Termina el año y comienza la extraña costumbre de elegir a las “personas del año”. La revista Time está por anunciar quién se quedará, en este 2010, con el honor que la revista entrega desde 1927. Sospecho que será Julian Assange, el polémico líder de WikiLeaks. ¿Y en México? Cedamos a la tentación.
Primero lo primero: ningún político merece siquiera ser considerado. Narcisista de antología, la clase política mexicana sigue obsesionada no con el ejercicio sino con la persecución del poder. Por eso, para encontrar al mexicano del año, hay que mirar a la sociedad civil, terreno fértil en el año que termina. Diversos protagonistas de la sociedad mexicana consiguieron, sin afán de lucro político, auténticos cambios. Y lo hicieron a través del proceso institucional, resistiéndose al llamado histérico de quienes insisten en la “vía radical” (patético, por cierto, que varios de estos “radicales” hayan vivido por años nadando en el brandy del presupuesto). De la larga lista de valientes actores civiles, me quedo con Isabel Miranda de Wallace.
La historia de la entrañable doña Isabel parte de la mayor de las tragedias. A principios de julio de 2005, una banda plagió a Hugo Alberto, el único hijo de la señora Miranda, un hombre cándido y amoroso. El joven Wallace murió al poco tiempo de un paro cardiaco tras recibir una brutal golpiza de manos de César Freyre, líder de la pandilla y, sí, ex policía. La muerte puso fin a la negociación del rescate. El fallido secuestro terminó con el cuerpo descuartizado del muchacho tirado en los canales de Cuemanco. Punto y se acabó, habrán pensado los delincuentes. Tremenda equivocación. No contaban con el empeño de doña Isabel, quien, hasta ese terrible momento hace cinco años, se dedicaba a la docencia.
Sin prisa pero sin pausa, con la ilusión de hallar vivo a su hijo, pero también con la intención de acabar con la vida en libertad de cada uno de sus plagiarios, la señora ató todos los cabos. Y luego recurrió a las autoridades. Lo que encontró fue la inmundicia a la que nos hemos acostumbrado: dilaciones, complicidades, malos tratos, filtraciones, amenazas, extorsión, violencia. Nada de esto la detuvo. Todo lo contrario. Valiente, rentó anuncios espectaculares exhibiendo a los secuestradores y ofreciendo recompensas. Uno a uno, los miembros de la banda fueron cayendo. Pero no por la pericia de las autoridades, o al menos no en un principio. Fue la propia Isabel Miranda quien localizó, persiguió y, en el caso de Freyre, literalmente atrapó a los asesinos.
Pero la historia de la señora Miranda de Wallace no es sólo la de una mujer que, rebasada por la impunidad y la estulticia policial, decide buscar, ella sola, la justicia. Lo auténticamente notable es que doña Isabel se volvió una experta legal y, junto con otros que han sufrido lo indecible, se dispuso a modificar las leyes del Estado mexicano para, desde las instituciones, mejorar al país. La aprobación de la ley antisecuestro es la culminación de cinco años de lucha para esta mujer. No es casualidad, creo, que alrededor del momento en que la ley fue finalmente publicada, Isabel Miranda consiguió la detención del último pez gordo de la banda que le robó a su hijo. Su asombrosa fortaleza al confrontar a Jacobo Tagle, el sonriente cínico que “puso” a Hugo Alberto, es motivo suficiente para decretar que Isabel Miranda es no sólo la mexicana más destacada de 2010, sino también la ciudadana que, por su dolor y su lucha, encarna mejor la década que, para algunos puristas matemáticos, termina este 31 de diciembre. Una mexicana extraordinaria para tiempos terribles.
– León Krauze
(Imagen tomada de aquí)
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.