Una literatura rodeada de mar

El impacto de un éxodo lastimado, la restructuración postcolonial y la reinvención profunda de la identidad son los puntos de la línea que dibuja gran parte de la literatura portuguesa actual.
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Después de las guerras africanas de independencia que precedieron o incluso sentenciaron el fin de la dictadura portuguesa de Salazar, cuyo tiro de gracia fue la Revolución de los Claveles en 1974, Portugal recibió más de medio millón de personas con los ojos transformados por el continente africano. En Angola la guerra duró 14 años –más de lo que dura una infancia– y en Mozambique duró diez.

Este éxodo desbordante hacia a la península ibérica estaba conformado por aquellos portugueses que habían sido mandados a ultramar para defender con las uñas la posesión de las colonias, la última esperanza económica de Salazar, y por los portugueses nacidos en África, aquellos que toda su vida habían bebido solamente agua africana. Algunos desembarcaron en Portugal por primera vez, otros volvían después de años, unos buscaban oportunidades y otros “huían de la venganza” de los colonizados. El imperio terminó. Lo que antes se desplegaba en los dos continentes se recogió en un rincón europeo y empezó de nuevo.

La gente de esa generación, de esa diáspora que desembarcó para iniciar todo otra vez, es conocida como os retornados. El mote es paradigmático y revelador: un retornado es quien vuelve al lugar donde nunca estuvo, pero sobre el cual siempre escuchó. Esto, además de ser perturbadoramente platónico, es fundamental para comprender uno de los parteaguas de la literatura portuguesa de la segunda mitad del siglo XX y para entender de dónde parece dislocarse la que se escribe ahora mismo. Es ineludible pensar que las voces actuales de la literatura portuguesa nacieron, vivieron o se alimentaron por ósmosis del pasado inmediato en África. El impacto de un éxodo lastimado, la restructuración postcolonial y la reinvención profunda de la identidad son los puntos de la línea que dibuja gran parte de la literatura portuguesa.

Hay una generación –con nombres como Antonio Lobo Antunes, Joao de Melo, Carlos Coutinho y António Garcia Barreto– que participó directamente en la guerra, y otra –Isabela Figueredo, Gonzalo Tavares y José Luis Peixoto– que nació en sus postrimerías.  

Antonio Lobo Antunes (Premio FIL de Literatura 2008 ) nació en Portugal pero fue enviado a Angola como médico militar. Cuatro años después de la independencia de Angola publicó su primera novela, Memoria de elefante, a los 37. A partir de ahí comenzó a producir una enorme obra, casi toda comandada por la brújula emocional de la guerra en África. Hoy es uno de los pilares de la literatura portuguesa, y él mismo tiene claro que en sus novelas existe una noción del tiempo aprendida en África, “una región donde no existe el pasado ni el futuro, sino solo el inmenso presente que engloba todo”.

Isabela Figueredo nació en Mozambique y llegó a Portugal a los 12 años, en 1975. En su Cuaderno de memorias coloniales (en español publicado por la Universidad de los Andes, en 2016), evoca desde la mirada de una retornada las atrocidades de la explotación portuguesa en Mozambique, y con ello rompe el mito de la mentada colonización blanda, concepto con el que muchos pretendían suavizar el sistema colonial portugués, argumentando que este no había sido tan salvaje como el holandés, el belga o el inglés. En palabras de Alexandre Montaury, de la PUC de Río de Janeiro, el discurso oficial sobre las colonias “siempre buscó señalar su misión civilizatoria, ocultando al mismo tiempo las prácticas violentas ligadas a los esquemas raciales, a los castigos corporales y a los exterminios”. El Cuaderno… naturalmente causó revuelo en Portugal, entre otras cosas porque cuestionaba la narrativa del régimen y, para colmo, estaba escrito ni más ni menos que por una retornada. No faltó quien la llamara traidora.

Figueredo no fue la única que interrogó las convenciones obligadas en torno al pasado reciente.  Dulce Maria Cardoso, otra escritora emblemática, nació en Portugal en 1964, y a los seis meses se trasladó con su familia a Luanda, Angola, de donde regresó a su tierra natal cuando estalló la guerra. Cardoso escribió El retorno (Tragaluz editores, 2015), que narra la historia de Rui, un niño angoleño que “vuelve” a la metrópoli, a Portugal, donde nunca había estado. En esta obra hay una sensación de insuficiencia abrumadora: la historia comienza al inicio del retorno, y de esto solo puede desprenderse la sensación de falta. Podría decirse que la literatura portuguesa está impregnada de la sensación de que siempre hay algo al otro lado del mar, y la única manera de alcanzarlo es terminar de imaginarlo. En Los Memorables (Elefanta Editorial, 2018), Lídia Jorge recorre el camino emocional de Ana Maria Machado, una periodista que entrevista a miembros de la generación de la Revolución de los Claveles. Ana Maria procura entender esa dimensión del recuerdo, de la construcción histórica, y cuando encuentra a los entrevistados entiende que la memoria no es unívoca: treinta años después de ese momento fundacional portugués, cada quien se ha sostenido de un recuerdo diferente. La perplejidad de la periodista al escuchar a las personas a las que entrevista no solo está ligada a las versiones que cada una tiene de ese episodio, sino a cómo las han usado a lo largo de la vida. Así, el mito de la nación, la suya, la de todos, se relativiza.

De este modo, la impronta del pasado colonial y postcolonial ­–que a su vez es el pasado de la dictadura– está latente en muchos autores portugueses y lusoafricanos, conformando una especie de canon. Sin embargo, también hay que apuntar que este se rompe poco a poco. Gonçalo Tavares, de quien Almadía ha publicado seis títulos hasta la fecha, es un autor inclasificable. Aunque también nació en Angola, en 1970, su obra está más alejada de ese canon velado. Su proyecto Barrio y los señores es un conjunto de microficciones sobre la vida cotidiana de personajes típicamente occidentales, como Brecht o Valery, que no son ellos pero sí lo son y habitan un barrio inventado. Después de leerlo, Saramago dijo que quería darle un puñetazo por lo bien que escribía.

José Luis Peixoto es otro autor en ascenso. Nació en el pequeño poblado de Galveias, donde pagó la impresión de 500 ejemplares de Te me moriste, un relato sobre la muerte de su padre que hoy ha vendido ya 80,000 ejemplares. Ediciones Arlequín publicó tres de sus novelas: Nadie nos mira, Cementerio de pianos y Libro, donde habla de un migración diferente: la que hicieron los portugueses a Francia en los años sesenta, una migración que hicieron sus propios padres, quienes volvieron en los setenta, poco antes de que Peixoto naciera, en 1974, precisamente el año en que cayó Salazar. Aunque la búsqueda literaria de Peixoto explora territorios que dialogan con temas diversos, en Libro trata de entender la historia de Portugal de la segunda parte del siglo veinte, y su llave maestra está íntimamente ligada a la migración; mejor dicho, a esa otra diáspora, de la cual por cierto también habla Júlia Nery, en Pouca terra… poucá terra y en Ei-los que partem.

Los acontecimientos de la década de los setenta son una semilla que hoy sigue dando frutos. Portugal ha cambiado, pero la ficción portuguesa sigue siendo en gran medida la redimensión de la memoria. Las fracturas que se generaron con el fin del imperio portugués y de la dictadura más larga de Europa están terminando de cauterizar la literatura portuguesa actual. Como dijo alguna vez Saramago, cuyo Nobel de Literatura en 1998 catapultó mundialmente a las letras portuguesas: “Somos la memoria que tenemos”.

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es editor de Elefanta editorial.


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