de Son 14 en las décadas de 1960 y 70 y la cumbia mexicana de los 70 y 80. Durante esas décadas fue el trampolín y semillero de algunas de las bandas más populares de Latinoamérica.
En su festejo por el ochenta aniversario, el salón rinde tributo a todas esas épocas con espectáculos en vivo: en dos jornadas, el sábado 29 de julio y el miércoles 2 de agosto, se presentan, entre otros, la Sonora Matancera, La Internacional y Explosiva Sonora Dinamita, la orquesta de Pérez Prado Los Reyes del Mambo, La Auténtica Santanera de Gildardo Zárate, Conjunto África, La Orquesta de los 15 Campeones de Carlos Campos, la Danzonera de Acerina y la Orquesta Antillana de Arturo Núñez –con la cual alguna vez cantó Benny Moré.
Del zapatismo a Aventurera
En los años ochenta, entre la crisis económica de 1982, el terremoto de 1985 y el hartazgo por décadas de represión a la juventud, la vida cultural de la ciudad estaba fragmentada: había para quienes la música tropical representaba el priismo más atrasado, a otros simplemente no les alcanzaba para darse los lujos de asistir al salón, y las nuevas generaciones preferían el rock.
Su tendencia a los contrastes mantuvo al salón a flote: “además de su imagen tradicional, en el salón Los Ángeles suceden muchas cosas extrañas, como un concierto de Amnistía Internacional con Saúl Hernández y Lila Downs, que bandas como Maldita Vecindad, Café Tacuba o Panteón Rococó tocaran aquí en sus inicios, que se lleva a cabo una reunión política con la conformación del Frente Zapatista de Liberación Nacional con todo y la visita del Subcomandante Marcos, o que inicia la obra de teatro Aventurera”, dice Miguel Nieto Applebaum, actual director del sitio y nieto del fundador.
El rock mexicano tuvo cabida gracias a bandas que fusionaban elementos de música afroantillana, como Maldita Vecindad y Los de Abajo, y a los conciertos de solidaridad organizados por grupos de izquierda. Pato, guitarrista de Maldita Vecindad, quien creció ligado a los salones de baile y su música, considera que en los últimos años sitios como este también han sido esenciales para la interacción al interior de la izquierda. “La izquierda está conformada de distintos estratos sociales, entre ellos las clases más proletarias que son las bases y vienen del barrio, y también las clases medias ilustradas de izquierda que provienen de otras zonas donde no se acostumbra a oír ni a bailar esa música en la calle”, dice, “entonces para ellos acercarse a sitios como el Salón Los Ángeles resulta una inserción al imaginario del barrio, para explorar cómo era la vida de los barrios bravos”.
Otro tipo de contrastes se hacían evidentes en la pista de baile, como recuerda Líber Terán, quien se presentó ahí con su banda Los de Abajo en un concierto de apoyo a los zapatistas, en 1996: “Cuando tocamos una pieza llamada ‘La ironía se acabó’, se dio un ambiente muy curioso, porque había desde chavos que estaban armando el slam, hasta gente mayor que bailaba de manera más tradicional”.
Desde los años 90, el sitio ha abierto sus puertas a manifestaciones disímbolas: desde un concierto de Michael Nyman en un evento de Zona MACO, hasta conferencias, grabaciones de series de Netflix o exposiciones de arte contemporáneo. En 1998, Carlos Fuentes festejó sus 70 años y los 40 de La región más transparente. Aquel día el salón podía presumir que le dio candela a dos premios Nobel: García Márquez y Saramago.
Desafiar al tiempo
La celebración por los ochenta años –enfocada en los primeros cincuenta– no oculta el hecho de que los últimos treinta han sido más complicados para el salón. “Nunca como ahora estamos sintiendo el embate económico y tenemos que actuar en consecuencia, por eso este ochenta aniversario es tan especial, porque representa el fin de un ciclo en el que una familia ha llevado las riendas de este lugar”, admite Miguel Nieto. “Ahora tenemos que abrirnos, encontrar otras soluciones para asegurar dos cosas: que el salón subsista como un lugar de baile, encuentro y cultura, pero que también reditúe como inversión.”
Está el salón en una encrucijada: la música por la que siempre ha apostado está completamente desconectada de las nuevas generaciones; hay muy pocas danzoneras u orquestas tropicales jóvenes haciendo música original en México. La cumbia y la salsa han sido retomadas por algunos grupos de rock, pero el público rockero es ajeno a los salones. Líber Terán, por ejemplo, ve cómo en las tardeadas de danzón el público es en general de edad avanzada y los salones, hitos de otra época, están desapareciendo. Pato ve algo similar, pero tiene cierta esperanza. “Los salones empiezan a ser unos dinosaurios en extinción, también a causa de la depredación inmobiliaria, pues los grandes terrenos de los salones resultan atractivos para construir vivienda. Espero que se reinventen y resistan; los propietarios tendrán que echarle mucha imaginación. Lo que es necesario e insustituible es el espacio de baile”.
Pero Nieto es optimista: “el lema del salón, ‘Quien no conoce Los Ángeles no conoce México’, aplica perfectamente en la actualidad, porque este barrio de Los Ángeles tiene desde restos prehispánicos –cruzando la calle –, hasta centros comerciales con grandes corporativos de cine y cadenas de tiendas en boga, que estarán listos en unos meses. Además el barrio bravo popular está en pleno desarrollo: pasando la Unidad Habitacional de Tlatelolco están construyendo alrededor de 50 mil metros cuadrados de vivienda, lo cual impulsará mucho el desarrollo económico de la zona.”
El salón Los Ángeles llega a una edad venerable consolidado como un referente cultural de la capital, un sitio no sólo de “rompe y rasga”, sino de interacción y sinergia social. Un espacio que han pisado prácticamente todos los músicos de la ciudad –ya sea la tarima de baile o el escenario–, donde las élites políticas, económicas e intelectuales se han codeado con diversos círculos sociales, y donde la fiesta y baile representaron la comunión cultural multiclase. Pero al cabo de más de una década en que se ha intentando reanimar la vida social y cultural del centro, así como regresar a las clases medias a dicha zona, el Salón enfrenta el problema de mantenerse con vida y a flote en un mundo completamente distinto al que lo vio nacer, y en el cual su carácter icónico puede ser olvidado.
Ochenta años después, estamos en un México distinto y el reto del Salón Los Ángeles es conocerlo y darlo a conocer: dar nueva vida a una cultura urbana agonizante, abrirse a nuevas propuestas que atraigan al público de la zona y nuevos clientes, así como enfrentarse a una urbe y una economía cambiantes. Reinventarse como un nuevo salón que se nutra de su pasado, historia y tradición, pero permita, a quien lo conozca, conocer a la nueva CDMX.
Sociólogo, etnomusicólogo, periodista y DJ.