Daniel Gascón

Entrevista a John Sutherland: “Orwell odiaba los partidos políticos que pensaban por ti”

En 'Orwell's nose', Sutherland utiliza un singular enfoque para abordar la figura del escritor y sostiene, entre otras cosas, que Orwell empleaba el olfato para escribir.
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John Sutherland es autor de Orwell’s nose y Lord Northcliffe Professor Emeritus UCL.

Orwell’s nose escoge un ángulo infrecuente para hablar de Orwell (o de cualquier autor). ¿Cómo decidió escribir este libro, y por qué era tan importante el olfato para Orwell?

Perdí el sentido del olfato –anosmia es el hermoso nombre, parece una flor– en 2014. La mayoría de la gente, si le preguntas qué sentido estaría dispuesta a perder, diría “el olfato”. Cuando después cogí 1984 y miré las primeras páginas me di cuenta que era como si una película en technicolor pasara al blanco y negro. Orwell es, nasalmente, supersensorial. He añadido narrativas olfativas a Orwell’s nose. Puede discriminar los olores con la finura de un experto en vino. Es una parte vital de su vida de escritor. Somos mucho más sensoriales cuando leemos de lo que pensamos y él emplea el olfato más que ningún escritor que conozca.

“Uno no siempre debería creer a Orwell cuando escribe sobre Orwell”, señala. En su libro es a menudo ambivalente. Lo admira, pero critica algunos rasgos de su carácter y sus acciones. Uno de esos rasgos es un elemento de crueldad, especialmente hacia aquellos que tenía cerca y habían sido a menudo generosos con él. Critica la forma en que luego los presentaba en sus libros.

Hay episodios verificados (aunque nunca muy estudiados) donde Orwell fue sexualmente rapaz. Crick es lo bastante honesto como para citar uno. Soy un admirador. Pero mi ambivalencia, como dices, y mi forma de gestionarla (por hacer justicia a mi admiración) se expresa en una reciente meditación sobre si deberíamos –ahora que se derriban estatuas por todo el Reino Unido– derribar la estatua de Orwell a la salida de la BBC, y el halo que la posteridad ha puesto sobre su cabeza.

Deberíamos retirar la mitad de su halo –la mitad del hombre con el que empezó su vida, Eric Blair. Los Blair se habían enriquecido, generaciones atrás, por la trata de esclavos. El padre de Orwell trabajaba en la Oficina del Opio de la India, uno de los comercios más repugnantes del lmperio Británico. Indios en condiciones de esclavitud cultivaban opio para exportar a China que, gracias a los cañoneros de la reina Victoria, vivía una epidemia de adicción. A cambio, como el mayor traficante de drogas de la historia, el Reino Unido conseguía lencería de seda, su bebida nacional y la delicada porcelana donde podía servirla. Y Hong Kong. La familia materna de Eric Blair había vivido durante tres generaciones del saqueo de la teca birmana.

Que ese señor Blair se educara en Eton se debió al tráfico de opio y al robo de teca. Al dejar Eton, por razones que ningún biógrafo (yo soy uno) puede explicar, Blair se alistó con la Policía India y sirvió cinco años en Birmania.

No estaba allí dirigiendo el tráfico o matando a elefantes descontrolados. La policía mantenía a los birmanos a raya por el bien de la industria maderera y, en tiempos de Blair, de “Burmah Oil” (la compañía de Denis Thatcher, por cierto).

“Hice cosas terribles en Birmania”, le dijo Blair a un amigo.

Eric Blair volvió a casa y ocurrió algo maravilloso. Se convirtió en “George Orwell”. Abandonó su ser de “clase media media”. Se fue “sin blanca” a Londres y París y abrazó la pobreza. Regalaba los cupones de su cartilla de racionamiento de la guerra mundial a gente más pobre que él. Cuando Malcolm Muggeridge conoció a Orwell pensó que era un vagabundo. Murió de una enfermedad de vagabundos, la tuberculosis, que había contraído entre toda la mugre en la que había bautizado su ser renacido.

George Orwell reconstruyó a Eric Blair en el mayor contador de verdades de su época, y en un buen hombre. Orwell merece su medio halo. Eric Blair no.

A veces se presenta a Orwell como un escritor quintaesencialmente británico. Usted explica que en algunos sentidos era un escritor francés.

Anthony Powell lo señaló y a menudo se olvida. Su primera publicación (un ensayo) fue en francés. Tenía una precisión francesa (lingua franca) en el lenguaje que aplicaba al desorden de la etimología inglesa (no latina). La famosa explicación de Orwell es que el lugar del escritor es estar “fuera de la ballena”. En un sentido tenía un pie dentro de Inglaterra y el inglés (Escocia no existía para él) y otro fuera. Lo hacía clairvoyant: veía claramente.

Hitchens escribió que Orwell acertó al enfrentarse al imperialismo, el fascismo y el comunismo. Usted cita a Conor Cruise O’Brien, que decía que a Orwell le desagradaba el imperialismo, pero sus víctimas todavía más.

Creo que el problema real con el “desagrado” de Orwell no son las víctimas del imperialismo o el racismo sino el clasismo. Me viene a la cabeza que hiciera a los trabajadores animales, en Rebelión en la granja (y las bestias que dirigen la granja son humanoides) o su desdeñosa representación de los “proles” en 1984. Duele (literalmente) a muchos de la izquierda viniendo de alguien que proclamaba una y otra vez: “Soy un hombre de izquierdas”.

Socialista tory, socialista democrático… Usted también habla de brotes anarquistas, algo que quizá sea menos conocido. ¿Cómo explicaría a Orwell ideológicamente, y por qué le importaba el anarquismo?

Odiaba los “partidos” políticos que pensaban por ti, te convertían en una “parte” de ellos y te daban un “discurso de gramófono”. Creía en la individualidad. Empezó –de forma muy poco habitual– cuando rechazó ser etonizado en Eton, o ir a la universidad. Eran instituciones que, como diría O’Brien, te vaciaban y te rellenaban de sí mismas. La invasión de los ladrones de cuerpos habría sido la película preferida de Orwell si hubiera vivido para verla.

La relación de Orwell con las mujeres es un tema importante de Orwell’s nose. Usted sugiere que Eileen, su primera esposa, fue mucho más influyente de lo que tendemos a pensar. También dice que se ha tratado injustamente a Sonia Orwell.

Eileen fue alumna de Cyril Burt en el University College London (el inventor del concepto de cociente intelectual en los niños, que llevó al examen 11+, lo que permitió que niños de clase obrera como yo fuéramos a buenos colegios. Por desgracia, era un poco tramposo con sus resultados en gemelos ficcionales). Eileen tenía un interés particular por la imaginación infantil. Inspiró ensayos clásicos de Orwell como el de los comics infantiles. O su examen de sí mismo, en la niñez, en “Such, such were the joys”. Era lo que Clarie Tomalin (escribiendo sobre Dickens y Ellen Ternan) llama “una mujer invisible”, una mujer inspiradora. Hay un libro reciente sobre ella que, para mi vergüenza, no he leído aún. Sonia, viuda, se dedicó a construir la reputación de Orwell: deberíamos estarle agradecidos. Porque lo consiguió.

Pertenecía a la clase media alta-baja, escribía sobre los pobres y a menudo recibió ayuda de los ricos.

¿Eso es mío? Suena demasiado bien, probablemente es de Malcolm Muggeridge.

Cyrill Connolly aparece mucho en el libro. ¿Por qué fue importante en la vida de Orwell?

Fueron juntos al colegio y a Eton. Conexiones de por vida. La importancia de Connolly se debe a que, como director de la revista Horizon, inmensamente popular durante la guerra, impulsó a Orwell para que fuera mejor periodista en un momento importante.

Usted dice que volvió de la Guerra Civil española con un trastorno de estrés postraumático. ¿Cómo cambió la guerra su pensamiento político?

“Cada línea de trabajo serio que he escrito desde 1936”, declaró en su ensayo “Por qué escribo”, “está escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático tal como yo lo entiendo”.

¿Qué había ocurrido en 1936? Esa historia se cuenta en su memoria personal de la Guerra Civil española, Homenaje a Cataluña (1938). En 1936 fue a luchar por la causa republicana. Se enroló en la brigada del POUM. Era una fuerza de combate caótica pero representaban la esencia de la política orwelliana: la mente independiente y la escritura libre. Había trampeado su paso hasta España como periodista antes de empuñar un Mauser oxidado.

Después de unos meses en la línea del frente Orwell recibió un disparo en la garganta. Si la bala hubiera entrado a una pulgada de distancia habría muerto. Él y su mujer fueron a Barcelona para que se recuperase. Fue una mala decisión.

La facción estalinista había tomado la capital catalana y estaba montando una purga despiadada. Orwell estuvo a punto de ser liquidado como librepensador cismático, a manos de teóricos camaradas de la izquierda. Esto era el “1936” al que se refiere más arriba, cuando su escritura y pensamiento asumieron su último y distintivo giro. Un giro hacia Rebelión en la granja y su determinación de destruir “el mito soviético”. No vivió para ver hasta qué punto tuvo éxito en ese sentido.

Sus reflexiones sobre el lenguaje y la política son para muchos la parte más presciente de su trabajo. ¿Qué papel tuvo William Empson, autor de Seven types of ambiguity, en el desarrollo de este análisis? Usted sostiene que a veces la gente cree que Orwell, en ensayos como “La política y el idioma inglés”, defendía una especie de newspeak, pero que eso es un error de interpretación.

Orwell y Empson trabajaban el uno junto al otro en la BBC en tiempos de guerra. Empson creía en la ambigüedad lingüística (los siete tipos, etc.), la multivalencia, la polisemia. Es Ampleforth en 1984. Orwell pensaba que, en su célebre formulación, el idioma inglés debe ser tan transparente y claramente informativo para el ojo como el cristal de una ventana. El newspeak reduce el lenguaje para reducir el pensamiento. Pero ciertamente Orwell no creía que hubiera que empobrecer el lenguaje.

 

Ayudó a dar forma al Observer y fue muy influyente en sus últimos años, dice usted. ¿Cómo?

David Astor, el dueño del Observer y amigo íntimo de Orwell, quería crear una voz de la Gran Bretaña Liberal. Un nuevo whiggism. Orwell contribuyó a articularlo.

¿Cuál es su libro favorito de Orwell?

Que no muera la aspidistra. Vio que las mentiras de la industria publicitaria corrompen nuestra mente. Es más cierto ahora que en los años treinta. Creo que 1984 falla como profecía, pero puede leerse como la advertencia de Casandra de lo que podría ocurrir.

Dice que en sus últimos años se mató a trabajar, que se podría considerar un suicidio.

Sus bacterias tubercolares competían por matarlo con los antibióticos que trataban de salvarlo. Ganaron las bacterias. Si hubiera ido a Suiza y un sanatorio, y sus amigos estaban dispuestos a salvarlo, habría podido vivir para ver la caída del muro de Berlín.

 

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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